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P. Juan Pablo

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SAN JUSTINO MÁRTIR

El diálogo de san Justino con su acusador nos habla de la presencia del Espíritu Santo en su alma al mostrar la convicción tan profunda de la fe y la fortaleza y paz ante las amenazas.

“Nadie, a no ser por un extravío de su razón pasa de la piedad a la impiedad.”

Son palabras de san Justino Mártir que celebramos hace unos días, el miércoles pasado 1 de junio y que nadie ha comentado y yo quiero comentar.

Porque son palabras extraídas de las actas de los mártires, de san Justino y sus compañeros y que nos hablan del don de la fe. Uno de los dones que nos da el Espíritu Santo, que celebraremos mañana. La gran fiesta, la gran solemnidad de Pentecostés”.

VIRTUDES TEOLOGALES

La fe, la esperanza, la caridad, las virtudes teologales, que nos son infundidas cuando nos bautizan, cuando el Espíritu Santo entra a habitar en el alma y en el Espíritu de la verdad.

Jesús dijo:

“El Espíritu los llevará a conocer la verdad completa”

(Jn 16,13)

Él los asistirá, la Iglesia joven que nace hoy en las lecturas de la misa, (me llamó la atención, las últimas palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles), san Pablo en Roma, que se queda ahí y continúa predicando y ahí se queda… es lo último que leemos…

Que estuvo en una casa y que estuvo durante tres años y hablaba con libertad de Jesucristo. Ya no se habla de su martirio.

Y también leeremos las últimas palabras del Evangelio de san Juan capítulo 21, cuando Jesús tiene ese diálogo con san Pedro y aparece por ahí san Juan también… Es la Iglesia primitiva, la Iglesia del siglo I.
San Justino es del siglo II, del año 150, cuando había persecución (hubo persecución hasta el siglo IV). Y después a habido otras tantas persecuciones.

san justino martir

El Espíritu Santo ha estado siempre ahí, fortaleciéndonos y nos sigue fortaleciendo, habita en nuestro interior y nos ayuda a tener esa convicción; una fe profunda, fuerte, robusta, que engendra una esperanza alegre.

«Nadie, a no ser por un extravío de su razón, pasa de la piedad a la impiedad»

(Actas del martirio de san Justino y compañeros).

UNA ESPERANZA ALEGRE

No voy a abandonar la fe.  ¿Cómo voy a abandonar la fe? le dice Justino al prefecto romano Rústico, que lo invitaba a abandonar la fe. Le decía a Justino y a sus compañeros mártires: -Pónganse de acuerdo y sacrifiquen a los dioses, de esta manera nieguen su fe en Cristo, en el Dios único y ofrezcan sacrificios a los dioses.

Y san Justino le dice: ¡No! Eso sería una gran pérdida, sería tirar por la borda una gran riqueza, una riqueza que yo he encontrado, como una perla de gran valor.

Justino era filósofo, que había estado buscando la verdad por aquí y por allá, hasta que encontró el cristianismo y recibió el don de la fe.

Rústico le pregunto: ¿Qué doctrina es esa que profesas?

Justino respondió: -«Me he esforzado por conocer todas las doctrinas y sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos, aunque desagrade a aquellos que son presa de sus errores».

San Justino sigue: – No “unas ideas”, no “unas doctrinas”, sino que sigue a una persona, sigue a alguien. Esa verdad es alguien. No es simplemente entender cuál es el origen del cosmos, cuales son las energías que hay detrás de todo, sino que es: Dios persona, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios que crea, que nos da el ser, que nos da la inteligencia, la libertad, la capacidad de conocerlo y amarlo y que nos espera en la Gloria.

Le dice Rústico, ya con cierto odio-, «¿estas doctrinas te agradan a ti, desgraciado?»

Justino contestó: «Sí, porque profeso la verdadera doctrina siguiendo a los cristianos».

– Rústico preguntó: «¿Qué doctrinas son ésas?»

Justino contestó: «Adoramos al Dios de los cristianos, que es uno y creador y artífice de todo el universo, de las cosas visibles e invisibles»

– ¿Qué doctrina es esa?

-Pues esa doctrina consiste en reconocer la potencia, la omnipotencia de Dios creador y adorarlo. O sea, una actitud existencial de reconocerlo y de postrarnos ante Él con agradecimiento, con temor, pero un temor filial, porque este Dios omnipotente nos ama.  Tanto nos ama que ha enviado a su Hijo a morir por nosotros.

LA VIRTUD PROFÉTICA

Continua la respuesta: – «Creemos en nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, anunciado por los profetas como el que había de venir al género humano, mensajero de salvación y maestro de insignes discípulos. Yo soy un hombre indigno para poder hablar adecuadamente de su infinita divinidad; reconozco que para hablar de él es necesaria la virtud profética, pues fue profetizado, como te dije, que éste de quien he hablado, es el Hijo de Dios.

Yo sé que los profetas que vaticinaron su venida a los hombres recibían su inspiración del cielo».

Aquí está hablando del Espíritu Santo, -aunque no explícitamente- Justino es del siglo II, la doctrina sobre el Espíritu Santo todavía falta tiempo para que se exprese dogmáticamente.

Estamos en tiempo de persecución, los teólogos no han podido sentarse a expresar esto que ya se sabía desde el principio, también. “Tú mismo, Jesús, hablaste del Espíritu Santo y aquí Justino habla del don de profecía, que es un don del Espíritu Santo.”

Resalta cómo Justino también, lleno del Espíritu Santo, movido por el don de piedad, reconoce a Dios y lo conoce como es un don, conocer esa verdad y poder hablar de esa verdad.

Yo soy indigno y soy un suertudo, porque he podido conocer todas estas verdades y estoy dispuesto a dar la vida por ellas. Y sé que Dios me da la fortaleza para entregar la vida, para no echarme para atrás ante la amenaza.

Por como sucede, el prefecto le dijo a Justino: -«Escucha tú, que te las das de saber y conocer las verdaderas doctrinas, si después de azotado mando que te corten la cabeza, ¿crees que subirás al Cielo?»

¡Lo amenaza! Quiere amedrentarlo, asustarlo, pero él como tiene fe, tiene estos dones, la fortaleza del Espíritu Santo, que le lleva a no echarse para atrás.

Justino contestó: «Espero que entraré en la casa del Señor si soporto todo lo que tú dices; pues sé que a todos los que vivan rectamente les está reservada la recompensa divina hasta el fin de los siglos».

El prefecto Rústico preguntó: -«Así pues, ¿te imaginas que cuando subas al Cielo recibirás la justa recompensa?»
Justino contestó: -«No me lo imagino, sino que lo sé y estoy cierto».

san justino martir

LA MENTIRA ES PODEROSA

La fe es un conocimiento cierto, no son imaginaciones, está en la teología, que nos ayuda a -después de creer- profundizar racionalmente en esos conocimientos y expresarlos en la medida de la posibilidad de la pobre limitación humana.

Pero con una certeza que nos lleva a facilitar al Espíritu Santo, que nos de esas fuerzas, esa fortaleza, ese valor, esa serenidad ante las dificultades, ante la prueba, porque todos sufriremos la prueba.

“La verdad,

-decía Benedicto XVI-,

en un mundo en el que el error es poderoso, donde la mentira es poderosa, se paga con el sufrimiento”.

Nosotros también vamos a sufrir contradicción, contrariedad, comenzando por nuestras malas pasiones, pero también, el ambiente, las tentaciones…

El Espíritu Santo está en nosotros.  Mañana lo vamos a festejar, nos preparamos a esta fiesta, pidiéndole que venga a nuestra alma, que nos ayude a tener estas convicciones tan profundas, como las tenía el buen Justino.
Que no fue un loco al negar su fe; pero sí fue un loco porque se dejó llevar por el amor.

Siempre que nos dejamos llevar por el amor somos capaces de esas locuras, esas audacias; es locura en otro sentido.
La locura que nos lleva a darlo todo, a jugarnos todo a una carta, todo amor auténtico pues tiene este sello.

Imagínate a una persona que se casa, pues es una locura el comprometerse de esa manera, pero es un amor sincero auténtico, que lleva a Dios. Como Dios mismo que se ha dado a nosotros.

Acudimos a nuestra Madre la Virgen, Reina de los mártires, para que nos ayude a tener nuestra alma a Dios, a reconocer que Dios está en nuestra alma y que nos da esta fe y esta fortaleza que le ha dado a todos los mártires de la historia; en concreto, a este mártir que recordamos: a san Justino.


Citas Utilizadas

Hch 28, 16-20. 30-31

Sal 10

Jn 21, 20-25

Reflexiones

Señor, gracias por darnos al Espíritu Santo; gracias por esos dones, frutos del Santo Espíritu.  Ayúdanos a poder hablar siempre la verdad, a ser valientes, a tener la fuerza, a tener valor en medio de las dificultades y de las pruebas, para poder seguir el ejemplo de estos santos mártires.

Predicado por:

P. Juan Pablo

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