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P. Federico

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CONFIÉSATE Y DESPUÉS HABLAMOS

Jesús comienza por donde hay que comenzar: “-Hijo, tus pecados te son perdonados”. Ojalá que nosotros también sepamos comenzar por allí. No vaya a ser que nos estemos adornando con joyas estando en paños menores.

CONFIÉSATE

Volvemos a la escena tantas veces meditada…

«Jesús entra de nuevo en Cafarnaún. Se supo que estaba en casa y se juntaron tantos, que ni siquiera ante la puerta había ya sitio. Y les predicaba la palabra. 

Entonces vinieron trayendo un paralítico, llevado entre cuatro. Y como no podían acercarlo hasta él a causa del gentío, levantaron la techumbre por el sitio en donde se encontraba y, después de abrir un hueco, descolgaron la camilla en la que yacía el paralítico. 

Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: —Hijo, tus pecados te son perdonados.

Estaban allí sentados algunos de los escribas, y pensaban en sus corazones: —¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? 

Y enseguida, conociendo Jesús en su espíritu que pensaban para sus adentros de este modo, les dijo: —¿Por qué piensan estas cosas en sus corazones?»

Nos detenemos aquí.

Quieren escuchar a Jesús, quieren incluso que se obre un milagro, pero se olvidan de que se necesitan unos pasos previos. Se necesita abrir paso a la gracia.

CONFIÉSATE Y HABLAMOS DESPUÉS

Te comparto un relato.

“Karen, es amiga de seis personas que ven a la Virgen desde el 24 de junio de 1981. Como ellos, intenta practicar las enseñanzas que Santa María ha revelado en Medjugorje, su pueblo natal. Un día, la invitaron a hablar de las apariciones en una parroquia de Estados Unidos.

El pánico la invadió, porque a su carácter, extremadamente tímido, le parecía un obstáculo invencible. Subió al escenario con la cabeza tan vacía, que ni siquiera era capaz de recordar los cinco puntos fundamentales transmitidos por la Señora.

Aun así, confiaba en María. Ella tendría algo que decir a ese gran número de personas allí congregadas.

Frente al micrófono, dedicó a los presentes un silencio absoluto. Ni una sola palabra le vino a la mente, pero se mantenía en calma.

La multitud conversaba en voz baja y, un poco inquieta, pretendía saber qué pasaba… Para los americanos, cinco minutos sin hablar rayan en la imposibilidad ontológica. 

Karen le dijo a María: “¡Mother! Si no tienes nada que comunicarles, tú sabrás lo que haces. Pero muéstrame si debo quedarme todavía mucho tiempo frente a este micrófono”.

E, inmediatamente, una moción en la voluntad. Acto seguido, ella misma se oyó decir a la gente: —¿Hay sacerdotes en la asamblea? —Quince manos se levantan. —¿Podrían subir al estrado, por favor? —les pide Karen. 

Todos los presbíteros se acercan. «—¡Mother! ¿Qué hago con ellos ahora?», suplica en su corazón. El auditorio está pendiente de lo que va a suceder. ¿Funcionará bien la cabeza de esta Karen de Medjugorje? 
CONFIÉSATE Y DESPUÉS HABLAMOS

TUS PECADOS TE SON PERDONADOS

Entonces, se dirige al público y sale de su boca lo último que hubiera querido decir: —La Señora no puede hablarles esta noche. Aquí hay demasiados pecados. Ustedes no podrían oír su voz. ¡Primero tienen que confesarse!

Eran las 19:30 horas, y solo disponía de cuarenta minutos para su charla, tiempo que fue consumido en exponer dos necesidades del alma: «conversión» y «sacramento del perdón». Karen, con la asistencia del Espíritu, explicó estas ideas y se fue.

Al día siguiente, el párroco, muy emocionado, le dijo:

—Karen, ¿sabe que anoche, a la una de la mañana, estábamos aún allí? Los quince sacerdotes dieron la absolución durante más de cinco horas. No sé qué le pasó a esa gente: la mayoría no se había confesado en veinte, treinta o cuarenta años… ¡Había que ver los peces gordos que nos enviaba la Señora!

Aquella noche, centenares de pecadores, de los que casi todos habían ido por curiosidad, se fueron a sus casas radiantes y transformados por el reencuentro con su Salvador» (Tomado de «La oración mental», Francisco José Crespo Giner).

Hasta ahí llega el relato… Es algo serio esto: La Señora no puede hablarles esta noche. Aquí hay demasiados pecados. Ustedes no podrían oír su voz. ¡Primero tienen que confesarse!

Por eso Tú, Señor, comienzas por donde comienzas:

«Hijo, tus pecados te son perdonados».

LOS SACRAMENTOS Y LA GRACIA QUE DERRAMAN

¡Cuánto puede en nosotros la soberbia! Queremos hablarle a Dios y escucharle sin antes pedir perdón. O queremos presentarnos ocultando, escondiendo, nuestras miserias, manchas y pecados…

Nos avergüenzan, nos sentimos vulnerables al reconocerlos. Y eso no nos gusta. Porque nos gusta sentirnos firmes, fuertes, dignos…

Pero, ¿cómo vas a escuchar a Dios si no eres plenamente sincero ni con Él ni contigo mismo?

Por usar una expresión de san Josemaría:

“Esto sería adornarse con espléndidas joyas sobre los paños menores”

(Camino 409).

Se abre paso a la Gracia a través de los sacramentos. Y es en el sacramento de la Confesión donde despejamos el camino. Porque no se puede comulgar con un pecado grave… No puedo recibir la Confirmación en pecado grave… 

No me puedo casar en pecado grave, no me pueden ordenar sacerdote en pecado grave… De nada serviría recibir la Unción de los enfermos si estuviera conscientemente en pecado grave… 

De poder, puedo. Pero sería añadir un pecado mayor a los que ya tenía. Porque los sacramentos son joyas espléndidas, canales de la gracia divina. Por eso: ¡con ellos no se juega! 

No se puede tocar a Dios con las manos sucias por mucho que intentemos disimular las manchas, la suciedad. ¡Porque no me puedo adornar con joyas estando en paños menores! ¡Eso es ridículo!

Lo primero que necesito es un buen traje. Un traje de bodas para poder participar del banquete que Dios tiene preparado para mí.

LA CONFESIÓN… ¡DEJARME SANAR, DEJARME ABRAZAR!

Dime si no se te viene a la cabeza aquella parábola en la que

«Los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenó de comensales la sala de bodas. 

Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; y le dijo: —Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda? Pero él se calló. 

Entonces el rey les dijo a los servidores: —Atenlo de pies y manos y échenlo a las tinieblas de afuera; allí habrá llanto y rechinar de dientes»

(Mt 22, 10-13).

Así que lo primero: . La confesión. Después: las joyas; los otros sacramentos y ese trato íntimo y confiado con Jesús.
Déjate limpiar por Él. Déjate sanar, déjate abrazar. 

Lo sabemos: no hay mejor sastre del alma que aquel que la creó.

¡Cómo se disfrutan tantos y tantas poniéndose guapos y guapas para los banquetes! Elección del vestido, combinación con los accesorios, el salón, maquillaje, peinado, perfume… Y, por supuesto, ¡las joyas!

JESÚS OCULTO TRAS EL CONFESIONARIO

Por eso me pareció acertado terminar con algo que releía hace poco:

“Junto a los Evangelios, otro camino para crecer en amistad con Jesús es acercarse a los sacramentos. Aprender a tratar en el silencioso misterio de Amor que es la Eucaristía. 

Disfrutar de la experiencia del perdón en la confesión. Has leído bien: disfrutar, porque el perdón es una experiencia tan grande de encuentro con Jesucristo, que no cabe menos que disfrutar. 

Santa Faustina escuchó en una ocasión al Señor que le decía: «Yo mismo estoy esperándote allí: tan solo estoy escondido por el sacerdote. Yo mismo actúo en tu alma: la persona del sacerdote es, para mí, solamente una pantalla».

Bueno, piénsalo la próxima vez que vayas a confesarte, y verás que todo cambia”

(Tomado de ¡Atrévete a soñar!, Lucas Buch – Nicolás Álvarez de las Asturias – Fulgencio Espa).

Y Madre Nuestra que Tu Hijo nos hable, que Tú nos hables, y que nos vistamos con el traje y las joyas…


Citas Utilizadas

1 S 8, 4-7. 10-22

Sal 88< Mc 2, 1-12 Mt 22, 10-13 Atrévete a soñar!, Lucas Buch – Nicolás Álvarez de las Asturias – Fulgencio Espa La oración mental, Francisco José Crespo Giner

Reflexiones

Que este año podamos disfrutar con frecuencia del sacramento de la Eucaristía, revestirnos con esa paz, tranquilidad y felicidad que da el sentirnos en paz con Dios.

Predicado por:

P. Federico

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