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SALIR DE POBRE

celibato SALIR DE POBRE

REMAR MAR ADENTRO

Pedro y sus compañeros habían desembarcado, estaban lavando las redes, organizando todo aquello de la pesca y cuando se iban a retirar ya a descansar, aparece una multitud siguiendo a un maestro que se llama Jesús de Nazaret.

Mientras terminan de recoger todo lo de la barca, y antes de empujarla sobre la arena, para que no se la lleve el agua, le pide el Señor si le permite subir a una de las barcas, precisamente la de él, la de Simón, y que si es posible, la aparte un poquito de tierra.

Pedro, un hombre sencillo, no encuentra pretexto para decirle que no. Es más, su corazón le dice: —Dile que por supuesto.

Desde la barca, enseñaba a la gente. Ahí estarían Pedro y sus compañeros escuchando maravillados…

¿No ardía nuestro corazón? ¿Qué pensaría Pedro de aquellas palabras? ¿De ver y escuchar a Jesús?

Seguramente compara su vida con aquel mensaje, hace un examen profundo, se da cuenta de que está muy lejos del ideal de santidad del que habla aquel Maestro, -que le atrae también por su figura, por su juventud, por su fuerza-.

Cuando acaba de hablar Jesús (se les pasaría volando aquel rato), en medio de la multitud se dirigió a Pedro:

«Rema mar adentro y echa las redes para la pesca»

(Lc 5, 1-4).

No es que Jesús le dé las gracias, se baje de la barca y se vaya. Sino que desde la barca le dice: —Vamos a pescar. Ven, vamos a pescar.

SOY UN HOMBRE PECADOR

Jesús estaba en la barca. Se queda con ellos. No se baja.

Y respondió Simón y le dijo: —Maestro, es que hay un asunto. Hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero está bien, está bien, pues será un gusto llevarte a pescar en mi barca… A seguir escuchándote, a conocerte por tu palabra. Y como sigues allí en mi barca, (me imagino que la había limpiado bien), echaré las redes.

Y a continuación, por su obediencia obtiene una pesca como jamás había conocido… Una cosa escandalosa. Las redes comenzaban a reventarse.

Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca. Me imagino que les gritarían y chiflarian bien, (silbar bien), para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

En este momento me los imagino gritando, sorprendidos, mientras eran continuamente mojados por los peces que saltan dentro de la red.

Y aquí es cuando podemos aprender de Pedro, nos dice el Evangelio…

«Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús, diciendo: —Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador»

(Lc 5, 1-8).

PESCADOR DE HOMBRES

Era lo que había estado pensando mientras oía hablar a Jesús. Pero justo en ese momento se arrodilla y pide perdón. No tiene ningún reparo en mostrarse delante de Jesús como lo que es un hombre pecador y se confiesa.

Buena manera esta, para decidir acercarme al sacramento de la Confesión: considerar la grandeza tuya, Jesús, y mi pequeñez.

Con la mirada, Jesús le dice: —Levántate. Tus pecados están perdonados…

¿Cómo sería aquella mirada, aquella sonrisa? Jesús había obrado un milagro en el alma de ese hombre. ¿Y ahora qué? Seguro Pedro necesitaba esta gran cantidad de peces para pagar deudas, para salir de pobre…

Y llegando a la ribera del lago, el maestro le dice:

  «—No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron»

(Lc 5, 1-10).

Dejaron allí la barca con todos los peces. Seguro alguno de los que esperaban, me imagino a Zebedeo, papá de Santiago y Juan, se encargaría de aquello.

De una… Ipso facto. No le dijo: —Señor, te seguiremos donde quiera que vayas, pero espérate, primero deja que vaya y venda estos peces, que paguen no sé qué. Que me compre una casa mejor para mi mamá, que está un poquito enferma. Y que todos se enteren quién es Pedro… Y luego yo te caigo allí donde estés.

¡Noooo! Justo cuando tienen las mejores ganancias, lo dejan todo. Y siguen al Señor. Y ahí está la grandeza de Pedro y de sus compañeros Santiago y Juan. Estos hombres te siguen, Señor. Dejan atrás sus vidas, sus pertenencias, sus seguridades, sus miedos. Dejan al papá que lo tienen ahí.

SEGUIR A JESÚS

La experiencia de los santos ha sido esa: Seguir a Jesús y después contemplar y ver unos frutos que nunca pudieron haber imaginado jamás.

Quizás Pedro en algún momento, volvió la mirada atrás, porque claro, era un buen pescador y me imagino que sí habría recordado esa pesca enorme.

Pero siempre su resolución fue: —Del Señor, ya no me aparta nadie. Aquí me quedo para siempre Jesús.

Junto a la gracia divina de la vocación, Tú siempre concedes innumerables gracias para que ninguna dificultad, por grande que parezca, nos pueda apartar de tu amor.

¿Y cómo, querido Jesús, les enseñaste a ser pescadores de hombres? ¿Será que eso fue lo que los motivó a seguir a Jesús? No creo. Solo querían estar Contigo. Nunca más volver a separarse de Ti.

Poco a poco, eso sí, irían entendiendo cómo cómo ellos podían ser pescadores de hombres. Yo creo que se imaginarían lo que pasó con ellos, como Jesús les cambió la vida, cambiar vidas. Así como Jesús había cambiado su corazón, su alma, su vida interior.

Gracias Señor, por dejarme en este rato de oración estar tan cerca de Ti. Cuenta conmigo. Quiero ser tu discípulo.

Qué maravilla poder considerar todas estas maravillas, todas estas gracias de Dios en el Evangelio, metiéndonos allí como un personaje más, dejándonos mojar también por esos peces que saltan, y estar allí, junto a los discípulos, contemplando a Jesús.

Madre mía Inmaculada, ¡qué maravilla estar cerca de tu hijo!

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