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P. Juan Carlos

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INSCRITO EN CORAZÓN Y NO EN PIEDRA

El Señor nos enseña a ser misericordiosos, a no juzgar a las demás personas. San Agustín resalta la necesidad de ver con los ojos del corazón y no ser de piedra.

LA VERDADERA PUREZA

Hoy el Evangelio de san Marcos nos dice que:

«Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén, se acercaron a Jesús y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. 

Pues los fariseos y todos los judíos nunca comen si no se lavan las manos muchas veces, observando la tradición de los mayores; y cuando llegan de la plaza no comen, si no se purifican; y hay otras muchas cosas que guardan por tradición: purificaciones de las copas y de las jarras, de las vasijas de cobre y de los lechos.

Entonces los escribas y los fariseos preguntaron a Jesús: —¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen el pan con manos impuras? 

Y Jesús les respondió: —Bien profetizó Isaias de vosotros, los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mi.

Inútilmente me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos.

Abandonando el mandamiento de Dios, reteneis la tradición de los hombres»

(Mc 7, 1-8).

NUESTRO CORAZÓN CERCA DE DIOS

Y continúa un poco el Evangelio, pero yo quería quedarme un poco con esta frase, porque a veces podemos tener esa tentación de seguir tan duro la doctrina, que nos olvidamos de que lo fundamental es darle a darle gloria a Dios con nuestro comportamiento y con nuestro corazón. 

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. 

«Señor Jesús, Tú que nos escuchas, que nunca nuestro corazón se aleje de Ti, ¡que nunca nuestro corazón se aleje de Ti! Que a veces, aunque nuestras obras no sean las mejores, sepamos volver como el hijo pródigo, con esas ganas de recomenzar». 

INSCRITO EN CORAZÓN Y NO EN PIEDRA

 

ABUNDANCIA DE GRACIA

Hay un texto de san Agustín que es bastante claro en esto, además del sermón 155, 6, que dice:

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” y “La Ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús, te ha liberado de la Ley del pecado y de la muerte”

(Rm 8,2 ).

San Pablo dice que la ley de Moisés ha sido dada para demostrar nuestra debilidad y no solo demostrarla, sino para aumentarla y empujarnos así a buscar al médico:

“Allí donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”

(Rm 3, 20; 5, 20)

Y, ¿por qué la primera Ley escrita por el dedo de Dios en Exodo 31, 18, no está haciendo mención a los mandamientos, no dió este socorro tan necesario de la gracia?

“Porque fue escrita sobre tablas de piedra, y no sobre las tablas de carne, que son nuestros corazones”

(2 Co 3, 3). 

San Agustín hace clara mención que en nuestros corazones está escrita la ley de Dios y que nosotros tenemos que saber aplicarla.

Con lo cual tenemos que ser bastante delicados, porque no estamos llamados a juzgar, a ver a los otros con ojos de agresividad o malos ojos, porque no viven todas las doctrinas o las cosas de la ley. 

EN CORAZÓN Y NO EN PIEDRA

Porque como nos explica, aquí no están escritas en tablas de piedra, sino que deben estar en nuestros corazones. Y continúa san Agustín:

“Es el Espíritu Santo el que escribe no sobre la piedra, sino en el corazón. 

La ley del Espíritu da vida escrita en el corazón, no sobre la piedra. Esta ley del Espíritu de vida que está en Jesucristo en la Pascua, ha sido celebrada con toda verdad y nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. 

«Señor, te pedimos aquí también con san Agustín, que sepamos ver siempre tus preceptos, no como reglas durísimas e implacables, sino como una forma de acercarnos más a Ti, de darte gloria con este espíritu y de verdad». 

INSCRITO EN CORAZÓN Y NO EN PIEDRA
ANÉCDOTA DE LA VENTANA

Hay una anécdota que cuentan de Lisa y John, una pareja joven que se mudaron a un nuevo vecindario. Una mañana, mientras desayunaba Lisa miró por la ventana y observó cómo la vecina de al lado colgaba la ropa lavada. 

—¡Esa ropa no está limpia! exclamó Lisa. —¡Nuestra vecina no sabe cómo lavar la ropa! John continúo observando… 

John permanecía en silencio cada vez que su vecina colgaba la ropa lavada para que se secara y Lisa siempre hacía los mismos comentarios…

Algunas semanas más tarde, Lisa se sorprendió al mirar por la ventana y ver la ropa lavada y super limpia que colgaba en el patio de la vecina, y le dijo a su esposo: —¡Mira, finalmente ha aprendido a lavarla bien!, me pregunto, ¿cómo lo hizo? 

Y John le respondió: —Bien, yo te contestaré, querida, quizás te interese saber que esta mañana, me levanté temprano y ¡lavé nuestras ventanas! 

OJOS QUE JUZGAN…

Sí, a veces nos pasa eso, que no somos misericordiosos porque estamos viendo con ojos que no son ojos de misericordia y que son ojos que juzgan. Y la Ley del Espíritu, como nos dice san Agustín, es una ley que está en el corazón y que sabe disculpar, que sabe pasar por alto y que sabe aplicarse. 

¿Quieres una prueba de la diferencia evidente y cierta que separa el Antiguo Testamento del Nuevo? Y sigue san Agustín:

“Escucha lo que el Señor dijo por el profeta: Grabaré mis leyes en sus entrañas y las escribiré en sus corazones”. 

Si la ley de Dios está escrita en tu corazón, no produce miedo como en el Sinaí cuando da Dios las tablas de la Ley, recordarán que la gente tenía miedo cuando bajaba Moisés con las tablas; sino que inunda el alma de una dulzura secreta. 

«Señor Jesús, que aprendamos a ver siempre a la gente que está a nuestro alrededor con esos ojos de misericordia. Que aprendamos a aplicar lo que el Señor nos ha enseñado. Queremos ser fieles al Espíritu y no simplemente a la regla. 

Que no queremos rendirte culto con doctrinas que enseñan solo preceptos humanos. Nos interesa ser misericordiosos con los demás. 

Queremos que seas Tú, Señor, quien gobierne nuestros corazones y no las reglas obtusas o las reglas durísimas, que hacen que nos portemos mal con los demás, que miremos mal, que tengamos esos comentarios que son críticas…» 

INSCRITO EN CORAZÓN Y NO EN PIEDRA
LAS CRÍTICAS MATAN

El Papa recientemente se ha manifestado muchas veces en que las críticas matan a la Iglesia, y así como en esta historia de Lisa y John nos puede pasar lo mismo que a veces estamos viendo las cosas con los ojos equivocados, en este caso porque las ventanas estaban sucias. 

«Señor Jesús, a Ti te pedimos que nos ayudes a limpiar una y mil veces estas ventanas de nuestra vida, que sepamos ser mucho más condescendientes con los demás.

Que no juzguemos, que tengamos esa delicadeza de todos los días volver a hacer ese compromiso Contigo: de ver a los demás como una madre a su hijo».

Y para eso hay un consejo que nos da san Josemaría que es buenísimo, que es vivir la misericordia. Vivir la misericordia es vivirla con los demás, ver a los demás con esos ojos de madre, y las cosas cambian. 

Recordarás esa anécdota que se cuenta de cuando el niño pequeño se mete y se hurga la nariz, se mete el dedo en la nariz, todos los invitados pueden decir: —¡Qué sucio!… mientras que su madre va a decir: —Es que en el futuro, va a ser investigador. 

Y san Josemaría terminaba esa anécdota diciendo: —¡Ojalá todos veamos siempre investigadores!. 

SER MISERICORDIOSOS, OMITIR JUICIO

Y así nos toca ser, porque sólo Dios conoce lo que pasa en los corazones de todos. 

Vamos a pedirle a nuestra Madre, la Virgen, que seamos todos súper delicados y misericordiosos, que tengamos ese mismo corazón que quiere el Señor. 

Que no juzguemos, que no critiquemos, que no hagamos la contra a la gente, sino que sepamos ser misericordiosos.

Que sepamos disculpar, que nunca juzguemos con ira o juzguemos con desatino, sino que seamos personas delicadas que omiten el juicio y que rezan siempre por los demás. 

Ponemos estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen.

 


Citas Utilizadas

1 R 8, 22-23. 27-30

Sal 83

Mc 7, 1-3

Reflexiones

Señor, enséñanos a ver con Tus ojos misericordiosos. No juzgar y ver siempre el lado bueno de los demás…

¡enséñanos a limpiar las ventanas de nuestra vida!

Predicado por:

P. Juan Carlos

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