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P. Juan Carlos

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SIEMPRE ALEGRES CON EL RESUCITADO

Dice San Pablo que nos alegremos, que debemos estar siempre en el Señor. Recordar que somos ciudadanos del cielo y que debemos llevar una vida digna del Evangelio de Cristo con humildad (…) buscando no el propio interés sino el de los demás. Vamos también a resucitar.

SIEMPRE ALEGRES

Seguimos festejando la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo y la alegría nos tiene que llenar toda el alma.

Ya lo dice el mismísimo san Pablo:

«Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito, alegraos»

(Flp 4,4-7).

Y los cristianos de Filipo, a los que les recuerda esto, les dice también que son ciudadanos del Cielo y que han de llevar una vida digna del Evangelio de Cristo, con humildad, buscando no el propio interés, sino el de los demás.

San Pablo habla de la alegría mientras él se encuentra entre cadenas. Hay que acordarse, que los destinatarios de su Carta también padecen una cantidad de cosas. Sostienen el mismo combate que él y deben cuidarse de los judaizantes.

Te acordarás de esos de esos que querían que todos los que se habían convertido vivan la la Ley Antigua, como si estuvieran en el Antiguo Testamento. Cantidad de cosas que no funcionaban bien. Sin embargo, san Pablo es clarísimo:

«Tenemos que estar alegres, alegres en el Señor, porque Cristo ha resucitado».

UNA MIRADA SOBRENATURAL

Y esa alegría, es una alegría que tiene que acompañarnos toda la vida, también en los momentos menos agradables, también en los momentos en los que lo lógico es que nos caiga una lágrima.

Porque cuando uno tiene una visión sobrenatural de que estamos llamados a resucitar igual que Cristo, es que todo tiene una dimensión distinta.

Recién celebraba una misa para tres familias que se acordaban del aniversario de un año de fallecimiento de tres personas distintas.

Un chico joven de treinta y cuatro años que había muerto y dejado una viuda y a una niña pequeña; un señor de unos sesenta y pico; y una señorita -que era mi tía abuela- de noventa y tres años.

Tres personas que habían muerto en distintas circunstancias y que a las familias nos había tomado un poco de sorpresa. Por supuesto, al más joven, con mucha más sorpresa para toda su familia y consternación.

Tal vez a la tia Isabelita si esperábamos que se vaya más pronto… Pero claro, frente a Dios, estas tres vidas tendrían un valor infinito, ¡efectivamente, porque son verdaderamente hijos de Dios!

ASÍ ES LA VIDA

Pero a la vez, no es que les faltó completar alguna cosa en esta vida y pensar ¡hay que pobrecitos! No, al contrario. Cada uno vive lo que el Señor ha previsto desde su eternidad.

Nadie muere en la víspera, todo el mundo se muere cuando toca.

¿Y por qué esto? Porque si hacemos la comparación de cómo es la vida de esta Tierra con la Vida Eterna, es como el marinero que mete la mano en el mar y saca un poco de agua con su mano y se va escurriendo el agua.

La vida en esta Tierra es esa agua que se escurre por los dedos, mientras que todo el mar es la eternidad. Y así es la vida de cada uno.

SIEMPRE ALEGRES CON EL RESUCITADO

PREPARARNOS PARA LA VIDA ETERNA

Y leemos en Job:

«Como una flor brota y se marchita, la vida como una sombra huye y no permanece»

(Job 14, 2).

O también en los Salmos:

«Mis días son como una sombra que se alarga y yo me seco como la hierba»

(Sal 102, 11).

O en Isaías:

«Una voz dijo: —Clama. Entonces él respondió: —¿Qué he de clamar? ¿Que toda carne es hierba, y todo su esplendor es como flor del campo?

(Is 40,6).

Todos estos versículos de las Sagradas Escrituras nos hacen ver la rapidez con la que pasa el tiempo, como que la vida se acaba enseguida.

Ya lo decía tambien santa Teresa:

“Esta vida es como una mala noche en una mala posada”. 

Y en este sentido, la Resurrección nos da una visión distinta de cómo tenemos que enfrentar la vida, porque no es algo que tenemos, porque no es algo que nos va arrastrando o simplemente una dificultad tras otra, sino que vamos preparando lo que viene después.

Dios desea que el hombre sea feliz, lo ha creado para la Vida Eterna, por eso resucitamos. Por eso tenemos esa llamada de ir al Cielo. Somos ciudadanos del Cielo que estamos aquí de paso.

RESUCITAR CONTIGO

“Señor, ahora que estamos aquí en este rato de oración, te pedimos que nos transmitas esa alegría de la resurrección, sabiendo que nosotros estamos llamados a lo mismo, a ser santos aquí en la Tierra, para también resucitar con todos los de la Iglesia Triunfante y de la Iglesia Purgante, -que en ese momento ya será triunfante también-, y que todos los los peregrinos, o sea todos los que van por la Tierra, toda la Iglesia Militante, estaremos todos unidos Contigo, Señor”.

“Por eso te pedimos que nos ayudes, y te pedimos que seamos mejores cristianos”.

Hay uno de los primeros padres de la Iglesia, san Ignacio de Antioquía, que vivió hacia el año 110 que dijo:

“Yo sé que después de su resurrección tuvo un cuerpo verdadero, como sigue aún teniéndolo. Por eso, cuando se apareció a Pedro y a sus compañeros, les dijo: —Tomadme y palpad, y daos cuenta de que no soy un fantasma o un ser incorpóreo. 

Y a tal punto lo tocaron y creyeron que, adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu, le fueron fieles. Esta fe les hizo capaces de despreciar y vencer hasta la misma muerte. Después de su resurrección, el Señor comió y bebió con ellos como cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque espiritualmente estaba unido al Padre”.

SIEMPRE ALEGRES CON EL RESUCITADO
NUESTRO DESTINO: EL CIELO

Estas palabras de san Ignacio de Antioquía las terminaba con una frase que me gustaría también utilizar ahora. Decía: “Quiero insistir acerca de estas cosas queridos hermanos, aunque ya sé que las creéis”.

A mí también me parece que todos los que escuchamos estos 10min con Jesús sabemos y creemos en el Señor, pero hay que volver a insistir en estas cosas: hay que volver una y otra vez, porque esto es la fuente de nuestra alegría.

Sabemos que todo lo que vivimos aquí está destinado a la resurrección, está destinado al Reino de los Cielos.

Cuando Jesús se presenta frente a Pilato, le dice con claridad:

«Mi reino no es de este mundo»

(Jn 18, 36).

Y tú y yo no estamos destinados para este mundo, queremos ir al Cielo. Ese sí que es el Reino. Esa sí que es la ciudad definitiva, la nueva Jerusalén, donde estaremos todos juntos, donde estaremos ya sin manchas y sin cosas que nos separen unos de otros.

“Señor Jesús, queremos alegrarnos como lo hicieron tus discípulos, como estos que vemos en el Evangelio de hoy, que estaban atónitos cuando te veían, pero con una alegría impresionante”. 

SOY YO…

Dice el Evangelio de san Lucas que leemos en la Misa el día de hoy:

«Los discípulos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 

Y todavía estaban hablando de eso cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: —La paz esté con ustedes. Atónitos, llenos de temor, creían ver un espíritu. 

Pero Jesús les dijo: —¿Por qué están turbados y se les presentan dudas? Miren mis manos y mis pies. Soy Yo. Tóquenme, véanme. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo»

(Lc 24, 35-48).

“Señor Jesús, queremos creer cada vez más en Ti. Creemos en Ti y lo queremos divulgar por todas partes. Jesús, danos de esa alegría de saber que todos los esfuerzos de este mundo vale la pena por resucitar Contigo al final de los tiempos, por vivir de nuevo con nuestro cuerpo. Porque en eso consiste la resurrección: Volver a recuperar el cuerpo. 

Viviremos con nuestro cuerpo, un cuerpo glorioso después de resucitados y con nuestra alma y nuestro cuerpo cerca de Jesucristo en el Reino que no tendrá fin. Ese Reino que dura como todo el océano infinito, una cosa que no tendrá jamás fin”. 

SIEMPRE ALEGRES CON EL RESUCITADO
SER APÓSTOLES DE LA ALEGRÍA

Madre, tú que estuviste al pie de la Cruz, que te estamos cantando todos estos días el Regina Coeli. (Yo la verdad es que no me acuerdo nunca muy bien cómo se reza y me sale más cantado… Si alguien entra a mi habitación a las doce del mediodía va a encontrarme cantando, porque esa es la forma que tengo de celebrarlo y me produce una alegría especial).

Señora, tú que estás siempre presente en las vidas de todos tus hijos, haz que nos alegremos más con la Resurrección de tu Hijo y que tengamos esa convicción profunda de que resucitaremos también y que vale la pena llevar esa alegría a todos los corazones.

Porque es lo que tu Hijo nos ha pedido a todos nosotros: ¡que seamos también estos apóstoles de la alegría!

Que vayamos por todos los caminos de la Tierra, trayendo las almas, llevando a todos nuestros hermanos para que descubran que también resucitarán con Él al final de los tiempos.


Citas Utilizadas

Hch 3, 11-26

Sal 8

Lc 24, 35-48

Flp 4,4-7

Job 14, 2

Sal 102, 11

Is 40,6

Jn 18, 36

Reflexiones

Jesús, ayúdanos a creer cada vez más en Ti. Que divulguemos tu venida gloriosa por todas partes, y danos esa alegría de saber que todos los esfuerzos de este mundo vale la pena por resucitar Contigo.

Predicado por:

P. Juan Carlos

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