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P. Josemaría

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¿ERES FEO Y PECADOR?

Pidamos a la Virgen que nos consiga la gracia de hacerle caso a la voz de la conciencia, la de reconocer siempre mis pecados y acudir gozoso a esa fiesta de la confesión que nos ofrece la Iglesia siempre, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma.

Al terminar de grabar esta meditación salgo con rumbo a la Universidad Panamericana de Guadalajara en México, donde me invitaron a participar del ya tradicional evento de cada Cuaresma organizado por la capellanía Universitaria titulado: “ConFIÉSTAte”.
En la que se colocan varios sacerdotes en confesionarios por todo el campus y se ponen a confesar a la gente que quiera.

¡CONFIÉSTATE!

Todavía recuerdo la primera edición hace unos siete u ocho años, en la que aparecía una pancarta enorme en uno de los edificios con la foto de Gollum, este personaje de “El Señor de los Anillos”, y esta frase que fue un poco polémica, decía: “¿Eres feo y pecador?”, te ayudamos a que solo seas FEO: ¡ConFIÉSTAte!

eres feo y pecador
Bien, pues hoy el evangelio nos narra que va Jesús a Jerusalén y lo querían matar. “¿Por qué te quieren matar, Señor? ¿Qué has hecho para que te quieran hacer daño?”
La primera lectura del libro de la Sabiduría nos da una respuesta, nos dice:

“Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso, se opone a nuestro modo de actuar, es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable.”

(Sb 2, 12)

No hay otra razón para querer matar a Jesús, que esta que nos narra el libro de la Sabiduría.

 

LA VOZ DE LA CONCIENCIA

La misma presencia de alguien que busca vivir conforme a la verdad y a la justicia en el nombre de Dios, es ¡insoportable para aquel que se ofusca en sus pecados!
Pues ¿Qué crees? Que tú y yo tenemos esa misma presencia de Dios en nuestras almas, que nos dice cuando las cosas están bien o están mal, es “la voz de la conciencia”, el Sagrario más íntimo del hombre. Allí es donde nos habla Dios.
Y tenemos de dos: o hacerle caso y reconocer con humildad cuando nos equivocamos, o matarla.
Porque como dice el dicho: “Quién no vive cómo piensa, termina pensando cómo vive”.

QUERER MATAR A JESÚS

-Contaban de aquel señor que no podía dormir porque el perro no dejaba de ladrar, hasta que muy harto después de haberlo callado varias veces sin éxito, fue al clóset, agarró la pistola, bajo al jardín, le dio dos tiros y lo mató.
Ya se fue de regreso a su habitación pensando que iba a dormir plácidamente. Cómo efectivamente así fue.
Pero en cuanto se durmió, los ladrones -motivos por los cuales ladraba el perro-, salieron de su escondite y ya sin nadie que les ladrara, entraron en la casa, saquearon todo, y mataron a todos los que había allí.

Quizá nosotros nos sentimos muy lejos de ese sentimiento de los fariseos, del que habla hoy en el evangelio ¡de llegar al grado de querer matar a Jesús!
Sin embargo, a veces ponemos poca atención a los reclamos de la conciencia. No le hacemos caso, o todavía peor, podemos terminar por matar al perro, matando la voz de la conciencia.

RECONOCER NUESTROS PECADOS

En esta cuaresma, la Iglesia nos invita al ejercicio más liberador que existe en el mundo: “a reconocer nuestros pecados”. Por ahí se empieza y por ahí se avanza hacia la santidad.
Porque precisamente el drama del humanismo ateo consiste, en que la gente está lejos de Dios, porque no reconoce sus pecados.
Y dice el Papa:

“No reconocer la culpa, la ilusión de la inocencia, no me justifica ni me salva, porque la ofuscación de la conciencia, la incapacidad de reconocer en mí el mal en cuanto tal, es culpa mía.”

Bueno, ¡este es precisamente el drama! Que la gente que ha perdido la conciencia de pecado, por ignorancia invencible ya no peca, pero van a ser muy infelices, porque habrán vivido en contra de su naturaleza.

EL DOLOR FÍSICO

Quizá un ejemplo burdo nos ayuda entender, es el ejemplo “del dolor físico”, que nos dice que algo no va bien:
-Tú estás en una carne asada, y de repente pones la mano sin darte cuenta en el asador, la quitas de inmediato, das un salto que ni te cuento, y qué bueno que te haya salido incluso una ampolla. Ahora, imagínate que de pronto estuvieras ahí recargado, y de repente empiezas a oler a chamuscado… y volteas a ver y dices: ¡Ah caray ya se me quemó la mano! ¡Ya se me tostó la mano! ¡Ya no tengo mano!
El dolor físico es muy bueno, porque nos avisa que hay algo dentro que hay que arreglar.
Lo malo no es sentir dolor, lo malo es no sentirlo, y que cuando menos te dieras cuenta, ya estuvieras -por ejemplo-, todo invadido de una enfermedad.
Podríamos pensar equivocadamente que reconocer las culpas es dañino para la salud, así lo piensa mucha gente. Y ¿Por qué? -No sé- Quizá porque eso supone muchísima humildad.

LA SANTIDAD ESTÁ EN RECONOCER MI PECADO

¡Pero qué paradoja! Parecería que la santidad y con la santidad, -la felicidad en esta tierra y en el cielo-, estaría en no tener pecado, cuando en realidad la santidad esta más bien en ¡Reconocer mi pecado!
Parecería qué es más difícil no tener pecado, pero es mucho más difícil reconocer con humildad mi pecado.
Por eso ser santo y por lo tanto ser muy felices, -insisto, aquí y luego allá-, ser santos no consiste en esa realización del ideal del hombre perfecto, que me he forjado con la imaginación. “La santidad consiste más bien en reconocer mi propia realidad y compartirla contigo, Señor,”
Por eso rezamos con el salmo con el salmo 19:

“¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta.”

(Sal 19, 13)

Fíjate, es una oración bien bonita. Es como lo mismo que decir: ¡De mis culpas no reconocidas, líbrame Señor! Como pidiéndole a Dios: ¡Señor, ayúdame a darme cuenta!

POR TU INMENSA COMPASIÓN BORRA MI CULPA

Que importante es darme cuenta de las cosas, para poderlas reconocer inmediatamente. De ahí la importancia de entender el reconocimiento sincero y sencillo de mis faltas y pecados, como la gracia más grande que Dios me puede dar.
Porque con el reconocimiento de mis pecados, Dios me hace: “santo”. Dice el salmo 50 o salmo miserere, esta oración bien bonita:

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.” (Sal 50, 3-6)

HECHAR CULPAS A LOS DEMÁS

Y, es que puedo no reconocer la culpa, justificándome de mil maneras, una de ellas es echándole la culpa a los demás de lo que me sucede y entonces, pues tengo espíritu crítico, y permito que hablen mal de los demás y hablo mal de los demás.
Pues echar culpas tampoco me libera. Por eso, el propósito, -no solo de no hablar mal de nadie-, sino de no dejar mal a nadie.
Otra forma más común de justificación, es con la frase: “Todos somos pecadores” o, “Es que soy humano”.
Y es verdad que por ser humanos somos pecadores, pero ponte a pensar un poquito; sí ser pecadores fuera una condición irreparable, irremediable del ser humano, pues entonces, ni siquiera necesitaríamos el perdón de Dios, porque no habría libertad.

UNA PREGUNTA MUY SENCILLA

Mira, te voy a contar lo que sucedió hace algunos años con el anterior prelado del Opus Dei, don Javier Echevarría, que hizo un viaje a Alemania y allí tuvo un encuentro con gente en la que le iban preguntando, era un “encuentro familiar” y le iban haciendo preguntas y él iba respondiendo, como se le venía a la mente:

“Había ahí un niño levantando la mano, como de unos 9 o 10 años, que la tuvo así levantada todo aquel encuentro, hasta que al final, el padre don Javier, cómo que dijo: Bueno, ya nos vamos, pero es que ese niño lleva con la mano levantada toda la tertulia, entonces ya se acercó a aquel niño, y le hizo una pregunta en alemán qué causó la risa de todos los presentes. Así que llegaron a traducirle a don Javier la pregunta. Y la pregunta del niño era: ¿Qué por qué Dios no mata el diablo?

NUESTRA LIBERTAD

Una pregunta de un niño, -como muy lógica-. Sí, porque si el diablo nos da tantos problemas y tantas tentaciones, porque no mejor lo mata y se acabó. Don Javier luego le contestó:
Dios lo ha dejado vivir para que tú y yo luchemos contra esa ofensa del diablo, que no quiere que participamos de la felicidad eterna. Quizá no lo entiendas ahora; Dios ha creado el mundo y nos ha creado a nosotros concediéndonos un don extraordinario: el de la libertad. Que se puede emplear para el bien o para el mal. El diablo la emplea para el mal.
En esta sencilla respuesta se encierra una gran verdad, Dios nos ha creado para amarle y por amor, y en ese acto creador está ya implícita su voluntad de redimirnos.
No lo podemos entender del todo, pero Dios en su eterno presente, tiene ya en su mente: “creación y redención”. No es que el pecado de Adán y Eva lo haya tomado por sorpresa, ni tampoco que tengamos este cuerpo que nos aguijonea, o como dice san Pablo: “Nos tira para abajo”.

eres feo y pecador

DIOS ME CREÓ PARA PERDONARME

Es al revés, Dios al hacernos hombres nos da una estructura que nos permite, -a pesar del pecado-, la posibilidad de ser perdonados.
Haciendo un poquito de teología ficción, podemos decir que; al ver Dios que los Ángeles no tuvieron una segunda oportunidad, quiso hacer una criatura que si la tuviera.
Y no una, sino muchísima. Nos hizo a los hombres, con alma y cuerpo. Dios me creo para amarle. Ese amor se ve trastocado por el pecado, pero Dios me redimió por medio de Cristo, para otorgarme la posibilidad del perdón.
Por lo tanto, podemos decir: ¡Dios me creó para perdonarme! Dios me santifica por medio de mi reconocimiento y de su perdón.

EL SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA

Entendemos mejor, que san Josemaría dijera, que la confesión es el sacramento de la alegría. Donde se nos aplican los méritos de la redención. ¡La mayor manifestación de que Dios es amor!
Encontré en Google que dice: “Hacerse pato”, según el repertorio de voces populares en México, significa: disimular, fingir, ser astuto, ocultar intenciones…
Pues, vamos a terminar pidiendo a la Virgen, que nos consiga esa gracia especial de Dios, la de “No hacernos patos”, la de hacerle caso a la voz de la conciencia, la de reconocer siempre mis pecados y acudir gozoso a esta fiesta de la confesión que nos ofrece la iglesia siempre, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma. ¡ConFIÉSTAte!


Citas Utilizadas

Sb 2, 1.12-22
Sal 33
Jn 7, 1-12.10.25-30
Salmo miserere

Reflexiones

Señor, ayúdame a reconocer mis pecados, ayúdame a abrir mis oídos a la voz de la conciencia, para liberarme de lo que me aprisiona, para ser libre y vivir siempre en la fiesta de tu cercanía.

Predicado por:

P. Josemaría

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