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P. Josemaría

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VIVIMOS SECUESTRADOS

Nuestra Señora de las Mercedes interceda por nosotros para que podamos ser liberados de la esclavitud del miedo y nos lancemos a seguir a Jesús diciéndole de corazón: Jesús en ti confío.

MADRE DE LA MISERICORDIA

Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora de la Merced. Si conoces alguna Mercedes, no te olvides de felicitarla. Y si te llamas Mercedes, ¡muchísimas felicidades! Hoy rezaremos especialmente por ti.

Mercedes es una palabra que tiene muchos significados. El primero es premio o galardón que se da por el trabajo. Pero no es este el sentido que tiene en Nuestra Señora de las Mercedes, más bien tiene que ver con lo de conceder una merced, un favor. Realizar una buena acción a favor de alguien sin esperar nada a cambio.

Y merced también significaba en la Edad Media, misericordia, perdón. Y es en la Edad Media donde surge esta advocación a Nuestra Señora de la Merced.

Señora de la Merced

Pues Madre, tú eres Nuestra Señora de la Merced, porque eres la Madre de la Misericordia y porque nos has dado la mayor merced, el mayor regalo que podríamos desear: a tu Hijo Jesús.

A principios del siglo XIII, un joven mercader de telas, llamado Pedro Nolasco convenció a un grupo de comerciantes para poner en común sus bienes y organizar expediciones para rescatar a los cristianos cautivos de Tierra Santa, que eran convertidos en esclavos.

Cuando se les acabó el dinero, formaron cofradías para recaudar la limosna para los cautivos. Pero llegó un momento, en que la ayuda también se agotó y Pedro Nolasco pidió ayuda a Dios para saber qué es lo que tenía que hacer, si debía entrar en alguna orden religiosa o retirarse al desierto.

Y así, en agosto de 1218, la Virgen se le apareció y le comunicó su deseo de fundar una Orden, una congregación para redimir cautivos, especialmente los que estuvieran en peligro de perder, no solamente la libertad física, sino de perder la fe.

Y así se creó la que hoy conocemos como Orden de Nuestra Señora de la Merced y sus miembros conocidos como los Mercedarios.

Que además de los votos habituales de castidad, pobreza y obediencia, hacen un cuarto voto: el de dedicar su vida a liberar esclavos. Se comprometen, por ejemplo, a quedarse en lugar de algún cautivo que estuviera en peligro de perder la fe, cuando el dinero no alcanzara para pagar su rescate.

PECADO Y EGOÍSMO

Jesús, el médico que siempre cura
la cruz

“Tú, Jesús, eres, sin lugar a dudas, el primer mercedario, porque Tú ofreciste tu vida para rescatarme a mí, para redimirme, para salvarme de la peor esclavitud, que es la esclavitud del pecado.

Y lo hiciste en la cruz. Que es donde yo tenía que estar, porque soy yo quien debería ser crucificado por mis pecados y sin embargo, eres Tú el que está allí por mí. ¡Señor, muchas gracias!”

Por eso hoy, yo te quiero hablar para nuestro diálogo con el Señor y con Nuestra Señora de las Mercedes, sobre ese tipo de secuestro, que es peor que el de estar privados de la libertad física, que es la esclavitud del pecado.

Y es que se puede concretar de muchas formas, y una de ellas es la esclavitud del egoísmo. Porque no es verdad que, en la medida en que intentamos vivir nuestra vocación de cristianos, experimentamos como un contraste entre lo que Dios nos pide y lo que nos piden nuestras pasiones desordenadas, nuestras ganas o no ganas de hacer las cosas.

Caprichos

Que si se nos antoja una coquita, nos damos una coquita. Que si se nos antoja una siestecita, pues por qué no la siestecita, si mi cuerpecito está cansado. Y musiquita también, porque yo no puedo hacer nada sin música de fondo…

Bueno, te estoy poniendo ejemplos un poco ridículos, pero es una realidad, que muchas veces terminamos esclavos de nuestras pasiones, de nuestros caprichos, en sentido de que nos van esclavizando y no nos dejan volar a Dios.

El primer paso para ser liberados de la esclavitud del pecado, en esta forma de egoísmo, es reconocer que hay pecado. Porque lo que no podemos hacer es pretender que esa batalla interior no existe, porque todos necesitamos luchar contra el pecado para que no nos esclavice.

Y este es el punto que queremos subrayar: que crecer en amistad con Jesús, permitirá que Jesús viva su vida en nosotros. No siempre es fácil, pero si confiamos en Dios, esa resistencia, ese secuestro, se transforma en liberación.

MIEDO AL FRACASO

miedo al fracaso

Por eso, qué liberación la oración de Bartimeo, el ciego del Evangelio:

«Señor, ten compasión de mí»

(Mc 10, 46).

Le podemos pedir nosotros también, cuando sentimos el peso de nuestras pasiones, de nuestro egoísmo.

«Hijo de David, ten compasión de mí»

(Mc 10, 48).

Y junto con la esclavitud del egoísmo, también queremos reconocer, que muchas veces vivimos secuestrados por el miedo. Sobre todo, la gente joven tiene miedo al fracaso. ¿Por qué? Porque en vez de enfrentarse con el Señor y decirle: “Señor, Tú sabes que quiero hacer todo para amarte, que incluso estoy dispuesto a correr el riesgo de tomar una decisión equivocada antes que echarme a dormir, o que me diga el ambiente que es lo que tengo que hacer”.

Porque como dice el Papa: “No vinimos a este mundo a vegetar”, a pasarla cómoda en un sillón, sino queremos liberarnos de la esclavitud, de la flojera.

Es miedo a tomar una decisión en libertad. Es el miedo a fracasar. Entrégale a Jesús el miedo a fracasar.

Porque, como decía san Josemaría:

“Cuando te decides por Dios, aunque te equivoques, no fracasaste, como tampoco Cristo fracasó en la Cruz”.

Y decía también:

“Ánimo, continúa contracorriente, protegido por el corazón materno y purísimo de la Señora”

(San Josemaría, Vía Crucis P.13).

Pues mejor dile al Señor: “Señor, me lanzo sin miedo a lo que creo que es tu voluntad, porque estoy dispuesto a hacer lo que Tú me pides, incluso si me equivoco. Pero sobre todo estoy dispuesto a cambiar de opinión, de decisión, si me doy cuenta que no voy por el camino correcto. En pocas palabras, estoy dispuesto a sufrir por Ti”.

FALSA LIBERTAD

Y esa es una prueba de amor gruesa, muy bonita. Fíjate cómo una de las maneras que tenemos de refutar la llamada del Señor es la ‘falta de iniciativa en las cosas de Dios’. Que en el fondo esconde una comodidad muy grande…

Y es puro miedo al sufrimiento, que quizás la palabra sufrimiento es exagerada, es pura comodidad.

Tenemos que reconocer que ‘por flojera’, muchas veces no estamos dispuestos a correr el riesgo que implica poner toda nuestra cabeza, todo nuestro corazón en un proyecto… En algo que vemos que Dios nos está pidiendo, porque no tenemos certeza de que vaya a salir bien.

Y tenemos miedo al fracaso. Y antes que fracasar, y ofrecerle al Señor ese fracaso, preferimos la cobardía de simplemente no hacerlo, porque nos pone nerviosos lanzarnos a hacer algo donde no tenemos todo el control.

¡Estamos secuestrados por miedo al fracaso, y así nunca haremos nada que valga la pena en la vida!

Hoy, Jesús, por intercesión de Nuestra Señora de las Mercedes, que liberó a través de esta Orden a tantas personas de esa esclavitud física y de la fe, lo que nos está diciendo es “Tú confía en mí y sígueme”, que no te estoy pidiendo certeza de Mí, como tampoco tuvieron certeza de Mí los apóstoles cuando los invité a seguirme…

Pero siempre hay una parte de nosotros que se resiste, porque hay algo que está como muy arraigado a nuestra cultura, que es la ‘canonización de lo espontáneo’. El pensar que la idea de que sólo puedo hacer libremente lo que surge espontáneamente de mi interior, lo que a mí me nace, ese es mi más sincero yo.

Y del otro lado están las reglas, la autoridad, las obligaciones, todas las cosas que se supone que debo hacer.  La “libertad” (entre comillas), porque pensamos equivocadamente, que consiste en mi habilidad para escabullirme, para no dejarme oprimir por esas reglas, ni por esa autoridad y por esas cosas que se supone que debo hacer; sino seguir lo que espontáneamente surge de mi interior.

Y si las cosas de Dios oponen resistencia en mi interior, pensamos equivocadamente que significa que no me conviene. ¡Claro que me conviene! Lo importante para nosotros los cristianos, es evitar ese conflicto, porque es un falso conflicto.

O sea, nosotros creemos que hemos sido heridos en nuestra humanidad por el pecado de origen y que necesitamos salvación. Y que, aunque esa herida ha sido sanada de raíz por Cristo en la Cruz, quedan sus secuelas.

JESÚS EN TI CONFÍO

Y sin embargo, Cristo ha hecho capaz a nuestra naturaleza, de conocer y querer el bien y la verdad para buscarlo. Para estar con Cristo, para vivir en amistad y amor con otras personas. Y que cuando tomamos nuestra cruz de cada día a través del deseo, de estar dispuestos al sacrificio.

Lo que estamos haciendo de verdad, es purificando y rescatando esa naturaleza y elevando lo que Dios ha creado en nosotros. Para que podamos ir adelante y remover esa inclinación al pecado. Para que podamos ser auténticamente esa persona que Dios ha creado, y a la que nos ha destinado a ser.

En pocas palabras, ser la mejor versión de nosotros mismos.

Que Nuestra Señora de las Mercedes interceda por nosotros, para que podamos ser liberados de la esclavitud, del miedo, de la esclavitud del egoísmo. Y que nos lancemos a seguir a Jesús diciéndole de corazón: ¡Jesús, en ti confío!


Citas Utilizadas

Ecl 11, 9-12

Sal 89

Lc 9, 43-45

Mc 10, 46

Mc 10, 48

San Josemaría, Vía Crucis P.13

Reflexiones

Hoy con la intersección de Nuestra Señora de la Merced, te pido Jesús que me liberes de la esclavitud del pecado, que no tenga miedo al sufrimiento y a seguirte siempre de cerca.

Que aprenda a aceptar la Voluntad de Dios, porque Él sabe lo que me conviene.

Predicado por:

P. Josemaría

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