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P. Rafael

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DEL LADO CORRECTO DE LA ETERNIDAD

Hoy, en la fiesta de los Santos Inocentes, podemos escarmentar en cabeza ajena y preguntarnos qué tanto de Herodes se nos escapa en el día a día con los demás y con Dios.

HACE VEINTE SIGLOS

Hoy nos toca contemplar con terror una tragedia de hace más de veinte siglos. Meternos en el evangelio como un personaje más puede costarnos más ante la atrocidad del espectáculo. Literalmente una masacre, pero además, agravada por ser la carnicería de tantos niños sin culpa alguna, como actualmente sucede con el aborto. La culpa que se les atribuye a estos niños  es la de ser incómodos, obstáculo para la comodidad, para la bonanza, para la tranquilidad de otro. (Sin pensar en la eternidad)

Herodes ve cómo su comodidad en el trono se ve amenazada. Su corona ni siquiera es de la dinastía davídica, sino que, sometiéndose voluntariamente al yugo del imperio romano, obtuvo de parte del senado el puesto que ahora tiene. Dice ser rey de los judíos, pero ni es del todo judío, es idomeo, ni es totalmente soberano.

En un acto de egoísmo, decide tomar medidas drásticas para no perder su comodidad: eliminar todo lo que afecta sus planes, sea lo que sea. Hoy vemos hasta dónde es capaz de llegar su maldad: además de la atrocidad que contemplamos hoy, Herodes será tristemente famoso por eliminar a miembros de su familia, sangre de su propia sangre,  todo por no perder su comodidad.

TE PEDIMOS PERDÓN SEÑOR

Hoy queremos pedirte perdón, Señor, por las veces que hemos sido otros Herodes con nuestros hermanos, con la gente a nuestro alrededor, con nuestro prójimo. Por misericordia de Dios no hemos llegado al extremo de mancharnos las manos de sangre, como Herodes,  pero sí hemos dado espacio en nuestra alma a sentimientos que no van: al rencor, la envidia, la crítica interna, la murmuración, la queja, los deseos de venganza o que al otro le vaya mal, etc.

Seamos sinceros: cada vez que le damos espacio a estos sentimientos en nuestro corazón -aunque no lleguemos a consumarlos- nos parecemos más Herodes que a ti, Señor. En lugar de aprender de ti, que eres manso y humilde de corazón, preferimos parecernos a Herodes que no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro en su soberbia.

Como dice el famoso sketch de Les Luthier “Mi honra está en juego y de aquí no me muevo”. Hacemos caso omiso a la recomendación de San Pablo que nos pedía:

“tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús”

(Filipenses 2,5).

Santos inocentes, QUITAR LOS OBSTÁCULOS

ERES EJEMPLO DE PAZ

En cambio, la Navidad nos dejó un vivo ejemplo de lo que significa la paz que viene con la humildad de quien se sabe hijo de Dios, de quien se sabe en las manos de Dios, que es su Padre.

Herodes no puede confiar en nadie sino en sí mismo, en sus propias fuerzas. Por eso arremete con todo su poder humano contra esas pobres criaturas. Desconfía incluso de su familia. Mandó a ejecutar a una de sus esposas y a varios de sus hijos. ¿Cómo se puede vivir así? Es que literalmente hay que vivir con un ojo abierto. Y todo para nada.

Hoy celebramos la fiesta de los santos inocentes, que ya están en el cielo. Ellos sufrieron la mayor de las injusticias siendo totalmente inocentes (como Tú, Señor, en la Cruz) y ya están gozando de una felicidad que nadie les puede arrebatar; están gozando de la visión beatífica en el Cielo. Herodes, en cambio, quedó del lado equivocado de la historia, y -no tenemos certeza absoluta-, probablemente del lado equivocado de la eternidad.

Herodes no supo ser verdaderamente feliz en la tierra porque esperaba que su felicidad fuese una vida sin obstáculos, sin incomodidades, sin tener que contar con los cambios que Dios tenía para sus planes. El contraste con María y José es evidente. Porque a ellos, Dios les cambió los planes para sus vidas, que seguramente eran santísimos y nobilisimos.

CAMBIO DE PLANES

Dios se los cambió, no porque fuesen planes egoístas o llenos de vanidad. Es imposible que imaginemos algo así viniendo de ellos, pero Dios les tenía preparado algo mejor. Su divina voluntad implicaba tener la humildad de aceptar esos nuevos planes y todo lo que esto conllevaba. A María, Simeón le advertirá en el Templo que su alma será traspasada por una espada. A José se le aparece un ángel en sueños y le explica por qué no tiene sentido repudiar a María ni siquiera en secreto.

Cambios de parte de Dios, humildad de estas dos criaturas para aceptarlos, y un ejemplo para nosotros de lo que significan dos vidas plenas, felices, sin nada que reprocharse, porque en todo han querido lo que quería Dios, aunque eso no concordase con sus propios criterios. Son dos almas que ahora están disfrutando del cielo más grande por toda la eternidad.

María, José y los santos niños que hoy celebramos, no tuvieron una vida cómoda, una vida exitosa, humanamente hablando; pero quedaron del lado correcto de la eternidad. Los Santos inocentes no tuvieron ni siquiera que elegir, pero María y José sí, utilizaron su libertad para decidirse por tí Señor.

DIOS NO ME OYE

ELEGIR  LA ETERNIDAD

Y también tú, qué estás hablando con Jesús en estos 10 minutos junto a mí, puedes elegir libremente de qué lado de la historia y de qué lado de la eternidad quieres estar. Creo que esa es la decisión que Dios nos pide constantemente – elige un lugar –  y especialmente con ocasión de la fiesta de hoy. (Elegir la eternidad)

Como otras tantas veces, el mayor obstáculo será la propia soberbia, nuestra compañera de viaje. Ese amor propio desordenado que nos impide reconocernos como Dios nos ve (como en realidad somos) y reconocer a los demás como Dios los ve (como en realidad son, y no como los veo yo).

Este paso es imprescindible si queremos ser felices.

Hay un libro ( me parece excelente) “Por qué sonríes siempre” de Lucas Buch. Entre las historias que aparecen está la de María de Villota, una mujer que quiso ser piloto de Fórmula 1, luchó toda su vida para llegar a esa meta. Cuando estaba a punto de llegar, un trágico accidente casi la mata.

Su caso es una vida de conversión a partir de ese accidente. Es una invitación a levantar la mirada. Ella había vivido como solemos hacer nosotros: «Creía que todo dependería de mí, hasta tal punto que olvidé que mi vida no me pertenecía a mí» (31-32).

Se dio cuenta cuando le renovaron ese regalo de la vida después de su casi fatal accidente. Porque mientras haya alguien —Alguien que eres Tú Dios— que nos quiera, la vida es un regalo, y merece la pena vivirla: vivirla y compartirla con los demás, sonriendo.

DIOS NOS AMA INCONDICIONALMENTE

Lo que nos hace valiosos a los ojos de Dios no es lo mucho que sepamos hacer o lo bien que nos salgan las cosas, ni el prestigio, ni las propias fuerzas, ni siquiera el no tropezar nunca. Saber que Dios nos ama incondicionalmente y que por eso nos exige y nosotros, al sabernos amados, intentamos corresponder a ese amor con generosidad en lo concreto, es algo liberador.

Y saber que lo mismo siente Dios por los demás, independientemente de cómo yo los vea, de los defectos que para mí son evidentes o de lo “útiles” que me sean o si son un estorbo para mi felicidad. Dios los ama como me ama a mí. Si tú los quieres, Señor, ayúdame a quererlos yo también. Si Tú los amas, Señor y diste tu vida también por ellos, ayúdame a amarlos yo también.

Dame un corazón grande, generoso, paciente, humilde. Porque, como decía san Josemaría,

“Lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda sino un corazón enamorado”

(Surco, 795).

Señor, que yo rechace esos sentimientos que me hacen parecerme más al soberbio Herodes que a ti, Jesús, modelo de mi paz y de mi felicidad por toda la eternidad.


Citas Utilizadas

1Jn 1, 5 – 2,2

Sal 123

Mt 2, 13-18

Reflexiones

Señor, dame un corazón grande y que me parezca más ti. Que vea y ame a los demás como tú los ves y los amas.

Predicado por:

P. Rafael

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