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P. Juan Carlos

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UNIDAD DE LOS CRISTIANOS Y DE LA FAMILIA

Jesús exhorta a la unidad de sus discípulos en un solo rebaño, bajo un solo Pastor y ruega al Padre por la unidad de los suyos, a semejanza de la unidad del Hijo con el Padre. Sin unidad no hay vida ni frutos.
Unidad interior con Cristo, a vid y unidad también exterior entre los miembros del Cuerpo.

Comenzamos hoy el octavario por la unidad de los cristianos que, originalmente, se llamaba la “Octava de la Unidad”.
Esta semana comenzaba antes con la tradicional fiesta de la Cátedra de san Pedro y se destacaba en esa fiesta su confesión de fe, cuando reconoce que Cristo es Dios

“Tú serás Pedro y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia”

(Mt 16, 18).

Anualmente, la Iglesia católica (y no solo la católica, sino muchas iglesias cristianas en todo el mundo) celebramos esta “Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos”; siempre del 18 de enero hasta el 25.
En los últimos años siempre se explica que estas fiestas se acaban con la Conversión de san Pablo el 25 de enero.
Cuando se hizo la reforma litúrgica, se cambiaron algunas fiestas y, entre esas, La Cátedra de san Pedro, por eso no comienza el 18 de enero.
De todas formas, muchos anglicanos -por ejemplo- continúan celebrando una fiesta similar en este día llamada: La confesión de san Pedro, que se enfocan en esa confesión que dio san Pedro en apoyo de la Divinidad de Jesús.

FUERZA A LA UNIDAD

En el Evangelio de san Juan encontramos ese texto que le da tanta fuerza a la unidad.  Dice Jesucristo en la Última Cena, cuando está con los apóstoles, en ese discurso sacerdotal tan profundo:

“Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de Ti, porque las palabras que Tú me diste, se las has dado a ellos y las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de Ti.  Han creído que Tú me has enviado”.

Es la realidad, los discípulos creen ya en el Padre.  Pero aquí viene la petición de Cristo:

“Por ellos ruego; y no ruego por el mundo, sino por los que Tú me has dado porque son tuyos; todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos.

Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, yo voy a Ti Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros”

(Jn 17, 7-11).

“Señor Jesús, queremos ser uno como Tú y el Padre.  Sabemos que en nuestra realidad esto es un poco difícil porque nosotros no tenemos esos dones y con facilidad las cosas malas que abundan en la materia salen para eso: para dividirnos”.
Dentro de los mismos hogares, por ejemplo, que a veces es fácil vivir la caridad con la gente de fuera y muy difícil con los que tienes más cerca.
El Señor está rezando a Dios Padre para pedirle justamente lo contrario: que sepamos ser uno como Él y el Padre y el Espíritu Santo es uno.

JESÚS SE QUEDA CON NOSOTROS

Unidad

“Cuando yo estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado.  He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura”

(Jn 17, 12).

El Señor Jesús se queda con nosotros y nos cuida y ahora nos cuida el Espíritu Santo, el consolador.
Es muy bonito, porque esto es exactamente lo que tenemos que hacer nosotros: tenemos que cuidar de la unidad.
En algunas familias siempre (no sé si siempre) aparece la figura de ese hermano o de ese tío o de esa abuela que ejerce de pegamento, de unidad.  Unidad para los sobrinos, para la familia más lejana, porque se esfuerzan en hacer la vida agradable a los demás.
Queremos vivir bien la unidad de los cristianos, pues tenemos que vivir primero la unidad de nuestras familias.
Tenemos que esforzarnos por ser elementos que suman, que son pegamento y no de elementos que critican, que separan, que hablan mal de otras personas.
Porque solo así podremos ver con ojos de misericordia, primero, a nuestros hermanos y luego a nuestros hermanos separados, a las otras denominaciones cristianas que ya no serán algo a lo que hay que convertir dándoles razonamientos un poco profundos, sino más bien con nuestra apertura, con nuestra oración, con nuestro servicio.

DIVIDE Y VENCERÁS

Hay una frase bastante famosa que habrás escuchado innumerables veces:

“Divide y vencerás”.

Echando un poco de revisión, se piensa que Filipo de Macedonia (382-336 AC), que fue el padre de Alejandro Magno (356-323 AC), que vivió unos tres siglos antes de Cristo, era muy conocedor de la conducta humana y fue él el creador de esta fórmula: “Divide y vencerás”.
Antes tenía que ver exclusivamente con la guerra y con la política, pero hoy es popularmente utilizada para hacer alusión a algunas situaciones en las cuales una persona, mediante distintos comentarios o formas de decir o no decir, divide a sus oponentes o potenciales rivales para alcanzar una victoria más sencilla.
No sabemos si el Señor conocía estas palabras de Filipo de Macedonia cuando afirmó:

“Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no puede permanecer”

(Mc 3, 25).

Porque es un principio espiritual digamos.

SIN UNIDAD NO HAY VIDA NI FRUTOS

No debe extrañarnos, por tanto, que, desde el mismo comienzo de la historia de la Iglesia, la lucha de los apóstoles por perseverar la unidad se haya visto, cantidad de veces, desafiada de forma permanente.
Y ha alcanzado su momento álgido en el primer concilio ecuménico que nos relata los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 15 donde estuvo a punto de producirse el primer cisma de la Iglesia cristiana.
Un episodio en el que, dicho sea de paso, a Satanás no se le da el menor protagonismo… no se le menciona en ese capítulo ni una sola vez (Hch 15, 1-35).
Es llamativo cómo la falta de unidad ha sido causa de escándalo siempre y por eso es importante que nosotros seamos pegamento, seamos gente que una.
mas fuerte que el odio
La Octava de, justamente, la Oración de los Cristianos por la Unidad es importante.  Fue aprobada por el Papa Pío X en 1916, porque es seguir las enseñanzas de Jesús.
Jesús exhortó a la unidad de sus discípulos en un solo rebaño bajo un solo Pastor y le ruega al Padre -lo hemos leído- por la unidad de los suyos a semejanza de la unidad del Hijo con el Padre.
Sin unidad no hay vida ni frutos.  Unidad interior con Cristo.  Tenemos que estar pegados a la vid, tenemos que estar pegados al tallo para poder dar flores y unidad también exterior entre los miembros del Cuerpo.
No puede ser que critiquemos al cura de la parroquia; que nos parezca que todo lo que hacen las señoras de los grupos de oración está mal; que no se siguió nuestro consejo y entonces vemos con sospecha todo lo que hacen los demás… ¡No, por favor!

LA UNIDAD TIENE QUE SER UNA PASIÓN

La unidad tiene que ser para nosotros una pasión tal como lo vivieron los Padres de la Iglesia.  Todo ello está glosado por san Josemaría, te lo leo:

“¡Con qué acentos maravillosos ha hablado nuestro Señor de esta doctrina! Multiplica las palabras y las imágenes para que lo entendamos, para que quede grabada en nuestra alma esa pasión por la unidad”.

Para san Josemaría no hay duda de que la Iglesia es una y única.

“¿La unión de los cristianos? Sí.  Más aún: la unión de todos los que creen en Dios. (…) Pero Cristo fundó una sola Iglesia, tiene una sola Esposa”.

Las separaciones cristianas, estudiando este texto de san Josemaría, no la han hecho desaparecer,

“no hay que reconstruirla con trozos dispersos por todo el mundo”.

Su convicción acerca de la Iglesia es completa; sin embargo, que nos esforcemos por rezar; que nos esforcemos por rezar para que se viva la unidad.

ESTAR UNIDOS AL PAPA

Todos tenemos que estar unidos al Papa.  Cuando no estamos unidos al Papa, mala cosa, porque quiere decir que ahí se ha metido un fermento de división; es el demonio que ha sabido meterse en la cocina de nuestra casa, de la Iglesia a veces, para sacar a unos y para sembrar esa confusión; que nos pongamos unos en contra de otros.
¡Esto es grave!
Que nos esforcemos por rezar, que no sea como tormenta de verano que desaparece enseguida.
Vamos a pedir constantemente por la conversión y por la unidad de nuestra familia; y la conversión y unidad de todos los cristianos.
Hemos de seguir el celo de Jesucristo de llegar a todas las almas siguiendo el orden de la caridad, primero nuestra familia, nuestros hermanos, nuestros amigos más cercanos, los católicos y luego los demás cristianos.
Muchas veces cuando llegan noticias de gente que se ha convertido en una ceremonia, gente que se bautiza, que hacen profesiones de fe, nos llenamos de alegría.  Eso es también una forma de pedir por la unidad.
Vamos a terminar este rato de oración, pero acudiendo siempre a la Virgen María.
La Virgen María, cuando los apóstoles habían huido todos del calvario, se quedó ahí con san Juan y luego no les reclamó a todos lo mal que se habían portado, sino que los acogió e hizo de Madre de cada uno de ellos.
Señora, tú que estás escuchando este rato de oración, te pedimos que nos ayudes a ser sembradores de paz y de unidad.
Que seamos gente alegre, gente que lleva la paz ahí donde esté; y, sobre todo, que nunca busca divisiones, sino que siempre busca la unidad.


Citas Utilizadas

Hb 7, 1-3. 15-17
Sal 109
Mc 3, 1-6

Reflexiones

Señor, te pido por la conversión y por la unidad de nuestra familia; y la conversión y unidad de todos los cristianos.

Predicado por:

P. Juan Carlos

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