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P. Juan

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TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Jesús se muestra lleno de luz, de fuerza, de seguridad. Se oye, además, la voz de Dios Padre que nos anima a mirar a Su Hijo y a oírle con atención. Con Ellos, el Espíritu Santo mueve los corazones. Misterio de Luz, de fortaleza y de paz.

Hoy día es una fiesta muy grande, bonita y de mucha luz. Juan Pablo II instauró, -le regaló a la Iglesia- estos misterios de luz en el Rosario. Ahí viene la Transfiguración del Señor. ¡Gran fiesta la de hoy!

Es bueno que, con el corazón, ahora rezando, miremos al Señor luminoso, glorioso, alegre y contento. Y el Señor está así: luminoso. No para atraer las miradas solamente, así como si fuera a ser “el centro de mesa”, que a veces se dice, sino para iluminarnos.

Tú Señor, te transfiguraste, te llenaste de luz. Mostraste al menos un poco de toda tu gloria, de tu belleza, de tu luz, de tu alegría divina.

Señor, tú mostraste todo eso no solamente para atraer las miradas y para brillar, sino para iluminar, para ser luz, confortar, dar fuerza al corazón de todos los más cercanos, de Pedro, Santiago, Juan y de nosotros, que hoy día estamos celebrando esta fiesta.

EL SEÑOR ESTÁ CONTENTO, TRANSFIGURADO.

Está contento por el bien que nos hace, por la fuerza que nos comunica, por esa seguridad que nos queda en el alma grande. Y también es algo que, junto con gozarnos de ver al Señor así, luminoso, fuerte, lleno de belleza, de seguridad.

Aprovechemos, quizá para pedirle al Señor, para hacer un propósito, pero además de decidirlo nosotros, de hacer un propósito, aprovechemos de pedirle:

«Señor, que mi vida también sea como la tuya: que mi vida sea dar luz a los demás, dar seguridad, fortaleza, dar un apoyo, una sonrisa y dar cariño a los demás».

Esto que vemos en Jesús, ojalá también nosotros los cristianos seamos como Cristo.

Pidamos al Señor, pidamos a la Virgen, algo muy grande, y no solamente llenarnos de gozo de la transfiguración, de la luz de nuestro Señor; sino llenarnos de seguridad, de fortaleza, de alegría, etc.

Pero también llenarnos de deseos de recibir esa luz, esa seguridad, esa alegría del Señor, y a su vez transfigurarla hacia los demás, y dar la alegría, la luz, y la belleza de Dios, no la nuestra, sino que queremos: la de Dios.

SONREÍR CON LA SONRISA DE DIOS

Podemos hacerlo, podemos sonreír con la sonrisa de Dios, podemos dar a los demás las palabras de Dios: el cariño de Dios. Podemos hacernos transmisores de la luz, de la fuerza y de la seguridad de Dios. Eso es así.

No solamente porque lo decidamos o porque es algo que tenemos, por decirlo así, en el ADN de nuestra alma: por el bautismo lo tenemos así.

Es lo que se llama el alma sacerdotal, es decir, ser un puente entre Dios y los hombres. Entre los hombres y Dios somos nosotros.

Los sacerdotes (que hemos recibido el orden sacerdotal), lo somos sacramentalmente por el sacramento del sacerdocio. Y por eso podemos, en el nombre de Cristo, celebrar la Santa Misa siendo Cristo en el altar, y siendo el Señor el que perdona en la confesión.

Pero todos los cristianos por el bautismo tenemos alma sacerdotal. Y si podemos ser puente entre Dios y los hombres, entre los hombres y Dios, entre nuestro mundo y el Señor. ¡Claro que sí!

TE LO PIDO Y TE LO OFREZCO SEÑOR

Y esto que nosotros lo vivimos, pensemos cada uno ahora que estamos rezando, podemos también ver rápidamente con el corazón y con la cabeza, recorrer nuestro día de hoy, cómo vienen las actividades que vamos a tener. Y muchas irán saliendo, pero otras las tendremos más o menos planificadas.

Bueno, todas esas cosas Señor, yo te las ofrezco. Señor, en todas esas actividades, con todas esas personas con las que yo esté quiero llevarte a Ti: quiero llevar tu sonrisa, luz y fuerza. Tu seguridad, cariño y consuelo también, y muchas veces Señor.

Yo se lo digo en voz alta, porque eso es lo que lo que hace un sacerdote en una meditación, ayudar con su oración en voz alta, a que los demás y todos hagamos oración.

Bueno, aprovecha tú también si quieres decirle al Señor: a las personas con las que voy a estar, quiero hacerte presente a Ti Señor, las cosas que voy a trabajar, en las cosas que voy a hacer, en los lugares donde voy a poner yo el corazón Señor, quiero llevarte a Ti ahí.

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Es fantástica la transfiguración, cómo el Señor aparece lleno de gloria, de luz, pero flanqueado por un lado por Moisés, por el otro con Elías y conversa con ellos. Hablas con ellos Señor. Con el gran Moisés, con el gran Elías.

Por decirlo así, la ley Moisés y el profeta Elías. ¿Hablando de qué? Hablando de nosotros, de lo que ibas a vivir en la cruz por nosotros, por mí también, por Moisés y Elías.

En verdad, Moisés y Elías estaban como toda la humanidad, expectantes. Moisés y Elías ya habían fallecido. Nosotros no habíamos llegado todavía al mundo. Pero toda la humanidad expectante de lo que Tú, Jesús, ibas a hacer en la cruz. Sumo y Eterno Sacerdote. Puente. El único mediador.

Decía san Pablo:

“Verdad entre Dios y los hombres”

(Gal 2, 20).

De eso estaban hablando Jesús con Moisés y Elías: estaba hablando de nosotros, de lo que iba a hacer por nosotros. Y esto no solamente es un dato que lo tengamos, sino que es algo muy bonito y da mucho fruto espiritual.

ESTE ES MI HIJO MUY QUERIDO

Intentemos imaginarlo, al Señor ahí en lo alto del monte. Quizá podemos ser por un momento Pedro, Juan, Santiago o un cuarto que está ahí. Imaginar a Jesús conversando con Moisés y con Elías.

Moisés y Elías, entre asombrados y entre animando al Señor. Dándole gracias y un montón de cosas. Nos podemos ir imaginando ese diálogo. Y como San Pedro, Santiago y Juan lo miran y se admiran.  Se espantan y ven la nube que los cubre y la voz del Padre que habla de su Hijo:

“Este es mi hijo muy querido, escúchenlo”

(Mc 9, 2-10).

Eso que Dios Padre dice de Jesús, lo dice de Jesús para luego decirlo de nosotros. De hecho, Tú Jesús, el Verbo eterno de Dios, te has hecho hombre. El Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre para que los hijos de los hombres, nosotros, podamos ser hijos de Dios.

Y de eso que Jesús está hablando con Moisés, con Elías sobre la cruz y la resurrección, sobre la salvación. De eso que está hablando mientras también aparece Dios Padre y dice aquello de este es mi hijo…

Es que nosotros también por la muerte y por la resurrección de Jesús, del Hijo de Dios eterno, nosotros también somos hijos de Dios.

TE DOY GRACIAS

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

También es un día muy bonito para darle gracias al Señor, a Dios Padre por su Hijo Jesús, y porque nos mire a nosotros también como hijos. Esto es muy grande.

Podemos quizá aprovechar estos últimos momentos de la oración para pedirle al Señor: Señor, yo hoy día, en lo que cada uno tenga entre manos Señor, en mi día, en la vida, con la familia y los amigos, en el trabajo y deporte. En el descanso y estudio. En la literatura y la música…

Señor, en todas las cosas que van llenando mi día, mi agenda y las cosas que hay en mi corazón, yo quiero ir viviendo todo eso, no de cualquier manera, sino de una manera muy precisa, bonita y luminosa: como un hijo de Dios trabajar, ayudar en la casa y aportar en la sociedad, en la política, economía y arte, como un hijo de Dios.

Pidámosle a la Virgen también.


Citas Utilizadas

Dn 7, 9-10. 13-14 o 2P 1, 16-19

Sal 96

Mt 17, 1-9

Reflexiones

Señor, que mi vida también sea como la Tuya: que pueda dar luz, seguridad, fortaleza. Saber dar apoyo, una sonrisa y cariño a los demás.

 

Predicado por:

P. Juan

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