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P. Federico

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¡BASTA YA DE MENDIGAR!

Tú y yo somos Bartimeo, mendigando en el camino de la vida por nuestra ceguera. Jesús pasa y nos llama. Nos ilumina con su cercanía. Abre los ojos, contempla su rostro y déjate transformar.

Se llama Bartimeo y no recuerda cuántos lleva ciego.  Parecen siglos… se llama fulano, sutano y mengano; o sea, se llama tú y se llama yo.

Tal vez nuestra ceguera no es general, sino selectiva…: no vemos aquello.  Le “tapamos el ojo al macho” -como dicen- o “tapamos el sol con un dedo” y no lo vemos, al menos eso decimos y, a la orilla de la vida, pedimos limosna.

Ciego, ciego… ceguera de mucho tiempo, ciego longevo, ciego, ciego… ya ni nos acordamos de cuánto tiempo llevamos así.  Ese olvido es parte de nuestra ceguera, por eso pedimos limosna, deseando que alguien se apiade.

Se equivoca la vista, pero basta con el oído para escuchar y saber que aquel rumor de gente tiene algo de especial.

Es mucha gente, pero en medio, notamos que hay Alguien que es más que toda esa muchedumbre.  Basta el oído para reconocerlo, pero preguntamos queriendo confirmar nuestras sospechas: ¿qué pasa? Y nos contestan:

“Es Jesús Nazareno, que pasa”.

La respuesta estremece, porque esto no pasa todos los días; no es algo que pasa, es Alguien que pasa.  Y nos asomamos a la orilla de la vida y comenzamos a gritar:

“¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

¡Apiádate de mí!

“Y los que iban delante le reprendían para que se estuviera callado”.

La gente que rodea a Bartimeo le dice: ¡Cállate hombre! Algunos tal vez le dicen, te dicen: Naciste ciego y así te vas a quedar, ¿para qué molestar? ¿Quién eres tú para detener al Maestro…?

LA VISTA SE EQUIVOCA, PERO BASTA EL OÍDO

Pero esta oportunidad no se le va a escapar.  Que no se pueda decir que él se quedó cruzado de brazos; que no se pueda decir de ti que no pusiste los medios, que no hiciste nada.

“Él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!””

La vista se equivoca, pero basta con el oído para darse cuenta de que algo ha pasado: Jesús se detiene en mitad del camino de la vida y pregunta por ti, pregunta por mí…

“Patitas, ¿pa’ qué te quiero?”

El ciego es ciego, pero tonto no es.  Da un salto y el manto se le cae, pero ¿qué importa el manto? ¿Qué importa dejar esto y aquello cuando es Jesús quien me llama? ¿Qué importa cambiar este mal hábito, dejar este gustito, salir de la comodidad de mi manto si es Jesús quien me espera?

“Y cuando se acercó, le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” –“Señor, que vea” respondió él.  Y Jesús le dijo: “Recobra la vista, tu fe te ha salvado””

(Lc 18, 37-42).

La escena la describe un poeta diciendo:

“Y el pobre Bartimeo” (tú mismo, yo mismo) “abre sus párpados y contempla

no las verdes colinas, no el cielo estrellado azul,

sino el rostro más luminoso de la creación.

Ya habrá tiempo de curiosear por el resto del universo.

Por ahora, Bartimeo tiene para siglos de contemplación

con la Faz que de pronto le ha sonreído,

con ser el primer mendigo de la Belleza eterna,

con mirar, a través de las lágrimas del amor de Dios,

el célebre fulgor de los mil soles

del rostro de Jesús de Nazaret”

(José Miguel Ibáñez Langlois, Libro de la Pasión).

¡Qué razón tiene! ¿Qué más va a ver? Ese rostro ilumina toda el alma.  Nos quita la ceguera.  Vemos con Él (contigo Señor) lo que hay que cambiar y lo cambiamos… “bueno, te pedimos que nos ayudes a cambiarlo”.

SEÑOR, DESEO VER TU ROSTRO

“Vultum tuum, Domine, requiram!” Como le gustaba repetir a san Josemaría:

“¡Señor, deseo ver tu rostro!”

Tanto lo quiere ver Bartimeo, que ya no le hace falta ver nada más.  Todo lo demás es solo adorno; todo lo demás es accidental, lo único que vale es Jesús de Nazaret, que me ha visto y me ha iluminado en cada confesión sacramental, en cada Sagrario por donde se asoma.

Dice el Evangelio que Bartimeo, a partir de aquel momento:

“Le seguía glorificando a Dios”

(Lc 18, 43).

¿Qué más iba a hacer? ¿A quién más iba a acudir?

“Pero ojo, el relato del Evangelio acaba así, pero no es que así acaben siempre esos encuentros contigo Señor. Ni en tierras de Palestina, cuando Tú recorrías aquellos caminos, ni ahora que nos sales al encuentro a nosotros”.

Ante Jesús podemos reaccionar de mil maneras, ¿cómo reaccionas tú?

EL SALVATOR MUNDI

Bartimeo

No sé si supiste de la obra de arte más cara de la historia, un Da Vinci: el Salvator Mundi.

En 1958 se había subastado sin saber que era un Da Vinci auténtico y su valor no alcanzó los $100 y resulta que en 2017 se subastó en Christie’s, Nueva York por un poco más de $450 millones.

La casa de subasta quiso darle una despedida a esa gran obra de Leonardo y la dejó expuesta al público un par de días (si no me equivoco).  

Por allí pasaron miles de personas.  Lo curioso es que habían colocado una cámara que grabó las reacciones de la gente al estar delante de aquel cuadro, como si la cámara viese desde el cuadro a la gente.

Te comparto el enlace que está en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=d7omwQLuGJQ por si lo quieres ver.

Cada vez que veo este video, pienso en cómo la gente reaccionaba y sigue reaccionando ante Jesús, ante Ti Señor.

En el cuadro, “Jesús hace el gesto de bendición con la mano derecha, mientras sostiene una compacta bola de cristal con la izquierda”.

Muchos artistas han pintado algo parecido, pero como dice una biografía de Da Vinci:

“La versión de Leonardo contiene algunas características que lo diferencian: una figura que reconforta e inquieta, al mismo tiempo, una misteriosa mirada directa, una sonrisa difícil de interpretar…”

(Leonardo Da Vinci.  La biografía, Walter Isaacson).

ES CRISTO QUE PASA Y SE DETIENE

Es curioso cómo una obra de arte puede generar lo que uno ve en aquellos rostros grabados en la exposición.  

Hay curiosidad simplona -porque la hay- también hay sorpresa, hay quienes lo ven con gestos de intelectuales (conocedores que simplemente inspeccionan), hay otros que se conmueven, se resbalan unas lágrimas; en algunos rostros puedes ver auténtico arrepentimiento, cariño y hasta piedad.

Se acercan pequeños y adultos, jóvenes y ancianos, personajes anónimos junto con personajes famosos del cine.  Todos se asoman a contemplar aquel rostro.

Yo creo que esto es porque no es que solo se asoman a ver una obra de arte, sino por aquel rostro que se asoma a través del cuadro: un rostro que reconforta e inquieta al mismo tiempo; su misteriosa mirada directa, su sonrisa difícil de interpretar…

¿Qué vio Bartimeo? ¿Qué ves tú? ¿Qué veo yo?

El encuentro con Cristo, contigo Señor, vale más que mil Da Vinci’s…

Pero eso te digo, me digo, siento que Bartimeo nos dice: “Basta ya de mendigar en el camino de la vida, voltea a ver: es Cristo que pasa y se detiene.  Se detiene y te llama.  Míralo despacio y ábrele tu alma”.


Citas Utilizadas

Ap 1, 1-4; 2, 1-5
Sal 1
Lc 18, 35-43

Reflexiones

Señor, quiero abrirte mi alma; que vea, como Bartimeo.

Predicado por:

P. Federico

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