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Cuarto Domingo de San José

José varón justo

Seguimos con la consideración de los Domingos de San José.

“¡Vayan a José!” clamaba el Faraón de Egipto cuando el pueblo hambriento por la sequía no tenía trigo ni comida. “¡Id a José y hagan lo que él les diga!”. 

Existe una analogía entre el José bíblico, hijo de Jacob, hijo de Israel, y José de Nazaret, esposo de María.

Dios se sirve de José hijo de Jacob para resolver los problemas del hambre en el mundo y de ser precavido en épocas de abundancia. Análogamente en José de Nazaret encontraremos al “varón justo” en el que hallar soluciones a nuestros problemas de cada día, pequeños o grandes.

José, en hebrero, significa “añadir”, Dios añadirá. Por eso escuchamos de nuevo el grito del Faraón: “Vayan a José”, no te preocupes porque Dios añadirá.

Cuarto Dolor y Gozo

Una antigua tradición nos dice que en lugar de regresar a Nazaret, José y María se quedan a vivir en Belén. Transcurre más de un mes, y Jesús ya ha cumplido cuarenta días.

Entonces, sus padres lo llevan al templo, en Jerusalén, que está solo a unos cuantos kilómetros de donde viven. La Ley indica que cuarenta días después del nacimiento de un varón la madre tiene que presentar en el templo una ofrenda de purificación (Levítico 12:4-8).

Y eso es lo que hace María, quien lleva como ofrenda dos pájaros. Esta acción revela mucho sobre la situación económica de José y María. Según la Ley, la madre debe ofrecer un carnero joven y un pájaro. Pero, si no tiene dinero para un carnero. presentar dos tórtolas o dos palomas. Como María es pobre, eso es lo que ofrece.

Nos lo cuenta también San Josemaría:

Cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor. (Luc., II, 22.) Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda.

Simeón les anuncia que aquel Niño de pocos días será signo de contradicción, porque algunos se obstinarán en rechazarlo, y señala también que María habría de estar íntimamente unida a la obra redentora de su Hijo: una espada atravesaría su corazón. 

Dolor inmenso, sobre todo, porque en aquel momento en que es llamada Corredentora sabe que algunos no querrán participar de las gracias del sacrificio de su Hijo. El anuncio de Simeón, «la espada en el corazón de María -y añadimos inmediatamente: en el corazón de José, que es uno con ella, cor unum et anima una- no es más que el reflejo de la lucha por o contra Jesús.

Mucho más en el caso de San José: cuando oyó a Simeón, también una espada atravesó su corazón.

Aquel día se descorrió un poco más el velo del misterio de la Salvación, que llevaría a cabo aquel Niño que se le había confiado. Por aquella nueva ventana abierta en su alma contempló el dolor del Hijo y de su esposa. Y los hizo suyos. Nunca olvidaría ya las palabras que oyó aquella mañana en el Templo.

Junto a este dolor, la alegría de la profecía de la redención universal: Jesús sería la luz que ilumine a los gentiles y la gloria de Israel. Ninguna pena más grande que el ver la resistencia a la gracia; ninguna alegría es comparable a ver que la Redención se está realizando hoy y que son muchos los que se acercan a Cristo.

Oración

V/. Sé siempre, San José, nuestro protector.

R/. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, nos ayude, con María, la Madre de Jesús, a cumplir fielmente nuestra misión en la Iglesia.

V/. Ruega, por nosotros, San José.

R/. Para que seamos dignos de las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oremos:

Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José; concédenos, te rogamos, lo que fiados en su poderosa intercesión, humildemente, te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor.

R/. Amén.

 

 

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