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P. Rafael

8 min

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SI QUIERES PUEDES LIMPIARME

El diálogo en evangelio de hoy es muy breve, pero es el testimonio de la inmensidad del amor de Dios hacia un pobre hombre… Y también hacia nosotros.

JESÚS, SANA EL CUERPO Y ALMA

Como tantos otros días, Jesús, vamos a intentar un diálogo sincero contigo, y lo vamos a hacer a partir de lo que nos dices en el Evangelio de hoy. Tenemos la fortuna de que contiene uno de esos diálogos que son muy breves pero muy entrañables, como suele suceder tantas veces en el Evangelio.

Vamos a intentar sacarle todo el brillo a esas palabras que vamos a conseguir en el Evangelio de hoy, y usamos la imaginación. Es verdad que hay unos que podemos tener mucha imaginación, otros podemos tener la imaginación de una piedra, pero el esfuerzo yo creo que vale la pena.

Te imaginamos Señor en esa tarea tuya agotadora, día y noche – 24 horas al día prácticamente, no hay descanso- en esa tarea de dar esperanza a tantas personas. Día y noche recorriendo aquellas tierras de Palestina, en medio de tantas dificultades, limitaciones materiales, pero creo que más grave todavía las limitaciones de generosidad de tantas personas.

LA FELICIDAD NO ES UNA PROMESA ELECTORAL

o principal es el anuncio del Reino de los Cielos. Pero para que aquello no quede en una mera promesa electoral de algo bueno que va a venir en el futuro, y no hay pruebas de eso en la actualidad, y para que aquellas pobres gentes vean un adelanto de ese poder que se va a manifestar con toda su magnitud al final de los tiempos, Tú haces muchísimos prodigios. Los haces para que vean que quien tiene potestad para curar el cuerpo, también la tiene para sanar el alma, que es más importante todavía.

Jesucristo
Lógicamente, ante tantos milagros, se corre la voz. Y por eso dice el evangelista que…

al bajar del monte Jesús, le seguía una gran multitud
(Mt 8, 1)

Es que es un fenómeno de masas.Un fenómeno en el que, como a una estrella de cine o una estrella de rock, gana el que más rápido o el más valiente se atreva a acercarse a Ti.

DOLOR FISICO Y MORAL

Por eso nos asombra que un pobrecito hombre, que está en la más absoluta desesperación, realice un soberano acto de atrevimiento. Se trata de un leproso. Uno de esos leprosos que otras veces han salido también en las historias del Evangelio, porque la lepra era una enfermedad en aquella época más frecuente que ahora. Es un hombre que no ve respuesta humana a su condición. ¡Está desesperado! Es que ya no hay nada que hacer: él es así, es un leproso, y seguramente no sabe ni siquiera por qué.
En la lógica judía de aquella época estaba también ese pensamiento de que la lepra habría sido causa de un castigo del Cielo por una culpa personal.
Incluso se podía pensar que, si la culpa no era de la persona, había sido una culpa transmitida de sus padres, etcétera. Pero por eso el leproso no sabe exactamente -y esa será parte de su desconcierto-, por qué está sufriendo esa condición.
Aparte es una condición que da muchísima vergüenza. Si hay personas que prueban gran vergüenza cuando les sale un grano enorme en todo el medio de la nariz, o cuando le sale una verruga en la frente, imagínate que tu carne se vaya cayendo a pedazos por la podredumbre.
Y no solamente tener que soportar ya el calvario físico de la enfermedad, sino además tener que soportar la mirada de asco y de miedo de las personas que se acercan a ti.
Es que es un suplicio doble. Al dolor físico se une el dolor moral de la vergüenza sin fin.

UNA MIRADA DE AMOR

Pero un día, este pobre hombre quedó frente a frente con la luz, que eres tú, Señor. Era la primera vez en muchos años que alguien no lo veía con asco o desagrado. Habrá sido al inicio desconcertante esa mirada tuya, Señor, y después habrá sido una mirada que daba muchísima paz. No era solamente asco, no era desagrado, todo lo contrario, fue una de esas miradas que son difíciles de describir porque es la mirada del amor.

La verdad es que yo que estoy haciendo este rato de oración contigo, Jesús, hago el esfuerzo por imaginarme cómo habrá sido esa mirada hacia el leproso, pero soy incapaz de describirla. Y a ti que me escuchas en esta meditación, yo creo que no hace falta que te la describa, porque tú mismo, ahora haciendo este rato de oración, sabes de qué te hablo.

Saulo
¿Cómo es esa mirada de amor de Dios hacia cada uno de nosotros? Tú mismo te la has imaginado y te has sentido mirado por Jesús de un modo que las palabras no alcanzan a describir. Ojalá que en estos 10 minutos contigo, Jesús, sea así, porque nos darías una inyección, esa inyección tan necesaria de esperanza y ese bálsamo de Misericordia que tanta falta nos hace.

Y ahora entendemos bien el atrevimiento del leproso.

Él que sabía, incluso por la ley de Moisés, que no debía acercarse a las demás personas, se atreve a acercarse a Ti. Humanamente hablando su condición era un caso perdido, era una situación incurable por la medicina. Pero bastó un cruce de miradas contigo para atreverse y pensar: esta es mi oportunidad, lo voy a intentar; tengo muy poco que perder y mucho que ganar.

Aquel pobre hombre se acercó a ti, Jesús, se postró en un acto de adoración y pronunció una de las frases más bonitas que haya recogido el evangelista: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mt 8,2). ¡Cuánta fe en estas palabras! Y las está pronunciando alguien que no hace mucho no veía ni siquiera un poco de luz en su horizonte.
Tú, Señor, en otra ocasión nos dijiste: “Pedir y se os dará (Mt 7, 7).¡Y de qué modo te habrá suplicado este pobre leproso! Habrá allí una mezcla de desesperación, de confianza y, por supuesto, muchísima fe que habrá surgido casi inmediatamente. Y por eso no te pudiste negar, Jesús. Narra el evangelista que: “Extendiendo Jesús su mano, lo tocó diciendo:- Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de lepra (Mt 8, 3). Ahora ¿te imaginas -tú que me oyes- la cara de este pobre hombre? Ese peso que venía arrastrando por años, finalmente desaparece de su espalda. Eso es como -incluso es incomparable-, que alguien que haya vivido con migrañas toda su vida y de repente desaparecen de un día para otro. ¡Qué cara tendría este pobre leproso!. Ahora es un hombre libre. Con una libertad que yo creo que incluso ya se había borrado de su memoria. Y todo por un encuentro contigo, Jesús.

TRES LECCIONES DE ESTE EVANGELIO

De verdad que este evangelio es conmovedor. Es muy breve pero conmovedor. Y, sin embargo, corremos el riesgo de escucharlo como tantas historias bonitas de la literatura universal, o incluso dejar que se meta la sospecha de que es una historia inventada para dejarnos una moraleja al estilo de las fábula de. Esopo.

Pero es la Palabra de Dios. Y, además de seguir la recomendación de san Josemaría de contemplar esta escena siendo nosotros un personaje más cosa que hemos intentado ahora nos ayuda muchísimo seguir también aquel buen consejo que tanto bien ha hecho a las almas

Señor, con este evangelio que acabo de escuchar, que acabo de leer, que acabo de contemplar, ¿qué quieres decirme a mí en este día? ¿Qué quieres que cambie de mi vida? ¿Qué puedo imitar de ti o de los que hablan contigo?
Creo que las respuestas son larguísimas, ¿no? Cada uno sentirá que Dios le dice algo diferente, pero yo me atrevo a darte tres ideas.

DIOS LO PUEDE TODO

La primera, aprendemos que para Dios no hay casos perdidos y eso nos da una esperanza inmensa al vernos como ese pobre leproso bajo la fealdad de nuestros pecados. Es verdad que a veces Dios nos deja llegar hasta el punto de la desesperación para que nos demos cuenta de que sin Él no hay nada posible, como sentía este leproso.
Hacemos un examen de nuestra vida y nos damos cuenta de que avanzamos poco o nada en el camino de la santidad de que nos hemos venido confesando de lo mismo una larga temporada y tenemos defectos que parece que no se van a ir nunca, como una lepra que afea el alma. Pero solo la humildad de acudir a tu gracia es la única salida posible, porque ya lo hemos intentado todo con nuestras fuerzas y poco o nada hemos alcanzado.

En segundo lugar,

vamos a aprender que los demás tampoco son un caso perdido para ti, Jesús. A veces nos damos cuenta rápidamente de la lepra de los demás y llegamos a la conclusión de que no hay nada que hacer: es que fulano ya es así, es que siempre ha sido así, es que no hay modo que cambie; es que su lepra me molesta, me incomoda, incluso me impide el cariño o la caridad hacia él.

Pues esa persona leprosa también es amada por Dios. Esa persona también es mirada con amor, como al leproso del Evangelio de hoy, Señor, a quien
Tú miraste con esa mirada que es indescriptible, o como miras al leproso que ahora mismo está haciendo este rato de oración. Si tú, Señor, a quien el tiempo siempre da la razón, miras y tratas así a esa persona, ¡ayúdame a quererla y a mirarla como lo haces Tú!
Y, en tercer lugar, ayúdame a ser más humilde. Porque tengo problemas de vista e irónicamente siempre me parece que los leprosos son los demás. Claro, no se trata de bajarme la autoestima o desanimarme por mis miserias, sino de saber de dónde viene mi valor. Al verme como soy, lo que veo son las marcas de la lepra; pero al verme como me ves Tú, Jesús, veo a alguien que vale toda tu preciosísima sangre.

Ayúdame a verme como me ves tú y así no tendré nada más de que ser soberbio. No tendré nada más de que gloriarme, sino de la Cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Señor, que esa mirada de amor con que Tú me miras, me llene de fuerza y esperanza para tener caridad con los demás.


Citas Utilizadas

Gen 17, 1.9-10.15-22

Sal 127

Mt 8, 1-4

Reflexiones

Señor, que esa mirada de amor con que Tú me miras, me llene de fuerza y esperanza para tener caridad con los demás.

Predicado por:

P. Rafael

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