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P. César

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A LA MANERA DE JESÚS

La traición de Judas nos recuerda la necesidad de acoger y amar la voluntad de Dios, a pesar de nuestros criterios.

Miércoles Santo. Esta semana seguramente estamos esforzándonos por centrarnos en Jesús.

En estos días en los que lo vemos muy triste al ver la dureza del corazón de algunos fariseos, de mucha gente que lo escuchaba, pero lo vemos también en actitud de oración profunda a su padre Dios para sobrellevar este momento tan trágico y tan duro.

Lo vemos sumamente preocupado y nervioso antes de su Pasión en Getsemaní; lo vemos también tan contento, tan apasionado y tan feliz en la institución de la Eucaristía. Lo vemos insultado y sereno a pesar de los insultos y latigazos.

En fin, hacemos un repaso estos días de los sentimientos del corazón de Cristo y estamos muy pendientes, te decía. Ojalá que lo estés consiguiendo, más todavía estando tan cerca el Triduo Pascual que empieza mañana.

Así que no te descuides, esta semana lo más importante son las cosas de Jesús. 

Es verdad que tenemos necesidades y preocupaciones que le pedimos a Jesús, te lo pedimos Jesús tantas veces en nuestra oración, por personas, por situaciones, por favores… y, sin embargo, esta semana que seas Tú lo primero, que seas lo más importante; tus cosas Jesús, no las mías.

Puedes ser difícil, pero bien vale la pena dejar nuestras cosas en un segundo plano.

TREINTA MONEDAS DE PLATA…

La lectura de este miércoles de cuaresma, la lectura en concreto del Evangelio está tomada de san Mateo. Dice:

“En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: “¿Qué están dispuestos a darme si se los entrego?”

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo”

(Mt 26, 14-16).

Qué historia más triste la de Judas. Ahí tenemos a un apóstol que no ha entendido a Jesús. Nos resulta muy incomprensible lo que hizo. 

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¿Por qué entregar a Jesús?  Alguien que sabía perfectamente Judas era un hombre bueno. Alguien con el que había compartido tantos años, que hacía milagros, que vivía para predicar el Reino de Dios, para llamar a la conversión.

No pensaría Judas que Jesús sea un falso, un impostor, un hombre malo. 

Nos es muy difícil, pero Señor, pedimos tus luces para comprenderlo un poco mejor y sacar ideas que nos sirvan para nuestra oración.

Treinta monedas de plata… es lo que pidió por entregar a Jesús.

¿Por qué lo entregó? Algunos piensan que lo que hizo Judas fue un movimiento desesperado para que, definitivamente, se manifieste la identidad de Jesús.

Pensaría que, si entregaba a Jesús y era condenado, forzaría al Maestro a manifestarse realmente y revelar su verdadera identidad de hijo de Dios.

Pero Judas, tú no entendiste a Jesús, Él debía padecer, así lo quiso, así convenía. Él entrega su vida, no se la quitan. 

A SU MANERA

Si fuese así como ocurrieron las cosas, entonces en Judas tenemos a alguien que quiere hacer las cosas a su manera y no a la manera de Jesús. Ojo, porque aquí sí hay cosas para ti y para mí. Las cosas a la manera de Jesús, no a mi manera.

Es verdad que también nos puede ocurrir que las cosas nos vienen dadas, no son como las hubiéramos elegido o planeado, desde perder el autobús para ir a trabajar o una enfermedad seria que de pronto viene a nuestra vida o a algún familiar…

“Qué momentos tan duros se pasan Señor. No entendemos tampoco nosotros cómo es que haces las cosas, cómo las resuelves, cómo nos las presentas. Nos parece que tiene muy poco que ver con nosotros.”

Claramente lo hubiéramos previsto de otra manera y entonces nos preocupamos y nos ofuscamos, no vemos salida y las cosas no cambian, parece que todo fuera parte de un mal sueño y no, no es un sueño es la vida real.

Hasta podríamos llegar a pensar, si no reaccionamos, que es que Dios se empeña en hacernos la vida amarga, a destruir nuestros planes, a ir en contra de lo que hemos previsto, de lo que nos hace felices.

Y no entendemos a Jesús porque todavía estamos apegados a nuestro modo de hacer las cosas, a nuestras soluciones, a nuestros criterios. Casi como si dijera: “mira, si yo fuera Dios, las cosas las hiciera así y así, muy distintas de como están ocurriendo”.

Esto puede parecer fruto de un momento de ofuscación, de enfado, de nervios; pero ojo, no quita que hay que reaccionar y lo más pronto posible, porque es una tentación muy fuerte contra la fe.

No es una tentación contra la sensualidad o nuestro deseo de quedar bien, nuestro orgullo herido o el ansia o el afán de tener. No, esta es una tentación de las gordas, de las importantes, tanto que se tumbó un apóstol, para decirlo de un modo más claro.

COGER LA CRUZ DE CADA DÍA

Hay que reaccionar, así que pregúntate: “Señor, ahora mismo, con los problemas que tengo (con las cosas que decíamos al comienzo, queremos dejar un poquito en segundo plano), yo ¿me estoy ahogando en esas preocupaciones?

¿A mí las dificultades y problemas me alejan de Ti o me acercan? ¿Me ayudan a acercarme a Ti para contarte mis preocupaciones, mis necesidades, con confianza? O, al contrario, ¿te pongo entre paréntesis porque me pongo a resolver a, b o c situaciones? 

En definitiva, Señor, ¿estoy cogiendo mi Cruz de cada día para seguirte o para irme a donde mejor me parece?

Un apóstol que no entiende. Y ¿qué tenemos que entender nosotros, tú y yo? ¿Qué quiere y qué espera Jesús que entendamos de las pruebas de cada día? 

Yo creo que es bastante claro. El Señor espera que usemos esas pruebas para irnos al Cielo, que las llevemos como una persona santa, una persona que lucha, que confía en su padre Dios. 

Que, aunque no entienda, es humilde y por eso pide ayuda y cuando ya no da más, se lo dice a su padre Dios; que prefiere hacer las cosas al modo de Dios antes que a nuestra manera.

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“Señor, nosotros somos muy poca cosa y por eso nos cuesta tanto a veces llevar las cosas como Tú lo esperas de nosotros. Por eso, haznos reaccionar. Que no haya dificultad tan grande en la que no respondamos con fe, con humildad.”

De repente no lo entiendo, de repente no es el momento, de repente no tiene ningún sentido lo que está pasando, pero Dios existe. Nada de lo que nos pasa está fuera de su providencia. 

Él es el especialista en sacar grandes bienes de los grandes males. Lo que pasa es que a veces, en las cosas de Dios, se entiende al final. En la Cruz, el dolor y la tragedia de la Cruz, se entiende hacia el final con la Resurrección.

Y a lo largo de toda la historia de la salvación, ocurre también lo mismo. Las grandes pruebas del pueblo de Israel, ¿por qué ocurrieron? Bueno, eso se entiende al final.

Por último, si nos falta fe, pidámosela como te la pedimos ahora: “Señor, por intercesión de nuestra Madre santísima, danos una fe a prueba de todo. Que siempre sea nuestra roca firme, especialmente en los momentos de prueba y dificultad”.


Citas Utilizadas

Is 50, 4-9

Sal 68

Mt 26, 14-25

Reflexiones

Señor, yo soy muy poca cosa y por eso me cuesta tanto a veces llevar las cosas como Tú lo esperas de mí por eso, hazme reaccionar. Que no haya dificultad tan grande en la que no responda con fe, con humildad.

Predicado por:

P. César

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