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Juan Carlos Vásconez

Sacerdote. Doctor en Teología. Evangelizador digital. Instagram p.juancarlosv

5 min

En la Solemnidad de Cristo Rey

La celebración de Cristo Rey es relativamente reciente en la liturgia. Pío XI, haciéndose eco de múltiples peticiones procedentes de todo el mundo católico, creyó oportuno instituir esta Solemnidad en 1925, año en que se celebraba el XV centenario del primer Concilio de Nicea, donde se definió la consubstancialidad del Hijo con el Padre.

La decisión de Pío XI estuvo motivada, sobre todo, para hacer frente al avance del ateísmo y de la secularización en la sociedad. La finalidad es afirmar la soberanía de Jesucristo sobre los hombres y las instituciones.

Se dispuso que tenga lugar el último domingo de octubre. La liturgia renovada después del Concilio Vaticano II ha conservado la celebración, pero trasladándola al último domingo del año litúrgico, y de esta forma es como el remate y coronación de todo el año litúrgico. Además, ha cambiado parcialmente su sentido.

¿Qué ha dicho Jesucristo de sí mismo?

Jesús dijo: Yo soy el Mesías. Yo soy Rey. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Soy la Resurrección y la Vida. Yo soy el Pan de Vida. Soy la Luz del mundo. Yo soy el alfa y el omega, el primero y el último.

Pilato le preguntó directamente por su reino y Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo, si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: ¿Luego, tú eres Rey? Jesús contestó – Tú lo dices – yo soy Rey. Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la Verdad escucha mi voz (Jn 18, 33-37).

Cristo es Rey ante todo por su divinidad, ya que el Hijo, eterno y trascendente, es la Imagen perfecta del Dios invisible, su Verbo eterno, y a su vez la base de sustentación, el vínculo de unidad y el principio arquitectónico de toda la creación.

«Todo fue hecho para Él, por Él y en Él, y nada de lo que se hizo, se hizo sin Él», nos dice san Juan (Jn 1, 3).

Y efectivamente, Jesús quiere reinar en el corazón de cada hombre. Quiere reinar en tu corazón. Al Señor hay que darle el corazón entero. Jesús no se conforma con medios corazones. Puede servir esta meditación sobre el Reino en el corazón.

UNA VIDA LLENA DE MILAGROS

Características del Reino

Cristo es verdadero Rey y su reinado tiene varias características:

  • Reino de la Verdad. La Verdad es Jesucristo. Amad la Verdad; vivid en la Verdad; llevad la Verdad al mundo; sed testigos de la Verdad; Jesús es la Verdad que salva; Él es la Verdad entera, hacia la cual nos guiará el espíritu de la Verdad.

¡Busquemos la Verdad en Cristo, en su Iglesia!, pero seamos coherentes; amemos la Verdad, vivamos la Verdad, proclamemos la Verdad; ¡oh, Cristo! ¡Enséñanos la Verdad! ¡Sé para nosotros la única Verdad! Estas palabras de Juan Pablo II nos pueden ayudar.

  • Reino de la Vida.  La verdadera plenitud de la vida se encuentra solo en Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Solamente Cristo puede llenar, hasta el fondo, el espacio del corazón humano. Solamente Él da el valor y la alegría de vivir.
  • Reino de la Santidad.  El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad. Vosotros y yo nos decía san Josemaría que formamos parte de la familia de Cristo, porque “Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos”.
  • Reino de la gracia.   Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. (…) Pues de su plenitud todos hemos recibido, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo (Jn 1, 14). Cristo es la fuente inagotable de la gracia.

  • Reino de la justicia. En la Sagrada Escritura se habla de la justicia, se entiende como santidad, el justo es piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la Voluntad divina, bueno y caritativo con el prójimo. En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres.
  • Reino del amor. Tanto amó Dios al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo Unigénito, a fin de que todos los que creen en Él no perezcan, sino que tengan vida eterna. Pues no envió Dios su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve.
  • Reino de la paz. Jesús es el Príncipe de la paz, este bien divino, que el mundo no puede conceder, está en manos del Redentor, que nos dijo mi paz os dejo y mi paz os doy, no como la da el mundo (Jn 14,27). Jesús imploraba la paz para la Iglesia y para el mundo: intenciones siempre actuales, que hemos de reavivar especialmente en estos días.

Alegría Misonera

Misión del cristiano

Nuestra misión es extender y afirmar el reinado de Jesucristo en todos los corazones, y en todas las actividades humanas: Regnare Christum volumus! (Que reine la voluntad de Cristo) Jesucristo es Rey y Rey supremo, y debe ser honrado. Su pensamiento debe estar en nuestras inteligencias; su moral, en nuestras costumbres; su caridad, en las instituciones; su justicia, en las leyes; su acción, en la historia; su culto, en la religión; su vida, en nuestra vida.

Dios nos pide un corazón generoso, que retenga la Palabra de Dios y dé fruto como la tierra buena; nos exige que le amemos con el corazón entero; que perdonemos al prójimo, por supuesto, de todo corazón; promete la visión de Dios a cambio de un corazón limpio.

Reinará Cristo en nuestro corazón, si lo tenemos libre, sin dejarle que se apegue a ninguna cosa de la tierra. Jesús es claro, nadie puede servir a dos señores. Laura Pausini nos puede dar algunas ideas de cómo vivir más a Cristo, como cuenta esta meditación

La mejor forma de seguir a Cristo será concretar en nuestra oración personal buenos propósitos: de fidelidad, de amor, de entrega; de continuar poniendo siempre nuestros pies sobre las huellas que dejaron los santos, sin excusas ni pretextos; con ansias de amar, de corredimir; con el afán de que no pase ningún día sin llevar la Cruz de Nuestro Señor con garbo: no a rastras, sino con alegría.

¡Decidámonos a afrontar gozosamente las pequeñas contrariedades de cada jornada, porque ahí nos espera Jesús!

Le pedimos a nuestro Dios que amemos cada día más a su Hijo Jesús y a María Santísima, su Madre y nuestra Madre. Amor grande a la Iglesia, al Romano Pontífice, que se traduzca en obras de servicio. Dios puso en nuestros corazones una impaciencia santa por servirle, con una entrega que no admite ninguna clase de atenuantes ni compensaciones.

No hay excusa que valga para nosotros

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Escrito por

Juan Carlos Vásconez

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