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SANTO TOMÁS, APÓSTOL

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¿DÓNDE ESTÁS TOMÁS?

“Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, estando cerradas las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo:

-La paz sea con ustedes (…) Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús”.

¿Y dónde estaba Tomás?… ¿Qué estaría haciendo? ¿Dónde se había metido? Tal vez se había refugiado en “lo suyo” … Tomás no estaba con ellos. Jesús, no puedo aislarme en mi torre de marfil. No puedo encerrarme en un duro caparazón de tortuga, no puedo ir a la mía.

“Rompe mi egoísmo y que esté con los demás, por sus problemas. Que me sienta miembro de tu familia, la Iglesia. Que me desviva por los más pequeños y necesitados. Señor, no quiero ir a la mía, pensando sólo en mí. Haz que me preocupe por todos. Dame un corazón grande, a la medida del tuyo”. (Acercarse a Jesús 3, Josep María Torras)

¿QUIÉN ERA TOMÁS?

Hoy celebramos a Santo Tomás apóstol. Y, ¿quién era Tomás? Para sus amigos era el “Dídimo” -el mellizo. Era como su apodo. Algo sabemos de él.

Cuando Jesús, peligrosamente, decidió ir a Betania para resucitar a Lázaro, Tomás dijo a los demás apóstoles: Vayamos también nosotros a morir con Él”.

Tomás era impulsivo, decidido… pero como que muy apoyado en lo que él pensaba, en el “exulte o la emoción” del momento). Estaba dispuesto, aparentemente, a todo. Aunque un poco “perdido”: porque en la última Cena había dicho:

“No sabemos adónde vas; ¿Cómo podemos conocer el camino? Y Jesús dijo: -Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Tras la Pasión y Muerte de Jesús parece que Tomás, -y es comprensible-, que la hora del “entusiasmo” ya había pasado. Y entonces ya se había metido en “sus cosas” … Y cree que él ya no está para “noticias novedosas” …

“Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les respondió: -Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”.

¡Vaya respuesta! Y como decía san Josemaría: “¡Con qué humildad y con qué sencillez cuentan los evangelistas hechos que ponen de manifiesto la fe floja y vacilante de los Apóstoles! —Para que tú y yo no perdamos la esperanza de llegar a tener la fe inconmovible y recia que luego tuvieron aquellos primeros”(Camino 581).

TOMÁS ESTABA TRISTE…

Esto consuela… Y nos lleva a ver la escena con ganas de aprender, porque podemos aprender de Tomás. Por eso volvemos allí:

“Tomás, triste, melancólico y desesperanzado, no ve posible lo que los otros ya han visto ¡Hemos visto al Señor! El apóstol no los mira a la cara. Mira al suelo, busca los rincones de la casa, la soledad del corazón, se esconde de los demás, se encierra en su triste tristeza y se cierra a la confianza.

¡No lo creo! ¡No es posible! ¡Está muerto y enterrado! ¡Ya todo se ha acabado! ¡Su vida ya pasó! Si no veo la señal de los clavos…, y si no meto mi dedo en esa señal… y mi mano en su costado, no creeré”

(Acercarse a Jesús 3, Josep María Torras).

Tomás pensaba, con su carácter impulsivo, que si tenía fe la iba a tener en “sí mismo” … Y algo parecido le sucede a los que se encierran en su egoísmo, a ti y a mí. Cuando nos encerramos en nuestros intereses, en nuestros planes, en nuestras diversiones, en nuestras sus cosas… El egoísmo y la desconfianza es lo que nos impide ver a Jesús.

Pero Tomás, de todos modos, vuelve a estar reunido con los demás apóstoles.

“Y a los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: -La paz sea con vosotros.

Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”.

Se le abren los ojos otra vez… Jesús con sus llagas la quita su incredulidad… es “un golpe de efecto”. Nosotros no necesitamos “golpes de efecto”, simplemente hay que tener confianza, hay que tener fe en lo que Dios nos pide, y en cómo nos apoya cuando acudimos a Él.

Jesús está, me escucha, me atiende.

EL PODER DE LA FE, DE LA ORACIÓN

San Josemaría decía que Dios le había dado una fe tan gorda, que hasta se podía cortar. Su fe se reflejó de muchas maneras, como ha pasado en la vida de muchos santos. Una de ellas, era la fe en la eficacia de la oración.

“En sus primeros años de sacerdocio en Madrid, y lo contaba en tercera persona por no ponerse él de protagonista, que allá por los años 1927 a 1931, estaba una pobre mujer, retrasada mental, ignorante y sin cultura, pero de una exquisita finura de alma, a la que llamaban Enriqueta la tonta.

Tenía entonces gran fama en España un diario, rabiosamente anticatólico, dirigido por un grupo de intelectuales, que estaba causando un gran daño a las almas y a la Iglesia. Un día ese sacerdote —firme en la fe y sin más armas— pidió a aquella pobrecilla: desde hoy, hasta que te diga, vas a rezar por una intención mía.

La intención era que aquel periódico dejara de publicarse, y al poco tiempo se volvió a cumplir lo que dice la Escritura (…) (I Cor. I, 27); que Dios escogió a los necios según el mundo, para confundir a los sabios.

Aquel periódico se hundió, por la oración de una pobre (…), que siguió rezando por la misma intención, y de la misma manera se hundieron un segundo y un tercer diario, que sucedieron al primero y que también hacían gran daño a las almas.”

Esto es fe. Estos son los milagros que hace Dios si nosotros rezamos con fe, si nos acercamos a pedirle las cosas con fe. Si dejamos de estar metidos en nuestro mundillo y acudimos a Dios sin necesidad de “grandes golpes de efecto. Sino simplemente porque sabemos que eres Tú.

BIENAVENTURADOS LOS QUE SIN HABER VISTO HAN CREIDO

“Entra, Jesús, en mi corazón, métete en mi casa. Despiértame del sueño de mi falta de fe y confianza. Ábreme los ojos a tu nueva Vida. Muéstrame la grandeza de tu Perdón, de tu Amor.

Se presentó en medio. Tu Cuerpo glorioso, hermoso, resplandeciente de luz, en medio de la estancia. Los pies descalzos. Con los ojos buscas a Tomás, me buscas a mí. Todos los Apóstoles nos buscan.

Con tu mano abres un poco tu túnica y me muestras la herida de tu costado. Ya estás delante de mí. Tú, Tomás y yo. Coges la mano de Tomás que roza tu pecho, sus dedos tocan las llagas de tus manos.

Caigo de rodillas. Lloro mi falta de fe. Beso tus pies. Me levantas. Me permites besar tus heridas. Y oigo la oración del Apóstol ¡Señor mío y Dios mío!”. (Acercarse a Jesús 3, Josep Maria Torras)

“Jesús contestó: Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que sin haber visto han creído”

(Jn 20, 29).

En principio, allí estamos incluidos nosotros. Y para que así sea, hoy es un buen día para darle gracias a Dios por la fe, y la formación que nos ha dado.

Pidamos la fe. Y vivamos de fe. Esa fe que no es hacer cosas raras, que es esperar en Dios.

Pidámosle a nuestra Madre que nos acompañe como acompañó a Tomás, que nos ayude, como ayudó a los apóstoles. Que haga de nosotros verdaderos hombres de fe.

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