CONVERTIRNOS DE CORAZÓN
Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés:
«Ustedes hagan y cumplan lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen».
Comienza así el Evangelio que nos propone la Iglesia el día de hoy. Y Jesucristo, que conocía los corazones de esas personas que vivían por fuera todas las reglas, pero que por dentro podían estar albergando poca misericordia.
Y de hecho, continúa el Evangelio diciendo esas palabras de Jesús:
«Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo, y todo lo hacen para que los vean.
Agrandan las filacterias, alargan los flecos de sus mantos. Les gusta ser saludados en los banquetes, usar los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar mi Maestro por la gente».
Señor, que esto no se meta en nuestras vidas. Que sepamos huir de ese aparentar. Que realmente estemos convertidos de corazón y busquemos que la gente también se convierta de corazón.
Lo más fácil en este sentido, es no juzgar fácil, en el sentido de que es como un propósito rápido de hacer. Pero qué difícil luego al vivirlo, porque al vivirlo, uno tiene que omitir el juicio de los hechos. Y omitir el juicio, es difícil, porque todos estamos prejuzgando.
LA VIDA CON EMPATÍA
Hace poco leí un pequeño relato de una persona a quien le había pasado esto en el Metro. Dice que la gente estaba tranquilamente sentada leyendo el periódico, perdida en sus pensamientos o descansando con los ojos cerrados mientras viajaban en el metro.
La escena era tranquila y pacífica. Entonces, de pronto, entraron en el vagón un hombre y sus hijos. Los niños eran tan alborotadores e ingobernables que de inmediato se modificó todo el clima.
El hombre justo se sentó junto a mí y cerró los ojos. En apariencia, ignorando y abstrayéndose de la situación. Los niños vociferaban de aquí para allá, arrojando objetos, incluso arrebatando los periódicos de la gente. Era muy molesto.
Pero el hombre sentado junto a mí, no hacía nada. Resultaba difícil no sentirse irritado. Yo no podía creer que fuera tan insensible ese padre, como para permitir que los hijos corrieran salvajemente, sin impedirlo ni asumir ninguna responsabilidad.
Se veía que las otras personas que se encontraban en el vagón del tren del Metro se sentían igualmente irritadas. De modo que, finalmente, con lo que me parecía una paciencia y contención inusuales, me volví hacia él y le dije: —Señor, sus hijos están molestando a muchas personas, ¿no podría controlarlos un poco más?
El hombre, alzó los ojos como si entonces hubiera tomado conciencia de la situación, y dijo con suavidad: —Tiene usted razón. Supongo que yo tendría que hacer algo. Le cuento que volvemos del hospital, donde su madre ha muerto hace más o menos una hora. No sé qué pensar, y supongo que ellos tampoco saben cómo reaccionar.
Y dice este escritor: —¿Puede imaginar el lector lo que sentía en ese momento? Mi paradigma cambió. De pronto vi las cosas de otro modo. ¿Y cómo las veía de otro modo? Pensé de otra manera sentí de otra manera. Me comporté de otra manera. Era necesario que me preocupara por controlar mi actitud o mi conducta.
Mi corazón se había visto invadido por el dolor de aquel hombre. Y libremente fluían sentimientos de simpatía y compasión. ¡Su esposa acababa de morir! ¡Lo siento mucho! ¿Cómo ha sido? ¿Puedo hacer algo? Todo cambió en un instante.
BUSCAR UNA SOLUCIÓN
Y esta pequeña historia nos lleva a que tenemos que tener más empatía con la gente que está a nuestro alrededor y evitar juzgar. Tener las ideas más claras para no hacer daño…
No decir cosas, porque no sabemos qué es lo que pasa por dentro de las personas, o qué es lo que están cargando. A veces nos sentimos atacados por una actitud, tal vez un poco hostil.
Me imagino esos matrimonios, en donde a uno de los dos le cuesta ir a la casa… Y alargan todo lo que puede para quedarse en la oficina. a veces otras invitaciones, o los fines de semana intentar no estar en la casa porque la pasa mal y tal vez no lo verbaliza de esta forma, pero a la hora de la verdad no está ahí.
Y entonces, claro, el cónyuge se siente como solo, como si lo estuvieran agrediendo y entonces se calla y no responde… Tampoco quiere estar en la casa. Se siente como sola, despreciada o despreciada.
Y esto, es una cosa que la solución no está a través de irse infligiendo cada vez más heridas. No, sino al contrario. Es viendo de qué forma se pueden solucionar.
Intentar conversar un poco, no sacando al cuero las cosas, sino conocer qué es lo que te pasa, qué tienes dentro, qué es lo que no está funcionando tan bien. qué es lo que no te tiene tranquilo.
Porque en lugar de atacar y de decir las cosas que no funcionan, o de hacernos las víctimas de todo lo que sufrimos, es más bien pensar en el otro.
LA CARIDAD ES COMPRENDER
Y eso es justamente lo que nos piden, que no hagamos las cosas como para llamar la atención, no para quedar bien, sino que tengamos el corazón realmente convertido.
Los que estamos cerca de Jesús o luchamos por estar cerca de de Él, de lo sobrenatural, de nuestro Padre Celestial, de la Virgen María, los que intentamos tener una vida interior un poco más consolidada, pues tenemos que intentar también que el trato con los demás vaya permeando todas estas cosas positivas.
Lo que sería un poco ridículo es que nuestra vida sea completamente desbordada hacia las cosas que hay que hacer y no hacia la comprensión.
Nos dice san Josemaría que la caridad, más que en dar, está en comprender. Y la palabra comprensión, en el contexto de las relaciones personales, a veces podría evocar sólo uno de los aspectos, por ejemplo, el de no extrañarse de los defectos y las faltas de los demás.
Sin embargo, la comprensión es el fruto de la caridad, del amor. Comprender, ve primeramente no los defectos o las faltas, sino las virtudes y las cualidades de los demás.
Por supuesto que también, la comprensión nos lleva a ver los defectos y las faltas que cometen los demás. Por eso podemos corregir en positivo y también las cosas que no estén funcionando mejor. Pero, qué importante es que nos esforcemos por hacer agradable la vida a los demás, por vivir esa cercanía de Dios en el trato con los demás.
Porque todos somos débiles y no podemos extrañarnos de que surjan en nosotros reacciones de contrariedad o de incomprensión hacia otras personas por dentro, eso de que hervimos la sangre.
LA ORACIÓN: LO MÁS EFICAZ
Pero no podemos aceptar estas reacciones justificándose, porque eso sería exigir de forma desagradable o comportarnos como estos fariseos que exigen a los demás llevar unas cargas que ellos mismos no llevan.
Sí, todos somos débiles y por eso es importante aceptar y ayudar en la lucha en positivo. Que primero nosotros luchemos por dominar y mitigar esas impaciencias que pueden surgir ante los defectos reales o a veces no tan reales de los demás.
Y también que las impaciencias de esas, se vayan mitigando. Y luego que sepamos rezar. La primera cosa es rezar, rezar a fondo para que Dios vaya también obrando dentro de los corazones.
Dios es el que puede efectivamente cambiar un corazón, pero eso no lo hace sino después de una cantidad de oración por parte de los que estamos a su alrededor.
Que importante es no olvidarnos de esta herramienta fundamental de la oración, que es realmente la más poderosa.
San Josemaría decía que el arma del Opus Dei es la oración. Y a mí me parece que es súper cierto. Aveces nos olvidamos de su eficacia o pensamos que la eficacia sólo está en el actuar humano. Y eso no es nada cierto.
Vamos a ir terminando este rato de oración, no sin antes acudir a nuestra Madre, la Virgen María. Ella que evitaba juzgar. No ponía a cada uno una etiqueta, para pensar que eran así o asá. No. Ella rezaba con todo el mundo y omitía el juicio, justificaba, salvaba la intención.
Como nos ha invitado también a hacer múltiples veces san Josemaría. A ella acudimos hoy para que nos ayude también a no juzgar a los demás y a aprender a hacerles la vida agradable a todos los que nos rodean.