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P. Juan Carlos

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QUITAR LA AMARGURA DEL ALMA

Cuando las cosas no salen como uno esperaba, o ha pasado el tiempo y estás decepcionado por cómo es tu pareja o cómo es tu vocación, lo mejor es buscar al Señor de corazón y dejar la amargura a un lado.

LA HIGUERA SIN FRUTOS

Iba conversando el otro día con un amigo, y me di cuenta que éste hombre llevaba en su corazón un despecho, una agriedad bastante fuerte provocada por entender mal algunas cosas, y porque tal vez algunas personas no se habían portado tan bien con él.

Me daba la impresión de una persona cercana a Dios, que tenía bastante amargura en su alma. Y esto lo he visto, no sólo en personas entregadas a Dios por completo, sino también en matrimonios, en donde de repente él o ella, se dan cuenta que no están casados con la mejor persona, o que su vida -haciendo un poco de examen-, no es lo que habían soñado.

Y se sienten decepcionados,amargados, y les parece que es insoportable lo que tienen que llevar y que hay que cambiar radicalmente…

Algunos, lastimosamente terminan muy mal y rompen matrimonios, o destruyen familias porque tienen esa sensación que no han sabido encontrar dentro de sí una solución, y buscan una solución externa que no funciona, que en realidad no existe; porque lo que tendría que cambiar son ellos mismos… Y en eso, no están de acuerdo, o les parece que no es justo.

Esto nos lo encontramos con alguna frecuencia lastimosamente… Vemos también en el Evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy, y que se puede encontrar un poco.

«Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. 

Y dijo entonces al viñador: —Hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra? 

Pero él respondió: —Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos más adelante. Si no, la cortarás»

(Lc 13, 1-9).

DENTRO DE NUESTRO CORAZÓN

«Señor Jesús, ¿cuántas veces vienes a buscar fruto? Y nosotros tenemos miles de excusas: de los demás, de la pareja que tenemos, del trabajo en el que estamos, de los hijos o de los abuelos…»

No sé, todos siempre tenemos excusas para no dar frutos, para estar demasiado metidos en nuestras propias vidas o en nuestros propios problemas sintiéndonos víctimas, ¡víctimas!

Y hay que darse cuenta de que alrededor de nosotros las cosas no van a funcionar siempre al cien por ciento bien.

No es que tu pareja, tus abuelos o tus hijos tengan una situación angelical en donde puedan ver los problemas con claridad, e intentar arreglarlos para que tú ya puedas descansar en paz… No, para nada, ¡para nada!

Las cosas suelen ser duras, suelen ser difíciles. Pero justamente ahí está la fe en el Señor, de que las cosas tienen un sentido y de que ese es a veces el camino en el que nos purificamos.

Hay un monje que fue también obispo, que se llamaba san Cesáreo de Arlés en el año 470, que decía:

«Hay muchas cosas que a causa de la debilidad humana no logramos cumplir físicamente; pero si verdaderamente lo queremos, con la inspiración de Dios, podemos encontrar el amor en nuestro corazón.

Existen a veces muchas cosas que no logramos sacar de nuestro granero, de nuestra cueva, de nuestra bodega, pero no tenemos excusa cuando se trata de nuestro corazón… 

No nos dicen: —Vayan hasta Oriente y busquen el amor; naveguen hasta Occidente y ahí encontrarán el amor. 

No, nos ordenan regresar al interior de nuestro corazón, de donde la cólera nos hace salir a menudo.

Así como lo dice el profeta:

«Pecadores, reflexionad, regresad a vuestro corazón»

(Is 46,8).

QUITAR LA AMARGURA DEL ALMAACEPTACIÓN Y HUMILDAD

Y eso es lo que queremos pedirte Señor ahora, si estamos pasando por una situación similar de “disagio” (se llama en italiano), de falta de confort, de que uno no está a gusto.

Le vamos a pedir al Señor que sepamos volver a nuestro corazón, que seamos valientes, que no huyamos de ese miedo, sino que lo aceptemos.

Que aceptemos a las personas con sus defectos, que no queramos echar fuego a todas las cosas porque no funcionan como a nosotros nos gustarían. Porque entonces vamos haciéndonos daños, inclusive a la Iglesia.

Conversaba con una señora que vive en Alemania y me contaba con bastante pena, cosas que están sucediendo por el tema del sínodo alemán’.

Y algunas herejías que ya se están poniendo en práctica en algunas de las parroquias. Y realmente da mucha pena.

Todo es porque intentamos ‘hacer a la forma humana lo divino’; en lugar de nosotros, aceptar las cosas y con humildad llevar los pesos. E intentamos hacerlo al humano con justicia, con como lo ven los ojos humanos, y terminamos con esas grandes herejías.

En la historia de la Iglesia, muchas veces cosas han funcionado así, por ejemplo, acusaciones de personas contra santos o contra instituciones de la Iglesia.

A lo largo de la historia, no ha sido extraño que alguno de esos hombres y mujeres, se haya convertido en un detractor de sus antiguos fundadores. O de las mismas instituciones a las que pertenecieron.

Sí. Los fundadores muchas veces han tenido que padecer una tribulación cuyo precedente se encuentra en las mismas páginas del Evangelio, que ya advierte de esto: la defección de algunos de los hijos espirituales.

VER CON LOS OJOS DE JESÚS

Podrían citarse numerosos ejemplos de este particular, que constituye un antiguo fenómeno en la vida de la Iglesia y de todas las fundaciones eclesiásticas.

Basta tal vez recordar las más famosas cartas de san Bernardo a los monjes que abandonaban su monasterio.

Recordamos, por ejemplo, algunos ejemplos de la vida de santa Teresa o de san Francisco de Sales.

Había un ejemplo, tal vez de santa Teresa, que es como más patético:

«Entre las mujeres que habían esperado con impaciencia la llegada de santa Teresa a Sevilla en el año de 1575, para ingresar en el Carmelo como novicias, había una chica, cuyo nombre silenciarían mas tarde las carmelitas por caridad.

Que era, en las palabras de la Santa -que guardaba sus reservas sobre ella-, “una gran beata que estaba ya canonizada por toda la ciudad”.

Era la pobre -en palabras de la Priora de Sevilla- mucho más santa en su opinión, que en la del pueblo.

Y como entrando le faltaron las alabanzas y comenzó el toque de la religión a hacer su oficio de descubrir los quilates que habían, en lo que ella parecía tanto relucir, hallóse sin nada.

Comenzó a descontentarse… Y nosotras mucho más de ella, porque jamás hubo remedio a hacerla acomodar a casa de religión. 

Por ser ya mujer de cuarenta años, de grande autoridad y sabía dar a cada cosa su salida: unas veces se excusaba con que era enferma, y así ni quería comer de nuestras comidas, sacando que cada cosa la enfermaba y le hinchaba, que pudiera leer a Galeno; otras decía que la costumbre y gran calor de la tierra la excusaba».

Esto es lo que escribe esta religiosa, no que era la priora. Luego, claro, esta mujer hizo muchísimo daño.

Bien, yo no dudo que esta señora haya sido mala, digamos no, pero veía las cosas de una forma distinta.

Así como muchas veces nosotros, tú y yo, vemos las cosas distintas.

Tal vez nos sentimos juzgados mal… O nos sentimos que no hay justicia en nuestra entrega con la pareja, la familia, el colegio, trabajo, o con lo que sea…

QUITAR LA AMARGURA DEL ALMA

VOLVER A NUESTRO CORAZÓN

Mira, yo creo que las palabras de Cristo son súper claras, hay que volver a dar el corazón. Hay que dejar que el jardinero cambie nuestra tierra.

Que sepamos aceptar que las cosas nos vienen muchas veces de manos de Dios, aunque nos parezca que son cosas de los hombres.

Y además tener esa habilidad y esa entereza de no querer cambiarlo todo. De aceptar las cosas un poco como son, y dejar que el Señor vaya haciendo los cambios. Y que el Señor sea el que cambie a tu esposa, a tu familia…

Y tú no les castigues con el hielo de tu indiferencia o con tu cara amargada o avinagrada porque no te gustan las cosas. O peor, con haciéndoles sentir mal, con denuncias o con palabras durísimas, porque eso no lleva a nada.

Lo que sí lleva es volver al Corazón de Jesús, como dice este gran santo, san Cesáreo de Arlés:

«Que volvamos a nuestro corazón, de donde la cólera a veces nos hace salir».

Que volvamos a nuestro corazón, que encontremos ahí a Jesús que está esperándonos. Que volvamos ahí, que no estemos como locos gritando y desesperándonos por lo que nos ocurre, sino que aceptemos esa cruz y la llevemos con garbo junto a Él.

Él nos dará la fuerza para seguir adelante y ser fieles a nuestra vocación, a nuestra pareja, a la familia, y a nuestra nación.

Ponemos estas intenciones en manos de nuestra Santísima Madre, la Virgen María. Ella nos llevará una y otra vez a volver a buscar nuestro corazón para encontrar verdaderamente a Jesús.


Citas Utilizadas

Ef 4, 7. 11-16

Sal 121

Lc 13, 1-9

Reflexiones

Señor, que pueda arrancar la amargura de mi corazón. Que vea las bondades y cualidades de los que tengo cerca, y eso me ayude a amarlos de todo corazón y purificar mi alma.

Predicado por:

P. Juan Carlos

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