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Maida Santa Cruz Undurraga

Profesora Religión, directora comunicación Camijunts

4 min

En comunión con ÉL (III): Nacemos para no morir nunca

El mayor regalo que nos ha dado Dios es la filiación divina, somos hijos en el Hijo. Jesús al abrazarse a la cruz, no solo nos regaló la salvación, sino que elevó nuestra naturaleza. Pasamos de ser unas criaturas capaces de conectar con Dios, a ser sus hijos adoptivos.

Beato Bartolomé Blanco

Este fin de semana  llegó a mis manos una carta de un joven, que fue nombrado beato por Benedicto XVI. Bartolomé Blanco nació en Pozoblanco (España) en 1914. Fue catequista y  secretario de la de Acción Católica. En 1936 fue encarcelado en Jaén, donde fue juzgado, condenado a muerte y fusilado el 2 de octubre de ese mismo año  junto a otras personas.

Como última voluntad le escribió una estupenda carta a su novia, a pesar que está condenado a muerte. 

UN FINAL FELIZ carta no morir nunca

Comparto un extracto:

Maruja del alma:

Tu recuerdo me acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, nobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte..

Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está! Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos.

¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida, de nada sirven los bienes y goces terrenales, si no acertamos a salvar el alma.

.. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva siempre para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración.

Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.  Bartolomé.

¡Impresionante!, ¿no?

Me llamo la atención sus palabras. Su tono alegre, la conciencia de saberse salvo. De entregarse a esa sentencia injusta, con la confianza en Dios, y la certeza del Gozo en el cielo. Por eso me atrevería a decir, que él tenía una conciencia plena en “que  nacemos para no morir nunca”. Y es más, estamos llamados a vivir plenamente en comunión con Dios desde nuestro Bautismo. Esta unión tiene vocación de eternidad. De plenitud. Excede hasta nuestra propia naturaleza, porque se enraíza en un gran don.

San Josemaría definió este sentido de la filiación divina como un deseo ardiente y sincero, tierno y profundo  de imitar a Jesucristo como hermanos suyos, para ser buen hijo de Dios Padre, y de estar siempre en la presencia de Dios; filiación que  nos lleva a vivir una  vida de fe y que a la vez, facilita la entrega serena y alegre a la voluntad de Dios.

¿Cómo Bartolomé tiene esa confianza y esa seguridad? Esta nace de una verdadera convicción de sabernos sostenidos y cuidados por nuestro Padre Dios. Por eso, tuvo el coraje para escribir de forma serena y alegre a su amada Maruja.

Nuestro gran Waze , la Filiación Divina

waze

Para Bartolomé la Filiación Divina fue su satélite. Una verdad que no solo la tenía como teoría, sino que la vivió plenamente, y que lo ayudó a orientarse y no perder el horizonte.  Estoy segura si Bartolomé estuviera vivo usaría Waze esta aplicación maravillosa que nos lleva a todas partes. No te ha pasado que cuando no estamos conectados  o perdemos la señal de los satélites.  Empieza a decir esta aplicación: Recalculando. También necesitamos, al igual que Waze,  recalcular.

Nosotros tenemos una facilidad mayor que Waze para perder el camino o desviarnos de los satélites que nos dan las coordenadas de nuestra vida.

¿Por qué hago las cosas? ¿Qué es lo que busco en mi trabajo? ¿Cómo veo a las personas con las que trabajo? ¿Cómo miro a los de mi familia? ¿Qué es lo que me mueve? ¿Qué me pone nervioso, qué me enoja y por qué? ¿por qué tengo miedo, por qué acumulo tensiones, por qué me siento inseguro? 

Con facilidad nos despistamos. En lugar de dirigirnos a amar a Dios, a verle y descubrirlo en todo, en lugar de querer a los demás y vivir para servirles… resulta que el yo dictador toma la voz cantante y nos extraviamos.

El gran satélite del cristiano, es la Filiación Divina :  Que Dios es mi Padre, que me quiere, que me espera, que está junto a mí en cada momento, que Jesús ha resucitado, vive y actúa, me ama y acompaña ; que ha vencido y con Él soy vencedor; que cada prójimo es hijo de Dios y merece todo de mí… . Somos familiares de Dios, pues compartimos su mismo Espíritu. Somos hijos de Dios y a la vez hermanos de nuestros hermanos por medio de los sacramentos. Me ha regalado ¡relaciones!. Soy hija, hermana, familiar, miembro de un pueblo, una Iglesia, descendiente de una estirpe. ¡Al final de los tiempos, Dios nos ha prometido  divinizarnos para vivir con Él eternamente! Lo vemos en la carta a los Hebreos: Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios.


Escrito por

Maida Santa Cruz Undurraga

Profesora Religión, directora comunicación Camijunts

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