Icono del sitio 10 Min con Jesús AL

SOMOS APÓSTOLES

COMPLEJO DE METRO
MONTE CELIO

En la ciudad de Roma, hay uno de los siete montes llamado: Monte Celio, en el que se encuentra la que fue casa de san Gregorio Magno, cuya fiesta celebramos el día de hoy.

Allí estaba su casa, que la puso a disposición para vivir la vida monástica junto con otros monjes.

En uno de esos edificios, donde está actualmente la Iglesia de san Gregorio Magno, hay una habitación donde hay una gran mesa de piedra. En la pared, que está detrás de esa mesa de piedra, hay una pintura en la que se ve a doce personas alrededor de la mesa.  Pero hay un decimotercer personaje; y ese personaje sería un ángel.

Cuenta la historia que san Gregorio Magno era un hombre que tenía mucha fama en Roma, fama de santidad. De hecho, él lo que hacía era invitar a los más pobres de la ciudad para que pudieran comer y los invitaba, justamente, a esa mesa.

San Gregorio, que solía (se cuenta así) invitar a doce -para significar los doce apóstoles- un día vio a una persona más.  Un décimo tercer invitado y que, al darse cuenta, era un ángel.  Lo tomó como una respuesta de Dios de decir que estaba actuando bien; que estaba haciendo bien.

De san Gregorio se cuentan muchas cosas, sobre todo, de el celo apostólico que tenía este hombre santo.

ÁNGELES

Él quería viajar a Inglaterra para evangelizar esa isla, cuando un día yendo por el mercado vio que vendían -así tal cual-, a unas personas, unas personas rubias con unas facciones que no eran propias de allí, de esa península. Y al preguntar quiénes eran esas personas, de dónde venían, este vendedor le dice que son anglos (en latín es angli).

Entonces (según se dice en la narración de la historia de San Gregorio), san Gregorio respondió: -no son anglos sino son ángeles. Y de allí nacería ese interés de san Gregorio de querer ir él mismo a esa isla para evangelizar esas almas que no conocían a Dios.

Sin embargo, “Tú Jesús tenías otros caminos, otros planes para Gregorio”; porque a la muerte del Papa, Gregorio fue elegido Sumo Pontífice, sucesor de Pedro y tuvo que quedarse en Roma.

Todos esos planes de ir a evangelizar esas islas allá en el norte, aparentemente, quedaron postergados. Sin embargo, san Gregorio se encargó de que muchos monjes viajaran a Inglaterra y evangelizarán esas islas.

LLEVAR EL MENSAJE DE CRISTO

Quería detenerme, justamente, en esa preocupación de que tenía san Gregorio -como lo han tenido muchos santos- de llevar a todas partes el mensaje del Evangelio, el mensaje de Jesucristo.

Desde ese día en el cual, “Tú Señor, subiste a los Cielos y, antes de eso, nos dejaste ese mandato de:

“Ir a todas partes a predicar el Evangelio…”

(Mc 16,15).

“Por eso, en el Evangelio de la misa de hoy, de san Lucas que vamos a utilizar para hacer este rato de oración contigo Señor”, leemos que los escribas y fariseos – digamos los archi enemigos del Señor- le dicen:

“Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran y los de los fariseos también; en cambio los tuyos comen y beben…”

(Lc 5, 33).

Por lo cual, el Señor se queda como en un aprieto.

Entonces, Jesús que siempre quieren ir al fondo, les dice:

 “¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos?”

(Lc 5, 34).

Es decir, Jesús es el más importante allí, es Dios. Con lo cual, para los apóstoles, cada vez que están con Jesús, están hablando con Dios. Por tanto, no necesitan de esa oración porque están con Dios y esa es la oración.

PRÁCTICAS DE PIEDAD

La oración es estar en diálogo con Dios. A veces nos paramos a hacer nuestros diez minutos con Jesús o más minutos, lo que tú quieras; porque lo necesitamos. Pero también, a lo largo de nuestra jornada, podemos ver maneras para encontrarnos con Dios.

A veces será a través de otras prácticas de piedad: como el Santo Rosario o visitar al Santísimo Sacramento en una Iglesia, en una capilla (es normal, a veces, encontremos que una iglesia tenga una capilla de adoración).

Aquí, en la ciudad dónde estoy, que es la ciudad de Lima, gracias a Dios muchas iglesias de la ciudad tienen una capilla de adoración, incluso de adoración perpetua.

Es muy bonito ver cómo en ese barrio, donde está esa parroquia, los parroquianos se ponen de acuerdo para tener atendido a el Señor, para no dejarle nunca solo. De tal manera que siempre este allí el Señor.

Recuerdo que, durante ese tiempo de pandemia, incluso cuando ya se podía salir un poquito más pero aún las Iglesias las mantenían cerradas o nos obligaban a mantenerlas cerradas, algunos sacerdotes se las ingeniaban para que el Santísimo estuviera expuesto. Así mucha gente que no podía entrar a la Iglesia, sí podía ver a Cristo expuesto en la custodia.

Tantas prácticas de piedad que son -digamos- momentos, circunstancias que nos ayudan a hacer un parón; o que en esas ocupaciones en el día a día podamos encontrarnos con el Señor.

AYUDAR A LOS DEMÁS

También tenemos esas imágenes de la Virgen, de Jesús crucificado, que nos ayudan a recordar cuánto nos ama Dios. Y no solamente eso, no solamente recordar que Dios nos ama y que Dios está con nosotros; sino que tú y yo, así como san Gregorio, podemos hacer mucho para que muchas almas se acerquen a Cristo.

No podemos ser indiferentes a las personas.  Por ejemplo, lo que está pasando en otros países como en Afganistán, aunque sea una cuestión política lo que hay de por medio, como buenos cristianos encomendamos a todas esas personas -cristianos o no- que lo están pasando mal.

Si leemos alguna noticia en los periódicos o escuchamos en la radio algún accidente, ¿tenemos esa primera reacción de pedir por esas personas? que a lo mejor han muerto, que están heridas…

Y desde luego en nuestra familia, en nuestro círculo de amigos, de trabajo… ¿Me importan esas personas? ¿Me importan mis amigos? Más aún, si sé que están alejados de Dios. ¿Cuánto rezo por ellas? ¿Les hablo de Dios? ¿Los animo a volver a confesarse?

HACER EL BIEN

A veces nos encontraremos que son personas que, simplemente, nadie les había explicado qué es la fe o a las que nadie les había enseñado qué es hablar con Dios, con Cristo, con Jesús.

Tal vez tú le dirás: -Oye, yo tengo algo para ti. Y le mandas un WhatsApp y le mandas una grabación de 10 minutos con Jesús; o le presentas a aquel sacerdote amigo tuyo o con el que te confiesas que le puede aclarar sus dudas, que lo puede confesar, que le puede ayudar.

¡Cuánto bien podemos hacer tú y yo! No necesariamente nos tendremos que ir a una isla lejana a predicar el Evangelio sino, como dice el Papa Francisco: “en esas periferias existenciales”.

Esas periferias de nuestra vida y basta simplemente abrir los ojos, abrir el corazón y mostrarles quién es Cristo.

Salir de la versión móvil