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P. Rafael

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QUE YO DÉ MÁS FRUTO

Hoy el evangelio va de porcentajes. Vamos a meditar la parábola de hoy con la humildad de quien quiere trabajar cada vez mejor en esta viña del Señor.

QUE DEMOS MÁS FRUTO

Se suele decir que «no hay peor ciego que el que no quiere ver», y esto se agudiza aún más cuando se refiere a las cosas de Dios. Pero por fortuna Dios lo sabe.

Nos cuesta mucho entender el modo en que Dios ve las cosas (en que nos ve a nosotros), y encima la soberbia nos hace creer que sí las entendemos, y para colmo, lo poco que sí creemos que entendemos se nos olvida… ¡estamos bastante mal!

Pero por fortuna Dios lo sabe. Por eso, se toma la molestia de dar grandes rodeos para ver si entendemos, aunque sea de modo indirecto. Y con frecuencia prefiere usar el lenguaje de las imágenes para que el mensaje nos quede claro, y podamos evocarlo, o al menos no se nos olvide tan fácilmente.

Un ejemplo clarísimo es el que recoge el segundo libro de Samuel. Dios llama al profeta Natán y le encarga una misión: hacer entender al rey David de manera contundente la gravedad de lo que ha hecho.

Natán obedece dócilmente

«Y viniendo a él, le dijo:

—Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. 

Y vino una visita al hombre rico; y este no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él».

La imagen que presenta el profeta Natán es tan clara que David se va metiendo en la historia hasta el punto de indignarse ante esta injusticia.
QUE YO DÉ MÁS FRUTO

PODER VERNOS EN LAS HISTORIAS

Dice la historia que

«se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre».

Había captado inmediatamente la iniquidad de aquel hombre, y dijo a Natán:

«Vive Dios, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia».

De lo que no se dio cuenta tan rápido el rey David fue de que el disparo le pasó muy cerca. Le habrá caído como baño de agua fría cuando Natán le espetó en la cara:

«Tú eres aquel hombre»

(2 S 12,1-7).

Sólo entonces David se dio cuenta de que aquella imagen le calzaba perfectamente a él y que estaba acusando a otro de su mismo pecado.

Supongo que lo mismo te propones Tú, Jesús, con el Evangelio de hoy. Es una parábola, como tantas otras.

Es una imagen que ya nos sabemos de memoria de tanto haberla escuchado. De hecho, con sólo oír el inicio, ya conocemos lo que sigue:

«Salió el sembrador a sembrar…». 

Para quien la oye por primera vez, como los discípulos, seguro hay gran desconcierto… ¿Qué significa esta imagen tan cotidiana? ¿A cuento de qué nos dices esto Señor?

Tus discípulos estaban tan descolocados esa primera vez que la oyeron que te preguntaron el sentido de esta parábola. E inmediatamente les explicas lo que significa cada situación: lo que significa la semilla que cae entre espinos, la del borde del camino, la de la tierra buena, etc.

¿SOY DEL TREINTA POR CIENTO?

Y también nosotros creemos entender porque, además de la explicación que das a esta parábola, hemos escuchado las homilías en la Misa, o una de estas meditaciones de 10min con Jesús.

Pero la moraleja es la misma: diferentes personas reciben de modo diverso el mensaje del Evangelio y dan distinto fruto:

«Y la cosecha fue del treinta, o del sesenta o del ciento por uno». 

La palabra de Dios (que es la semilla) tiene fuerza impresionante, es eficaz, pero la libertad con la que cada uno la recibe y la hace propia es lo que potencia o limita su fruto en cada alma.
QUE YO DÉ MÁS FRUTO
Muy bien; esto ya lo sabíamos, nos parece evidente. Pero tal vez estamos como el rey David. Se nos presenta esta imagen, nos parece evidente lo que significa, pero nos hace falta un profeta Natán que nos diga: «el del treinta por ciento eres tú».

Sí, tú que te indignas de que los demás no sean tan buenos o piadosos; y por eso piensas que los del treinta por ciento son otros…, de que los que se dicen ser católicos (laicos, sacerdotes, obispos) y no son tan coherentes como deberían ser.

Tú, que en lugar de pedir a Dios para que los demás den fruto, te dejas llevar por la vanidad y la soberbia, y te conformas pensando: “menos mal que no soy tan malo como aquel otro que es flojo, chismoso, lujurioso, envidioso, me sé comportar en la iglesia y llevo una vida más coherente con la fe, etc. Al menos yo doy un poco más de fruto que esa persona…”.

Como te decía, nos viene bien que, aprovechando este Evangelio, venga un profeta Natán y nos haga caer en cuenta: ¿no ves que el del treinta por ciento eres tú? Deja de lado la crítica, la comparación, los juicios, y preocúpate de mejorar tu porcentaje cara a Dios.

Es fácil quejarse de lo mal que está el mundo, o de las fragilidades y errores de personas concretas dentro de la Iglesia. Pero el profeta Natán puede ser san Josemaría que nos recuerda que:

«Estas crisis mundiales son crisis de santos»

(Camino 301).

¿Queremos recristianizar nuestras familias, nuestra sociedad, nuestro lugar de trabajo?… ¿Queremos que la palabra de Dios llegue a más personas y que rinda más fruto?… Pues empezamos por tomarnos en serio la propia santidad, que no consiste en otra cosa que esforzarnos en que: esa semilla encuentre un terreno cada vez más fértil en nuestras almas.

Hay que quitar las piedras y los palos, quitar el pecado y todo lo que nos pueda apartar de Dios. Es decir, quitar el pecado de nuestra alma y las malas inclinaciones.

CONVERTIR EL CORAZÓN

Primero santo tú, para que esa santidad de vida influya en los demás. Más enamorado de Dios para contagiar esta locura de amor a más almas. 

Primero tú alma de oración, para que los demás acudan a ti y aprendan lo que es tener un trato de confianza con Dios.

David necesitó una imagen y algo de ayuda para caer en cuenta de que tenía que cambiar; convertir su corazón y su vida hacia Dios.

Tú, Jesús, buscas exactamente lo mismo con nosotros con está parábola.

Vamos a hacer a la Virgen María esta petición llena de humildad:

“si Dios nos hace ver que podríamos dar más fruto no es para hundirnos, sino para animarnos precisamente para dar más fruto de lo que ahora damos a Dios”. 

Que ella nos haga mas humildes, laboriosos, castos y generosos. Y con el propósito de acercarnos cada vez más, a ese cien por ciento de rendimiento de fruto agradable a Dios en nuestras vidas.


Citas Utilizadas

2 S 7, 4-17

Sal 88

Mc 4, 1-120

Camino p.301

Reflexiones

Señor te pido me ayudes a dar el cien por ciento de mis frutos… que Tu palabra sea en mí como una semilla que florece y se comparte a los demás.

Predicado por:

P. Rafael

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