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P. Juan Carlos

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DAR FRUTOS BUENOS

¿Qué clase de árbol queremos ser? ¿Qué clase de frutos queremos producir? Hoy podemos arrepentirnos de los malos frutos y buscar en Cristo los mejores frutos. Que llevamos en el corazón, cosa buenas o malas.

En el sitio donde estoy, tengo un árbol a la entrada de la casa que siempre está cargado de frutos. Se llaman pomarrosa y es un fruto pequeño de color rosa fucsia -yo no sé, las mujeres tienen como mucha más habilidad para saber los colores- pero el árbol este da cientos de estos frutos. ¡Es impresionante! Una vez llenó el techo de estos frutos y de hojas… Es como impresionante la cantidad de frutos que da, lo generoso que es este árbol, algunas veces de más, podríamos decir.

Este es el ejemplo que me viene a la cabeza cuando escucho el Evangelio de hoy, porque Jesús les plantea a los que le escuchaban una parábola similar. Dice:

“Jesús les dijo está parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no la encontró. Dijo entonces al viñador: -Ya ves, llevo tres años viniendo a buscar fruto de esta higuera y no lo encuentro. ¡Córtala! para qué va a perjudicar el terreno. Pero el viñador respondió: -Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré y le echaré estiércol a ver si da fruto en adelante; si no, la puedes cortar.”

(Lc 13, 6-9).

Y yo creo que a todos nos es claro el asunto. ¿Cuánto fruto das? Es una cosa que todos podemos preguntarnos. ¿Qué tipo de frutos doy en mi vida? ¿Doy frutos de amabilidad, de entereza, de fidelidad? O doy frutos, al contrario, agrazones: violencias, iras, resentimientos… Tengo mi corazón enfocado y soy un árbol positivo o, al contrario, me recargo de frutos negativos.

Porque lo conocemos: el árbol sólo puede ser conocido por sus frutos. El árbol puede ser muy hermoso, muy alto, tener bellos colores, grandes hojas… Podríamos decir, proyectos profesionales, títulos nobiliarios, no sé, lo que sea. Pero la realidad no marca eso, sino sus frutos.

¿Cuáles son los frutos que doy? ¿Qué frutos damos? Podemos ver a nuestro alrededor: si la gente está contenta con nosotros o no. Si somos normalmente personas conflictivas, que decimos cosas hirientes, que nos estamos quejando constantemente, o somos al contrario personas que dan paz, estabilidad, que saben dejar pasar las cosas, que no están apuntando todos los errores que ocurren alrededor… Porque la forma de dar frutos, esos frutos de paz, de estabilidad, pasa por la estabilidad interior. Porque si uno internamente está estable, pues así afuera también se verá así.

Sembrar y dar frutos

¿Cuáles son nuestros frutos? Serán los resultados de los frutos espirituales de vencer los pecados, de crecer en santidad y en comunión con Dios, logrando poco a poco. ¿Qué progresos tenemos? ¿Qué traumas anteriores o problemas superamos? ¿Cuáles son los frutos en el hogar, en el matrimonio, con nuestros hijos? ¿Los frutos -no sé- con las personas que esperan de nosotros, con los que trabajamos?

Es genuino del espíritu cristiano producir frutos espirituales y buenos. En cambio, cuando no estamos acostumbrados a hacer este proceso que dice el dueño de la higuera -dice que, bueno, vamos a cavar alrededor, le echaría estiércol, vamos a trabajarle un poco… Ese “trabajarle un poco” es lo que hace normalmente el director espiritual, que mete las manos y recorta un poco y dice reza esto, o léete esta cosa, o profundiza, o lleva a la oración este tema o… Claro, cuando hacemos esto, que es una forma como de podar, como de ir arreglando nuestra vida interior, es lógico que la planta, que somos nosotros, funcione mejor.

Por eso, esto está en nuestras manos. No es simplemente como un auto convencimiento de ir y hacer las cosas, sino es dejarnos ayudar por un director espiritual, por un confesor, por una persona que tiene una espiritualidad más fuerte y que nos puede dar consejos certeros, que pueda, eso, podar y mejorar el estado de la tierra.

Porque al contrario, cuando no tenemos esa ayuda, cuando pecamos de modo insistente, cuando no simplemente es un error o una caída, sino que ya tenemos algo incoado dentro del alma y que se repite con frecuencia; por ejemplo, que nos ponemos iracundos, o que somos muy negativos, o que tratamos nos irritamos con frecuencia, o que corregimos con dureza… Todas estas cosas exigen corrección, exigen que hagamos algo por quitarlo de nuestras vidas, porque eso impide que produzcamos buenos frutos.

No se, todos tenemos la imagen, en la cabeza, de una señora mayor, gruñona, que es la típica, la bruja del 71 ¿no? que todo lo ve mal y -bueno, a Don Ramón lo veía bien, pero el resto de cosas, todo mal- y la gente le tiene miedo y tal… Bueno, no es como el ideal al que queremos ir ¿no? Lo que queremos es, más bien al contrario, ser personas que den paz a su alrededor.

Y por eso hay que buscarlo, hay que ver, porque el árbol -como nosotros- sólo expresa lo que tiene adentro, y los frutos que da es, igual que nosotros, lo que tenemos dentro son los frutos que luego vamos a dar.

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Jesús también habló del buen tesoro. ¿Cuál es tu tesoro? ¿Qué es lo que atesoras en tu corazón? “Señor, ahora que estamos haciendo estos diez minutos de oración, te pedimos que nos ayudes a vivir con más intensidad. Que nos demos cuenta que tenemos que cambiar cosas, que todos tenemos que cambiar cosas para mejorar. Pero no en plan de trauma, no, sino en plan de queremos dar buenos frutos, y hay que cortar por aquí y poner un poco más de abono, y tal vez ir a un retiro o, tal vez, irnos a confesar, o ir con más frecuencia a recibirte en la Eucaristía. Señor, muévenos el corazón para que nos decidamos a dar esos pasos necesarios. Que seguro Tú nos esperas, que seguro Tú nos darás esa fuerza también para concretarlos. Queremos ser buenos árboles, Señor”.

Si llenas un balde de agua, sólo podrá salir agua del balde. ¿Con qué llenamos nuestra mente? ¿Con qué llenamos nuestro corazón? ¿Qué leemos, qué oímos, qué miramos? Podemos llevar nuestra vida con vulgaridad, con inmoralidad, con engaños, con amargura, con codicia… O podemos llenar nuestra alma de cosas buenas.

“Señor Jesús, ayúdanos a que escojamos este segundo camino, a que nos esforcemos por hacer las cosas bien, a llenarnos de cosas positivas.”

Eso no quiere decir que estés oyendo Radio María todo el día, ¡no! Pero llenar el corazón de estos ratos de oración, de estos minutos dedicados solamente a ti, de poner el Ángelus, el Rosario, el acudir a medios de formación para ir mejorando… Todas estas cosas nos ayudan, por supuesto.

¿Qué clase de árbol queremos ser? ¿Qué clase de frutos queremos producir? Hoy podemos arrepentirnos de los malos frutos y buscar en Cristo los frutos mejores. ¿Qué llevamos en el corazón, cosas buenas o cosas malas?

Vamos a pedirle, “Señor, ayúdame a quitar las cosas malas”.

No puedo terminar este rato de oración sin advertirte de algo que a veces puede estar metido y que es especialmente negativo, que son los resentimientos, el no perdonar. Eso es como cuando en el árbol encuentras una piedra, la piedra sí que es un problema más complicado, no deja hacer nada. Bueno, cuando hay una piedra, pues hay que quitar la piedra lo más pronto posible antes de que eso haga que las raíces se empiezan a ir por un lado o por otro, o que el árbol crezca chueco ¿no? Las piedras son los resentimientos. Eso, la falta de perdón, eso hay que quitar, definitivamente, porque nos impide dar fruto.

Pero después de eso hay cantidad de detalles que nos pueden ayudar a hacer las cosas mejor. Que no puedan decir:

“Ya ves, llevo tres años viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro”

(Lc 13, 7).

Te invito a ser mejor como la pomarrosa de mi casa, llena de frutos, llena de frutos, ¡impresionante!

Le vamos a pedir a la Virgen que nos ayude en este empeño de ser así siempre: personas que dan muchos frutos buenos.

 


Reflexiones

Señor, ayúdanos a darnos cuenta de lo que tenemos que mejorar para poder dar buenos frutos.

 

Predicado por:

P. Juan Carlos

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