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P. Juan Pablo

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EL POBRE MIDAS

Estamos hechos para bienes inmensos que aún no poseemos. Con la ayuda de Dios, pongamos nuestros deseos en esos bienes que Dios nos promete.

            “El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes y el que es infiel en las cosas pequeñas también es infiel en las grandes.  Si ustedes no son fieles administradores del dinero tan lleno de injusticias ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Si no han sido fieles en lo que no es de ustedes ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?”

(Lc 16, 10-12)

En este Evangelio, Jesús nos abre la esperanza al futuro al hablarnos de que hay bienes verdaderos que no alcanzamos a ver ahora.  Al hablarnos que esos bienes, de alguna manera, nos pertenecen, tenemos derecho a ellos; son como una herencia.

            “¿Quién les confiará lo que sí es de ustedes si no han sido fieles en lo que no es de ustedes? ¿Quién les confiará lo que sí es de ustedes?

Como que todo lo que tenemos aquí en la tierra no es nuestro y realmente, pues así es.

LA APERTURA HACIA LA ETERNIDAD

Nosotros vivimos en este mundo pocos años y lo que tenemos, muchas veces lo dejamos de tener; o sea, tampoco es tan nuestro. En cambio, parece que sí hay algo nuestro, algo nuestro, nuestro, nuestro, que aún no poseemos y que es como una promesa de lo que sí poseeremos.

Es como una apertura hacia la eternidad.  Tú Señor, en este Evangelio, al final de esta parábola que nos cuentas para ejemplificarnos, terminas con esta enseñanza.  Hay que ser honestos aquí en nuestro trabajo, hay que ser buenos aquí también para que Dios nos pueda premiar en el futuro con los bienes verdaderos.

Esos bienes verdaderos que de alguna manera ya empezamos a poseer; empezamos a poseer de modo escondido.  A fin de cuentas, el bien, el bien es Dios y Dios en nosotros es la gracia; la vida de Dios en nosotros, lo más valioso que existe en el mundo es la gracia.  La gracia que Dios nos ha obtenido con Su muerte y Su resurrección.

LA GRACIA QUE JESÚS NOS HA OBTENIDO EN LA CRUZ

“La gracia que Tú Señor nos has obtenido en la Cruz.  Por eso, hoy que vamos a misa, ¡qué manera de enriquecernos tan grande! De poder estar presentes en Tu sacrificio, que puedo participar de ese sacrificio, de Tu muerte, de Tu pasión, muerte y resurrección”.

“Cuando vamos a misa, estamos participando de Tu pasión, muerte y Resurrección y podemos alimentarnos de Ti, podemos recibirte a Ti, que eres el autor de la gracia y nuestra alma se enriquece infinitamente”.

Ojalá y pudiera participar de la misa todos los días, el verdadero bien, los verdaderos bienes que ahora tenemos de modo sacramental, de modo escondido y que, en el Cielo, tendremos de modo evidente.

LOS BIENES VERDADEROS

¿Qué tanto Cielo vamos a tener? Pues ¿qué tanta gracia tenemos? ¿Qué tanto amor de Dios tenemos en el alma?

A propósito de estos bienes, de los que en el Evangelio se nos habla, los bienes verdaderos, están también los bienes falsos que pueden convertirse en falsos ídolos; pueden convertirse en el objeto de nuestro amor y eso es un error, eso es una equivocación.

Estamos hechos ciertamente para poseer y para ser poseídos; o sea, para amar y ser amados.  Ahora, si lo que amamos es el dinero, pues nuestro corazón se empequeñece.  Si lo que amamos es a Dios, pues nuestro corazón se engrandece.

EL REY MIDAS

Me acordaba de aquella historia del rey Midas, que tengo aquí en mis manos y que te voy a leer la narración que hace Ovidio en su libro de las metamorfosis.  Hubo un dios que fue a visitar al rey Midas y le ofrece un regalo y leemos:

            “El dios, como recompensa, le concede un don agradable pero dañino con arreglo a su elección.  Aquel, haciendo mal uso del regalo que se le ofrece, exclama: haz que todo lo que mi cuerpo toque se convierta en oro, de amarillento reflejo.  Liber asintió en su deseo y le concedió el dañino don, doliéndose de que no le hiciera una petición mejor.

            El héroe Berecinto

(refiriéndose a Midas)

se marcha contento y se goza de lo que será su desgracia y, para asegurarse de la fidelidad de la promesa, prueba tocando cada cosa, cada una de las cosas que encuentra, apenas confiando en sí mimo,

EL EGOÍSMO

Arranca una rama de una encina no muy alta que estaba cubierta de hojas, la rama se convierte en oro.  Coge una piedra del suelo, ésta también se ha tomado el pálido color del oro.  Coge un terrón de tierra, a su contacto poderoso, el terrón de tierra se convierte en un lingote de oro. Coge secas espigas de Ceres, la mies se convierte en oro.

            Tiene un fruto que ha arrancado de un árbol, creerías que se lo han entregado las Hespérides.  Si con sus dedos tocaba las altas puertas de su palacio, éstas resplandecían de oro.  Cuando se lava las manos con agua, ésta, al caer de sus manos, podía muy bien engañar a Dánae. 

            Apenas puede contener dentro de su corazón las esperanzas y todo se lo imagina de oro.  Lleno de gozo, la servidumbre le prepara la mesa colmada de manjares en donde no faltaba la harina tostada.  Pero si con sus manos tocaba los dones de Ceres, se endurecían. 

SABER PENSAR EN LOS DEMÁS

            Si se disponía a partir con sus dientes algún manjar con gran avidez, una lámina dorada apretujaba aquel manjar al retirar los dientes.  Si con agua pura mezclaba el líquido de su benefactor, veía verterse sobre esos labios entreabiertos un oro líquido.

            Atónito ante la novedad de este mal: rico y pobre a la vez, no desea otra cosa que huir de tanta opulencia y aborrece la que hace poco deseaba.

            En medio de la abundancia, no tiene con qué apaciguar su hambre.  Una sed abrasadora le seca la garganta y maldice este oro que le proporcionaba tantos tormentos bien merecidos”. (Las metamorfosis, Libro XI.  Ovidio)

ESTAMOS HECHOS PARA MÁS

            Es una historia triste la de Midas, que al final acaba pobre porque deseó cosas muy pequeñas, que era el oro.  Es algo pequeño, estamos hechos para más, estamos hechos para Dios, nuestro corazón está hecho para Dios y se puede corromper amando otras realidades como el dinero, no como un placer o como los honores, que esos son los pecados capitales, el buscar esas cosas como si fuera el bien, como si fueran lo que nos perfecciona.

            Hay un punto de camino que es extraordinario y habla con gran vivacidad, con mucho color de lo que es el pecado, de lo que es la gran estafa del pecado.  Dice san Josemaría:

“El mundo, el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer -que nada vale-, les entregues el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios, que son el precio y el tesoro de tu eternidad”.

(Camino, punto 708)

EL PECADO

El pecado, aquí san Josemaría lo explica como esa estafa.  Es un cambio de un placer que nada vale, del espejuelo de un placer que nada vale.

“Por el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre de Cristo”,

eso es el pecado y en este día que meditamos esta parábola del administrador infiel, de aquel administrador que buscaba enriquecerse a toda costa y que hacía trampas para eso.

El estafador resultó estafado, porque el era el que estafaba y que se enriquecía, al final de cuentas puso su corazón en una realidad que lo estafó.  Que le hizo el corazón pequeño, que le hizo el corazón egoísta.

Hoy te pedimos Señor que nos ayudes a tener un corazón puro, un corazón que busque los bienes verdaderos.  Un corazón que busque la amistad Contigo; que busque el amor a Ti sobre todas las cosas y que sea amor lo que unifique todos nuestros deseos y todas nuestras acciones, como lo hizo en la vida de nuestra Madre, María Santísima.


Citas Utilizadas

Am 8, 4-7

Sal 112

1Tm 2, 1-8

Lc 16, 1-13

Las metamorfosis, Libro XI, Ovidio

Camino, punto 708.  San Josemaría

Reflexiones

Jesús, ayúdame a tener un corazón puro, que busque los bienes verdaderos; un corazón que busque la amistad Contigo.

Predicado por:

P. Juan Pablo

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