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P. César

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OBEDIENCIA DE HIJOS

La historia del rey Saúl nos enseña el valor de la obediencia a los ojos de Dios.

Durante estos días de inicio del tiempo ordinario, venimos escuchando en este año par, pasajes del primer libro de Samuel en el que narra la historia de Saúl, cómo fue elegido por Dios.  Fue enviado Samuel para ungirlo en nombre del Señor.

En este capítulo 15 que escuchamos en la primera lectura de hoy, Samuel ha obtenido una gran victoria frente a los amalecitas.

Dios le indicó que arrasara con su ciudad y con todos sus habitantes y así lo hizo, pero no cumplió al pie de la letra lo que había recibido de parte de Dios, el mensaje de parte de Dios.

¿Por qué? Porque al arrasar la ciudad él guardó parte del botín con una buena intención.  Él pensaba: “Lo mejor del ganado lo separaremos, no lo arrasaremos, para así ofrecérselo a Dios”.

De entrada, suena una moción, una idea muy buena, pero hay algo muy importante en la obediencia que Dios quiere ejemplificar a través de Saúl, a todo su pueblo y también a nosotros y tomó una decisión muy radical.

Entonces, luego de esta desobediencia -porque así lo considera el Señor, una desobediencia el haber obrado de esta manera- envía a Samuel a darle un nuevo mensaje a Saúl y con unas palabras muy duras le dice:

“¿Por qué no has escuchado la orden del Señor? No has obedecido”.

En el fondo le está diciendo a Samuel y se sorprende Saúl, le dice:

“Yo he cumplido la orden del Señor, solamente reservé el botín de ovejas y vacas, lo más selecto, para ofrecérselo al Señor”.

Y ahí es cuando Samuel le contesta que al Señor no le complacen, no es que guste de holocaustos, de ofrecimientos de animales, porque vale más la obediencia que el sacrificio de esos animales.

¿QUÉ PODEMOS APRENDER?

Vale más la obediencia que el sacrificio.  Más la obediencia y docilidad que la grasa de carneros, le contesta Samuel.

Entonces le comunica que ha dejado de tener el favor de Dios y que Dios lo rechaza a él como rey de Israel, por haber rechazado él la palabra de Dios.  Ese es el castigo que ha obtenido por su desobediencia.

Atención, porque ya vamos a llevarla un poquito a nuestra realidad y a ver qué enseñanza Señor nos quieres transmitir a través de esta lectura.

Atención, porque con frecuencia en los pasajes del Evangelio Señor, nos presentas personajes que han sido elegidos por Ti y tantos y tantos de ellos, fieles, con dificultades, con peripecias, a veces con infidelidades incluso, pero son historias bonitas, edificantes.

No es este el caso de Saúl en el sentido de que fracasa como rey de Israel.

Entonces, ¿qué podemos aprender de este pasaje?

Algunas cosas muy interesantes Señor, ayúdanos a entenderlo, porque, para empezar, ¿por qué Dios remarca con tanta viveza, con tanta fuerza la obediencia? ¿Por qué Dios es tan celoso en que se le obedezca al pie de la letra?

A veces nos causa un poco de rechazo, nos parece un poco de exageración, ¿por qué Dios se comporta así? ¿Por qué le responde de esa manera a Saúl, si en el fondo no quería hacer ningún mal?

Pues eso quizá choca con nuestra mentalidad, pero es bueno poner esto en su contexto.

LA OBEDIENCIA

Saúl

Claro, Dios está llevando al pueblo elegido en esa revelación progresiva del Antiguo Testamento y que llegue a su perfección en Jesucristo en el Nuevo Testamento, lo va llevando progresivamente a comprender que la obediencia es importante.

Porque de la obediencia se pasará poco a poco esa unión fuerte a través de la obediencia (esa obediencia a la alianza y a los pedidos y a la Palabra de Dios), poco a poco se pasará al amor, a una relación fuerte que culmine con la revelación de que Dios es un Padre amoroso.

El Dios del Antiguo Testamento que se mostraba como Señor, Amo, en el Nuevo Testamento se mostrará como un Padre y se pasará de esa obediencia fiel y firme al amor incondicional del Padre que ofrece la vida de su propio Hijo por salvarnos del pecado.

Entonces, sí es importante ese primer vínculo y fuerte lazo de obediencia a la Palabra de Dios.  Es que así será más fácil entender ese amor incondicional de Dios.

En el fondo, lo vemos también en la educación de los chicos.  Si tienes un hermano pequeño, ¿qué hace falta con los pequeños? Decirle las cosas que tiene que hacer: pedir por favor las cosas, disculparse cuando se equivoca, decir la verdad, pedir permiso…

En fin, hay que indicarle lo que debe ser y el niño debe ceñirse a esas reglas de conducta.

EL AMOR UNE TODO

Ya cuando están adultos, lo saben muy bien los padres, no puedes decirle a un adulto lo que tiene que hacer, sino lo más importante será que sepa que cuenta con nosotros siempre en sus decisiones, que nos puede preguntar las cosas o no, pero que siempre estaremos como apoyo amoroso de padre a hijo o de hermano a hermano.

Por eso, tengamos cuidado de plantearnos bien la obediencia delante de Dios.

A veces podemos tener ese complejo del que obedece es una persona poco capaz o muy pequeña que necesita que le digan y que le hagan las cosas; que la orienten demasiado, poco libre; y, sin embargo, hay que entender muy bien esta virtud delante de Dios.

Porque ante Ti Señor más vale ser dóciles, estar abiertos a lo que nos pidas y no por ser tontos, sino porque somos hijos tuyos y los buenos hijos obedecen, los buenos hijos confían, los buenos hijos aman por, sobre todo.

Sabes que además lo hacen gustosos, no se plantean decir: “bueno, pues hasta aquí me puedes pedir Señor y hasta aquí ya no, porque esto es mío”.

No hay ese tipo de conflictos porque al final el amor une todo, el amor explica toda nuestra relación con Dios.

Un buen hijo de Dios, como queremos ser tú y yo, aunque a veces no entendamos lo que Dios nos pide, cuando nos cueste hacer la voluntad de Dios,

“juguemos la carta del amor”,

como decía san Josemaría.
Saúl

JESUCRISTO OFRECE SU VIDA

¿Cuántas veces te ha pasado con tus padres decir, de repente en esto mi padre y mi madre no tienen razón? Pero ¿sabes qué? Le voy a hacer caso, le voy a obedecer porque lo quiero, porque quiero darle gusto.

De repente yo lo haría de esta otra manera o de repente no entiendo por qué me pide lo que me pide, pero voy a hacerlo porque lo quiero, voy a obedecerle.  Esta es una actitud de un buen hijo.

Te digo más: la cumbre de la obediencia de hijo, es decir la obediencia filial, es Jesucristo que ofrece su vida a pesar de su resistencia natural a la muerte, se ofrece gustoso y generosamente en la Cruz por nosotros.

Dios mismo es el primero que obedece.  Es increíble, obedece hasta la muerte y

“muerte de Cruz”

(Fl 2, 8),

como dice san Pablo.

Vamos a pedirle a nuestra Madre santísima: Madre nuestra, consíguenos el Cielo, la gracia de escuchar y conocer muy bien la voluntad de Dios para ponerlo en práctica cueste lo que cueste.

Que sea yo, Madre mía, fino de no rebajar en nada lo que Dios me pide.


Citas Utilizadas

Zac 12, 10-11; 13, 6-7
Sal 68
Jn 19, 28-37

Reflexiones

La historia del rey Saúl nos enseña el valor de la obediencia a los ojos de Dios.

Predicado por:

P. César

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