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P. Neptalí

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NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Que la Virgen, Madre del verdadero Dios, nos conduzca con su alma y ternura al encuentro de su Hijo.

¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? 

¿No estás bajo mi sombra y resguardo? 

¿No soy yo la fuente de tu alegría? 

¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? 

Estas palabras dirigidas por la Virgen de Guadalupe a San Diego, nos pueden servir para dar comienzo a esta meditación. Porque el amor de Dios también encuentra la ternura en el rostro de María. 

En ella ven reflejada el mensaje del Evangelio. 

Nuestra Madre querida desde el Santuario de Guadalupe. 

Hoy nos unimos al pueblo mexicano en su fiesta y también a todos los pueblos de América.  Nos hacemos sentir sus hijos más pequeños pues estamos todos en el pliegue de su manto.

LA ESTRELLA DE LA EVANGELIZACIÓN

Ella, reuniéndonos como hijos, integra a todos los pueblos de América en torno a Jesucristo, la estrella de la evangelización.

La llamamos “Estrella de la Evangelización” porque a medida que, sobre esta tierra se realizaba el mandato de Cristo, que, con la Gracia del Bautismo se multiplicaban por todas partes los hijos de la adopción divina, apareció también la Madre.

A ti María decimos el Hijo de Dios y, a la vez, Hijo tuyo.  Desde lo alto, la Cruz indicó a un hombre y dijo: “he ahí a tu hijo” y aquel Hombre te ha confiado a cada hombre; te ha confiado a todos; te ha confiado a ti y te ha confiado a mí.

Tú, en el momento de la Anunciación, en esas sencillas palabras:

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”

(Lc 1, 38)

has concentrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos, te acercas a todos, buscas maternalmente a todos.

LA MORENITA

Señora

De esta manera se cumple lo que el Concilio Vaticano II declaró acerca de tu presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia, que perseveras de manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo único. 

Porque estás siempre dondequiera que están los hombres, sus hermanos; dondequiera que está la Iglesia.

Este pueblo que afectuosamente te llama: “la Morenita”, este pueblo e indirectamente todo este inmenso continente, vivimos la unidad espiritual gracias al hecho de que tú eres la Madre, una Madre que con su amor crea, conserva, acrecienta espacios de cercanía entre todos sus hijos.

LA PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA

Salve Madre de América Latina, Emperatriz de América y desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, tú Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana, no solo del pueblo de México, sino de toda América. 

Cuando se le apareció la Virgen a san Juan Diego, en el Cerro del Tepeyac, se presentó como: “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”. Y se puede decir que dió lugar a una nueva visitación. Corriste presurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos en plena gestación de la fe.

La santa Madre de Dios visitó nuestros pueblos y quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su imagen en esa tilma, para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose en símbolo de la alianza entre María y nosotros; con nuestros pueblos, a quienes nos confiere alma y ternura.

LE PEDIMOS QUE NOS CONDUZCA

Le pedimos que nos conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinamos en esta tierra hacia el encuentro de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, presente en la Iglesia, en los sacramentos, especialmente la Eucaristía.  

Presente en el tesoro de su Palabra y en su doctrina y sus enseñanzas.  Presente en ese pueblo fiel de Dios, presente en los que sufren, presente en los humildes de corazón. 

Que nos conduzca en el camino hacia la santidad. Y si eso no nos parece muy audaz o nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza, que ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de Madre, ¡de madrecita!

“¿Por qué tienes miedo? ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?”

MEDIANERA DE LA GRACIA

La maternidad espiritual de María, que dió comienzo a ese asentimiento fiel a los planes divinos y que mantuvo, sin vacilar al pie de la Cruz, continúa sin cesar y continuará hasta la consumación de los tiempos.

Ella, asunta en cuerpo y alma a los Cielos, continuó obteniendo con su poderosa intercesión y con su amor materno, todos los dones de la salvación eterna. 

Cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad, hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada.

La Santísima Virgen es la medianera de la gracia.  La piedad mariana, le atribuye ese título. 

Es el título de hace muchos siglos, porque el Señor así lo ha querido.  El Señor, por la misericordia de su Providencia divina, ha querido que todas las gracias que solo a Él pertenecen por derecho propio y exclusivo, nos fuesen distribuidas por manos de su Madre la Virgen Santísima.

MADRE DE DIOS Y CORREDENTORA

Señora

También porque es Madre de Dios y corredentora. Nadie con mejores títulos, ni más motivos, puede ser la dispensadora de las gracias. 

A ella, por su maternidad divina, toca la frontera de la Divinidad. Allí, en el umbral, entre lo divino y lo creado, única criatura en la que mora la plenitud de la gracia. 

Por eso, tiene una idoneidad especial para administrarlas y darnos los auxilios necesarios para nuestra salvación. 

Es lógico que sea dispensadora de esos bienes y también por su amor de Madre a los hombres, a quienes han engendrado espiritualmente en Cristo; y la hace merecedora de tan singular misión en la economía de la gracia. 

MADRE DEL AMOR HERMOSO

María, omnipotencia suplicante, a quien Jesús no puede negar nada. Esta Madre tan buena, Madre suya, es nuestra seguridad y esperanza.

Ella es la madre del amor hermoso, es el principio y el asiento de la sabiduría.

Y Ella, la Virgen María, Medianera de todas las gracias, es la que nos llevará de la mano hasta su Hijo Jesús. 

Como nos decía san Josemaría: “Confianza en la Virgen.  Que le pidamos con mucha fe. ¿En quién nos vamos a apoyar sino en esa Madre nuestra, que tan poderosa es ante su Hijo y que nos prepara siempre un camino seguro?  Que Ella, nos haga fieles, leales, sinceros”.

Le suplicamos a la santísima Virgen María en su advocación guadalupana, a la Madre de Dios, a la Reina y Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó San Juan Diego y con todos los apelativos cariñosos con que se dirigen a ella en la piedad popular, que continúe acompañándonos, auxiliándonos y protegiéndonos a cada rincón de América. 

Que nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América Latina, nos acompañe, solícita como siempre, en esta peregrinación de paz.


Citas Utilizadas

Si 24,23-31

Ga 4, 4-7

Sal 66

Lc 1, 39-48



Reflexiones

¿Por qué tengo tanto miedo en ocasiones? 

Madrecita nuestra, negrita mía,

 que pronto recuerde que tú tienes todo lo mío en tus manos. 

Predicado por:

P. Neptalí

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