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P. Juan Carlos

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CON OJOS DE MISERICORDIA

Aprender a llevar los problemas que el Señor nos ha entregado, acompañar a los que están a nuestro lado, con ojos de misericordia, con el alimento de la Eucaristía que nos da la fuerza para hacer esos grandes milagros. 

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO

Dice el Evangelio que la iglesia nos propone el día de hoy:

«Me da pena esa multitud porque hace tres días que están conmigo y no tienen que comer».

Ya te acordarás es el momento en el que el Señor va a hacer ese milagro de la multiplicación de los panes. Y comienza el Señor explicándoles que le da pena esa multitud,

«Si los mando en ayunas a sus casas van a desfallecer en el camino y algunos han venido de lejos».

Es una problemática que Jesús plantea a los discípulos y que no tiene solución. La verdad, porque lo que se está planteando es algo que ellos, como humanos no pueden hacer nada.

Es una multitud de más de cinco mil personas; y ellos no han traído nada. No están preparados para enfrentar algo de ese estilo.

Y el Señor continúa, no se cansa.

«Los discípulos le preguntan: —¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?»

Aquí está el razonamiento que es completamente válido de los discípulos y completamente humano. Pero ellos están con Jesús, Jesús es Dios. Él puede hacer otras cosas.

«Y Jesús le responde: —¿Cuántos panes tienen ustedes? Y ellos responden: —Siete».

SIEMPRE A NUESTRO LADO

Hace muchos siglos, en el año trescientos sesenta más o menos, san Ambrosio, uno de los Padres de la Iglesia nos hacía pensar justamente en este Evangelio.

La palabra de Dios es palabra viva y a lo largo de los siglos, hemos reflexionado y pensado en las actitudes del hijo de Dios.

Fíjate como este hermano nuestro -hace tantísimos siglos- hace diecisiete siglos decía:

«El Señor tiene compasión a fin de que nadie desfallezca por el camino… Igual que hace llover sobre justos e injustos»

(Mt 5,45).

«Nutre tanto a los justos como a los injustos. ¿No es acaso gracias a la fuerza del alimento recibido que el profeta Elías, desfallecido en el camino, pudo caminar cuarenta días?»

(1R 19,8).

Y esto -no sé si te acuerdas-, pero está haciendo referencia a ese profeta que después de haber triunfado sobre los otros profetas de Baal, el contra cuatrocientos cincuenta que le persiguen y ya no tiene fuerzas y yace en Tierra…

Y Dios le mandó un Ángel para que le diera comida, le despierte y volviera a dormir. Le da más comida, le acompaña en ese sufrimiento. Le despierta de nuevo para que continúe su caminar por cuarenta días.

Y continúa también san Ambrosio diciendo:

«Este alimento se lo dió un Ángel; pero a vosotros es el mismo Cristo quien nos alimenta. 

Si conserváis el alimento así recibido, seréis capaces de caminar no cuarenta días y cuarenta noches… sino durante cuarenta años, desde la salida de vuestros confines de Egipto, hasta vuestra llegada a la Tierra de la abundancia, la tierra que mana leche y miel»

(Ex 3, 8).

CUESTE LO QUE CUESTE

EL CAMINO AL CIELO

Esto está también en el Éxodo. Y hoy Señor tenemos esto que también vemos en nuestras vidas. Vemos que algunas veces no podemos contra lo que nos toca enfrentarnos: una enfermedad, una situación laboral, algo que nos pasa con la pareja o con la dispareja, o con los hijos; y que es algo que no podemos hacer…

Y Jesús está ahí al lado nuestro, como dice san Ambrosio para darnos de comer, para ayudarnos. A veces nos parece que todas las cosas deberían tener un final feliz aquí en la Tierra.

Pero la verdad es que, justamente nuestra fe, es  la que nos lleva a tener presente que, si cuidamos los mandamientos y los guardamos; si estamos cerca de Cristo, las cosas van a salir bien. Y es lo que realmente cuenta, es nuestro camino al Cielo.

Cuando las cosas no funcionan, cuando las cosas se ponen tal vez un poco cuesta arriba, cuando hay cosas que no podemos entender con nuestra paciencia, con nuestros ojos de humanos, pues hay que darse cuenta que Jesús nos está pidiendo un poco más… O que Jesús está utilizando esas inclemencias, esos desatinos, o las contradicciones para hacernos que volvamos nuestros ojos a Él.

Nos está pidiendo que hagamos como los Apóstoles: que cuidemos de lo poquito que podemos dar, esos siete panes. Que hagamos como Elías que apenas puede levantarse para comer lo que el Ángel le da, para seguir un camino que es complicado.

Quizás es acompañar a esa persona en su depresión, o tal vez es sufrir cristianamente ese aceleramiento. O esa pequeña tendencia que uno puede ir desarrollando con los años de hacerse más callado, o lo que a algunos les ocurre, que dejan de escuchar y entonces se aíslan y se vuelven un poco más callados… Y en lugar de buscar las formas de volverse a integrar, se van quedando aparte.

EL REINO DE LOS CIELOS

Bueno, todos estos son pequeños modos de que la materia se va gastando. De que el Señor nos pone también estas posibilidades de ver con ojos de sobrenaturalidad los acontecimientos, y darnos cuenta que la vida se acaba.

A distintas edades, la vida se acaba. Y es importante que nos demos la vuelta y busquemos realmente lo que importa, que es el Reino de los Cielos.

Tener compasión de los que están a nuestro lado, esa es otra cosa que podemos aprender de Cristo. Y no solo que nos propone la Primera Lectura… El Señor nos propone esto de dar, de enfrentar los problemas más grandes, sino que también está este otro asunto de acompañar a los que la pasan mal.

Tener misericordia de la gente y no centrarnos en nosotros mismos. Sino acompañar a esos que sufren más. De que tengamos ese corazón, esa compasión de  compartir y sufrir con él. Estar dispuesto a tener compasión. Tener ojos de misericordia.

Tener esa posibilidad, esa sensibilidad para no ver la agresión, para no ver las cosas malas, para quitar, para navegar en ese aspecto que a veces puede ser una respuestas hostiles, que a veces pueden ser hasta gritos… Y tal vez un ambiente más duro.

CON OJOS DE MISERICORDIA

El otro día estaba con unas monjitas que daban de comer, de almorzar a varias personas. Y me llamó la atención, porque los últimos tres eran unos chicos jóvenes que actuaban con alevosía.

Diciendo: —¡Estamos esperando aquí! ¿¡Qué pasa!? Y me encantó, cómo la monjita que les estaba atendiendo, no les dijo: —Váyanse. No les castigó. No.

Y ésta gente hablaba y se veía como de disgusto, un poco así como en mala forma. Pero la monjita les atendió con el mismo cariño, porque ve con ojos de misericordia.

Yo ya me hubiera lanzado a los puñetes… ¡Tal vez!Pero es que el Señor va cambiando los corazones de la gente. Y Jesús, hoy que estamos haciendo este rato de oración, yo te pido también que me ayudes a cambiar mi corazón para ser más compasivo, más misericordioso. Para tener la sensibilidad de ayudar a la gente.

Porque me doy cuenta que a veces soy duro. La gente me dice que digo las cosas con fuerza. Y eso a veces a algunos les gusta, pero otros salen corriendo, otros salen riendo… Pero bueno, yo le pido al Señor que me ayude también en esto, para tener más misericordia, aunque yo creo que a la gente también le ayuda mucho exigiendo, porque eso es también un rasgo de misericordia.

OJOS DE MISERICORDIA

SER MISERICORDIOSOS

Pero bueno, en todo caso, tú y yo, tenemos que ganarnos el Cielo en base a dar las cosas que tenemos, de llevar los problemas que el Señor nos ha entregado, que ha permitido que suceda en nuestras vidas, y hacerlo de la mejor forma.

Y el Señor está dispuesto a darnos esa comida que nos ayuda a dar los pasos necesarios. A enfrentar todas estas cosas. ¿Y cuál es esa comida? La eucaristía.

Jesús, que me esfuerce por aprovechar cada vez más tu presencia eucarística en el mundo, y sobre todo, en mi vida.

Que te vaya a visitar, que cada vez que comulgo me quede un tiempo dándote gracias. Que aproveche esos instantes Contigo; porque sé que Tú eres mi comida, Tú eres mi fuerza, todo lo que me hace cambiar y me ayuda a ser cada vez más misericordioso.

No podemos terminar este rato de oración, sin acudir a nuestra madre,  a la Virgen. Ella es la que tiene los ojos de misericordia más grandes, los ojos más hermosos y también los ojos más llenos de misericordia.

A Ella acudimos hoy para pedirle que nos ayude a cambiar el corazón, para aceptar lo que tengamos que llevar, y que estemos dispuestos a hacer esos milagros tan grandes como los que Jesús les pidió a sus Apóstoles.


Citas Utilizadas

Gn 3, 9-24

Sal 89

Mc 8, 1-10

Reflexiones

Señor, ayúdanos a tener un corazón misericordioso. A visitarte en el Sagrario y recibirte en nuestro corazón con más frecuencia.

¡Ayúdanos Señor!

Predicado por:

P. Juan Carlos

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