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P. Santiago

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ESTAMOS EN GUERRA

San Pablo nos exhorta a la guerra. Pero nos advierte que el enemigo no es de carne y hueso sino contra los principados, las potestades, los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. ¿En dónde actúa ese enemigo?

EN GUERRA CONTRA LAS ASECHANZAS DEL DIABLO

¡Estamos en guerra! Y hay un tiempo para la guerra, y hay un tiempo para la paz. ¡Pero ahora estamos en guerra! Y, ¿Cuál es la guerra que debo pelear? Si yo me puedo apuntar en una guerra, ¿A cuál me debo inscribir como soldado? Es una pregunta importante que debemos hacernos.
Hoy quiero comentar no el Evangelio de la Misa, sino la primera lectura que es de san Pablo a los de Éfeso:

“Hermanos, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios para poder afrontar las asechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo de tinieblas, contra los Espíritus Malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios, para poder resistir en el día malo, y manteneros firmes, después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes, ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia, calzad los pies con la prontitud para el Evangelio de la paz, embarazad el escudo de la Fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del Maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.”   (Efe 6, 10-20)

¡Listo, ya sabemos que estamos en guerra! Y en una guerra es muy importante saber quién es el enemigo. Si la guerra puede ser la equivocada, pues el enemigo también.
Por eso decimos en el Padre Nuestro: ¡Líbranos del mal! Se lo pedimos cada día al Padre Nuestro en esa oración.
¿De qué mal? ¿Quién es mi enemigo? También tengo que saber cuál es el campo de batalla.  Tengo que conocer cuáles son mis fuerzas, cuáles son mis armas con las que me puedo defender.

NUESTRA VOLUNTAD

Vamos a decir algunas cosas del enemigo, “el enemigo”. Tenemos que defendernos de la astuta estrategia de las potestades malignas. “Potestades”, no es uno, son muchas.
Los espíritus malignos no gobiernan el orden natural, sino que gobiernan dentro de las voluntades de esta humanidad descarriada, que se ha echado desastrosamente a perder por su propia voluntad.
El enemigo combate con “artificio”, para engañarnos con” trampas”, el diablo nunca nos presenta de forma clara los pecados, sino que siempre utiliza “artificios”, preparando discursos persuasivos, haciendo uso de eufemismos, siempre engañándonos, siempre mostrándonos otra cosa…
¡El demonio! Puede haber un reparo en hablar del demonio, de Satanás, de Satán. “Pero el que más hablo del demonio fuiste Tú, Jesús.”
No es que no se pueda hablar, es que Jesús fue que más habló del demonio, el demonio es quién nos quiere hacer errar de guerra. Inclusive nos quiere engañar para que pensemos que la guerra está en otra parte.
Por eso, es el acusador, el que nos engaña, él quiere que no podamos elegir libremente, y para eso utiliza la mentira, y eso nos lleva la oscuridad, a las tinieblas.

LA GUERRA VA POR DENTRO

Estamos en Guerra
San Pablo lo dice súper claro:

“Los enemigos no son hombres de carne y hueso, sino los Principados, las Potestades, los Dominadores de este mundo de tinieblas, los Espíritus malignos del aire.”   (Efe 6, 12)

Y esos enemigos actúan dentro del corazón. “Hay veces Jesús, pensamos que el enemigo pues es otro, que el enemigo incluso es otra persona, o son las personas… ¡cuando el enemigo es otro!
Siempre la batalla será absurda, será la batalla equivocada. Ahora pienso con tristeza, con pena, en tantas familias, en tantos matrimonios, que piensan que el culpable, que el enemigo es la otra persona, ¡y no!
Esa no es la guerra justa para pelear. El verdadero combate, la verdadera guerra, es contra nosotros mismos, contra las mentiras que tengo en el corazón y que precisamente me llevan a ver en el otro a un enemigo, a encerrarme en mi propio caparazón, en mi propio egoísmo, a defenderme.
El enemigo nos vence cuando nos arrebata la libertad, pero ¡cuál libertad?
Cuántas personas, cuántos santos, nos han enseñado que no obstante no tener libertad en este mundo, siempre se aferran a la libertad para amar. ¡Esa es la auténtica libertad, la libertad para amar!
Por eso el enemigo nos quiere arrebatar esa libertad, ¡esa libertad precisamente! Y nos engaña solamente para que busquemos la “falsa libertad”, la libertad para nosotros mismos.
La libertad nadie me la puede quitar, ¡eso es verdad! La única manera ¿saben cuál es? Que yo entregue mi libertad.
Por eso el demonio está trabajando con astucia, con mentiras… hasta que yo le entrego mi libertad. Ahí “chao pescado” ¡Se pierde todo! ¡Se pierde la guerra! Ahí se perdió.
QUITAR LA AMARGURA DEL ALMA

LA CAPACIDAD DE AMAR

Eso es lo que quiere el demonio, que yo le entregué mi libertad. Las cosas que dejamos entrar al corazón y que nos quitan la capacidad de amar, de libertad, son cosas que vienen del enemigo, si, las cosas que dejamos entrar en el corazón.
San Pablo dice que en el corazón nacen todas esas cosas; los robos, los adulterios, la ira, los odios, los rencores, todo sale de ahí, del corazón. Por eso, la ley del demonio está en mi corazón.
Y eso también lo sintió san Pablo, esta vez no escribe a los de Éfeso, sino a los romanos, dice así:

“Al querer hacer el bien, encuentro esta ley en mí que el mal está junto a mí. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior. Pero veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.”   (Ro 7, 20-23)

¡Que está en mis miembros! ¡Que está en mí! Por eso el maligno es uno, que pone una pregunta engañosa; ¿Qué tengo que hacer para ser feliz? Esa es una pregunta que puede ser muy engañosa.
La respuesta fácil es: darme la buena la buena vida, la vidorra, ser egoísta, darle espacio al orgullo, a la vanidad, a la sensualidad…
Muchas veces el problema no es no tener respuesta a la pregunta, o a algún problema, muchas veces hay que cambiar la pregunta, para fijarnos cuál es la guerra a la que me quiero apuntar.

LA GUERRA EQUIVOCADA

Cuando la batalla la combatimos en el corazón, entonces vamos bien. Cuando pensamos que es contra alguien, vamos a fallar, será la batalla equivocada.
La verdadera batalla es la batalla que se pelea a escondidas, allí en el propio corazón. No es una batalla externa.
Y llegaron los 10 min con Jesús a su fin. ¡Dios mío! “Jesús, aquí tenía el guion que me preparé para la meditación”.
Tenía que comentar la “armadura de Dios”, la “armadura de la luz”, pero ya no hay tiempo.
Entonces vamos a hacer lo siguiente, en la siguiente meditación, lo voy a hacer, dentro de 8 días voy a comentar esas “armas de la luz”, esas “armas de Dios”, para combatir contra este enemigo.
Ya tenemos claro cuál es el enemigo, ahora vamos a prepararnos con la armadura de Dios.
Acudimos a nuestra madre para seguir en oración, para seguir hablando con Dios, e identificando cuál es mi enemigo, cuál es el campo de batalla, cual es la guerra que tengo que pelear.


Citas Utilizadas

Efe 6, 10-20
Sal 143
Lc 13, 31-35

Reflexiones

Señor, que no nos dejemos engañar, que siempre sepamos pelear la guerra que está en nuestro corazón, con las armas de la fe y del amor.  Que sepamos elegir libremente la batalla y nunca defraudarte.

Predicado por:

P. Santiago

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