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YO ERA CIEGO

Yo era ciego

Dicen que cuando a una persona le falla uno de los sentidos consigue desarrollar mucho los otros y llega prácticamente a suplir la ausencia…y así, el sordo desarrolla el tacto. Por ejemplo: Beethoven reconocía las notas musicales por las vibraciones en el piano.

El ciego desarrolla también el sentido del oído,  se ubica espacialmente sin ver nada. Sentado escucha, identifica la cantidad de gente, su forma de andar, las conversaciones que llevan, del ánimo que manifiesta el tono de voz.

BUSCA, GRITA E INSISTE

Pues el tumulto era grande, Bartimeo, acostumbrado a oír el paso de las caravanas de peregrinos y comerciantes que subían a Jerusalén, no recordaba una cosa parecida. Y comenta San Josemaría que

Al oír aquel gran rumor de la gente que pasaba, preguntó: ¿qué es eso? Y cuando le dijeron: Jesús de Nazaret, se le encendió tanto el corazón en la fe de Cristo, que gritó: Iesu, fili David, miserere mei (Marc X, 47). ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”

(San Josemaría, Meditación, 12-X-1947)

¡Tenía que gritar!

Pensemos en el traqueteo del día a día, una cosa detrás de otra, hacer y hacer y vemos: vallas de publicidad, un carro que se atraviesa, el trabajo que tenemos delante… Imágenes por fuera que se suceden unas a otras y las pantallas, y nos damos cuenta que a veces eso nos ciega, nos impide ver lo esencial, o nos impide detenernos con calma a rezar, a ver a Jesús que pasa. Tú y yo somos Bartimeo.

Y SAN JOSEMARIA NOS PREGUNTA:

Hijo mío, ¿no te dan ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti, ¿que necesitas más gracias para hacerte santo de verdad? ¿No te dan ganas de clamar: Iesu, fili David, miserere mei!?

(San Josemaría, Meditación, 12-X-1947)

CALLAR EL BULLICIO EXTERNO PARA ESCUCHARTE

Claro que sí, porque nos damos cuenta que no basta, que parece que tenemos que acallar los sentidos exteriores para oír a Dios y, desde allí, acudir a Él.

Necesitamos pausa, mirar para adentro…Un parón, contigo Señor. Tú y yo.

Este rato de oración entre tú y Dios… ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Queremos hacer más intensa nuestra oración, para que el Señor tenga piedad y misericordia de nosotros.

JESUS NOS OYE

Jesús, aunque parece que sigue su camino, nos oye. No está lejos. De todos modos, es posible que nos suceda lo que a Bartimeo: Los que iban delante le reprendían para que se callara.

El ciego encontraba cada vez más dificultades para dirigirse a Jesús, como nosotros

“Cuando queremos volver a Dios, esas mismas flaquezas en las que hemos incurrido, acuden al corazón, nublan el entendimiento, dejan confuso el ánimo y querrían apagar la voz de nuestras oraciones

(San Gregorio M., Homilías sobre los Ev., I, 2, 3).

ENCUENTRO DIARIO CON JESÚS

No sé, es el peso de la debilidad nuestra o del pecado, que se hace sentir y nos grita interiormente que no molestemos,  o que “no nos molestemos”.

Incluso puede ser la misma incomprensión de quienes nos rodean, porque juzgan que somos unos exagerados, unos fanáticos. Es como si no creyeran ellos y, a veces, como si no creyéramos nosotros en la fuerza de la gracia, en la necesidad de la gracia, en la posibilidad de la conversión.

ESCENA DEL EVANGELIO

Pero Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran… y aquí te leo lo que comentaba San Josemaría que le encantaba esta escena del Evangelio:

Y algunos de los mejores que le rodean, se dirigen al ciego: ea, buen ánimo, que te llama (Mc 10, 49) (…)  el Señor nos busca en cada instante: levántate —nos indica—, sal de tu poltronería, de tu comodidad, de tus pequeños egoísmos, de tus problemitas sin importancia. Despégate de la tierra, que estás ahí plano, chato, informe. Adquiere altura, peso y volumen y visión sobrenatural.  Aquel hombre, arrojando su capa, al instante se puso en pie y vino a él (Mc 10,50).

¡Tirando su capa! No sé si tú habrás estado en la guerra. Hace ya muchos años, yo pude pisar alguna vez el campo de batalla, después de algunas horas de haber acabado la pelea; y allí había, abandonados por el suelo, mantas, cantimploras y macutos llenos de recuerdos de familia: cartas, fotografías de personas amadas…

¡Y no eran de los derrotados; eran de los victoriosos! Aquello, todo aquello les sobraba, para correr más aprisa y saltar el parapeto enemigo. Como a Bartimeo, para correr detrás de Cristo.

No olvides que, para llegar hasta Cristo, se precisa el sacrificio; tirar todo lo que estorbe: manta, macuto, cantimplora. Tú has de proceder igualmente…

(San Josemaría, Amigos de Dios, n. 196)

Pues hoy nos decidimos a quitar esas cosas que estorban. Hoy mismo, en este rato de oración corremos hacia Jesús, que nos está llamando. Llegamos a su lado.

AYÚDAME A VER QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TÍ

“Llega Bartimeo, y cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez».

“Domine, ut videam! ¡Señor, que vea!

Y tú y yo, ¿vemos?

Esta pequeña frase sirvió a San Josemaría como jaculatoria durante años.

A ti y a mi nos puede servir también: Ut videam! ¡Que vea!

 EL ROSTRO AMABLE DE JESÚS

Jesús te voltea a ver y te pregunta:

«¿Qué quieres que haga por ti?» Jesús, que me quites la ceguera provocada por mis debilidades, la generada por mi conformismo, o por mi cortedad de miras… Que vea lo que Tú quieres de mi, que no me deje enceguecer por tanta cosa que da vueltas a mi alrededor, que no deje que se me nuble la mirada ante la evidencia de mis fracasos.  ¡Señor, que vea!

“Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado»”.

Y se hace la luz en nuestra alma. No sé si lo has pensado: ¿qué es lo primero que ve Bartimeo?

El rostro amable de Jesús. ¡Ve a Dios que le sonríe! ¡Eso no tiene precio!

¡SEÑOR, DESEO VER TU ROSTRO YO TAMBIEN!     

Y, una vez visto ya no hay quien quiera dejar de verlo. Tampoco Bartimeo…:

“En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios”.

¡Pues sí! ¿Qué más iba a hacer? ¿Y qué más podemos hacer tú y yo?

QUE ÉL TE VEA Y QUE TÚ LE VEAS

Hoy, otra vez, termino con un poema y probablemente me vuelvo a pasar de los 10 minutos.   Es la descripción de esta misma escena. Pero con eso que tienen los poemas: en poco dicen mucho.

Y este, con un lenguaje que es hasta cósmico, me encanta:

“No recuerda cuántos años lleva ciego

hace siglos que Bartimeo es un morador de la oscuridad

y a la orilla del día pide limosna a los hijos del sol

Bartimeo no tiene vista pero el célebre oído de la medianoche

ah con ese oído puede escuchar las voces del otro mundo

por eso oye a Jesús venir por el día eterno de las antípodas

y asomado a la orilla grita con la lejanía célebre de los ciegos

Jesús hijo del Sol ten compasión de mí

cállate hombre le increpan desde la luz del día de Jericó

pero él grita y más grita con la voz célebre del sufrimiento

Jesús se detiene en mitad del día y le manda llamar

y ese pobre hijo de la noche que vive de pura fe

va corriendo a quemar sus párpados en el mismo Sol

el manto se le cae como una piel superada ya

como un plumaje que pertenece a la antigua noche

qué quieres que haga contigo pregunta la luz eterna

haz que vea Señor haz que yo vea contesta el mundo

anda ve tu fe te ha salvado ordena el hijo del Sol

hágase la luz del universo según has creído en ella

hágase la noche estrellada según has creído en mí

y el pobre Bartimeo, abre sus párpados y contempla

no las verdes colinas no el cielo estrellado azul

sino el rostro más luminoso de la creación

ya habrá tiempo de curiosear por el resto del universo

por ahora Bartimeo tiene para siglos de contemplación

con la Faz que de pronto le ha sonreído

ser el primer mendigo de la Belleza eterna

con mirar a través de las lágrimas del amor de Dios

el célebre fulgor de los mil soles

del rostro de Jesús de Nazaret”

(Libro de la Pasión, José Miguel Ibáñez Langlois).

¡Madre mía, yo también quiero ver su rostro!

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