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P. Manuel

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MADRES

Se acerca el día de la madre y en el Evangelio encontramos dos modelos de madre.

Estamos viviendo el mes de mayo que es un mes mariano, y dentro de pocos días, en muchas partes del mundo se celebra el Día de la Madre. Y pienso que podríamos, en este rato de conversación con Jesús, ir preparándonos ya para esa fiesta, que para todos es una fiesta íntima y tiene que ver con nuestra oración, porque todo lo que tiene que ver con nuestra vida es tema para nuestra conversación con Dios.

“Y hoy, Jesús, te pedimos -te pido-, que me ayudes a considerar qué es lo que piensas tú de una buena madre. ¿Cómo debería ser una mamá a tus ojos? ¿Una mamá cristiana, una mamá que sea real discípulo o discípula tuyo?”.

Jesús no da ninguna enseñanza de su palabra sobre las madres en particular, pero pienso que hay un pasaje del Evangelio en el que el Señor nos da una enseñanza desde el ejemplo de una madre. En verdad, yo quería comentar dos pasajes, pero veamos si llegamos al segundo.

El primero tiene que ver con la mamá de dos apóstoles: Juan y Santiago. La madre es tradicionalmente llamada Salomé, en la tradición cristiana, Es la esposa de Zebedeo, pescador. Y dice el texto de san Mateo, en su capítulo 20, que:

“Se le acercó a Jesús, la madre de los hijos de Zebedeo, con sus hijos, y se postró ante él para hacerle una petición” (Mt 20, 20).

Se ve que habían conversado los tres, la mamá con sus hijos, y se acercan a Jesús; ella para hacerle una petición. Y antes de hacérsela se postra. Es un gesto con el que intenta ganarse a Jesús, intenta ganarse la simpatía del Señor para que lo que le iba a pedir fuera aceptado.

LA PETICIÓN DE SALOMÉ

“Entonces Jesús le pregunta: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Di que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Mt 20, 21).

Nos muestra Salomé lo que hace una buena mamá, que es buscar lo mejor para sus hijos. Quería que Santiago y Juan estuvieran lo más cerca posible del Señor. Y así es en realidad para todas las madres: lo que más quieren las madres en el mundo es el bien de sus hijos.
Pero el Evangelio no acaba ahí.
esta vez

“Jesús respondió: No sabéis lo que pedís. Y ahora se dirige no a la mamá, sino a los dos discípulos. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? […] Podemos, le dijeron” (Mt 20, 22).

Interesante cómo el Señor, en cierto sentido, corrige a Salomé. No le dice: Mujer, estás mal. Pero se dirige a los hijos, y se dirige a los hijos hablándoles del sacrificio. El cáliz que Jesús ha de beber es el que después mencionará cuando esté en la oración en el Huerto. Es el cáliz que Él quiere que el padre, aparte de Él. Y sin embargo le dice: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Es decir, la pasión. Es la pasión.

De alguna manera, Jesús le está diciendo a Salomé: Mira, Salomé, tú me has pedido para tus hijos honores, éxitos, estar en los primeros puestos. Pero no es lo que yo quiero o no es lo que deberían hacer los cristianos. Está bien que tú me lo pidas como mamá, pero también como mamá debes saber que lo mejor para tus hijos no son simplemente los honores y los éxitos. También, y sobre todo, para un cristiano, la cruz es lo mejor. Participar en la pasión de Cristo, corredimir con Él.  Y para eso hay que sacrificarse.

LA MADRE QUIERE SIEMPRE LO MEJOR

¿Quieres tú? Podemos pensar que le pregunta Jesús implícitamente a Salomé. ¿Quieres tú la cruz también para tus hijos? Es una pregunta difícil. Difícil de responder, porque en verdad ninguna mujer, ninguna mamá, quiere ver sufrir a su hijo.

Ahora, quería pasar al segundo pasaje del Evangelio. Un pasaje muy sencillo; más que muy sencillo, un pasaje muy breve. Está en el capítulo 19 del evangelio de san Juan, el capítulo en que se narra la crucifixión y muerte del Señor.

Nos dice el texto que cuando crucifican a Jesús

“estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa”

(Jn 19 25-27).

Antes que hablar de la maternidad de María con todos nosotros, fijémonos en algo que puede pasar desapercibido. En esta traducción castellana, es difícil traducir castellanamente bien lo que dice el original (griego) del texto.

Porque lo que expresa esta traducción con el verbo “estaban junto a la cruz de Jesús”, no dice todo lo que dice la palabra griega. Lo que quiere decir el texto original es que estaban de pie. Ese es el verbo. En latín se traduce bien: stabat, que no era simplemente el estaba castellano, sino el estar de pie.

LA FORTALEZA DE SU MADRE AL PIE DE LA CRUZ

María estaba de pie junto a la cruz de Jesús. En algunos cuadros se la ilustra como desmayada, a veces incluso en el suelo, muerta de dolor. Y en verdad no, María estaba de pie fuerte.

Hace poco vi otra vez, por enésima vez, la película “La pasión”, y justamente me fijé en el papel de María. Es impresionante lo que Mel Gibson ha hecho en esa película. Cómo ha logrado ilustrar muy bien la figura de María Santísima. Porque en esa película, aparece la Virgen, sí, sufriendo indeciblemente. Pero a la vez, aparece la Virgen como ofreciendo a su Hijo el sacrificio. Es una persona que es fuerte.

Maria y Jesus en una mirada
María Magdalena está más echada en el suelo y llorando, y Ella apenas derrama lágrimas. Está con los ojos llorosos, pero sobre todo está concentrada en Jesucristo. Y en los momentos en que Cristo parece que va a fallecer de dolor, en la flagelación o cuando cae llevando la cruz, es cuando aparece María, no para decirle: Por favor, hijo, deja la cruz, ¿qué es lo que me estás haciendo? Sino todo lo contrario: la mirada de María le da fuerza a Jesús para seguir en el camino de la cruz. Es algo maravilloso. Cómo María no obstaculiza la cruz, el sacrificio de su Hijo, sino que lo promueve en cierto sentido.

Ahora volvemos al episodio de Salomé y pensamos que esa respuesta de Jesús: “¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber?”, es una pregunta que nos hace a todos los hombres y que también nos la hace pensando en nuestra madre. Y en esa pregunta le está preguntando a todas las mamás también: ¿Vas a ayudar a tu hijo a sufrir o le vas a evitar todo dolor? ¿Lo quieres formar en el amor realmente? ¿Quieres hacer de él un discípulo mío? ¿O prefieres que sea un blando que no sabe afrontar las dificultades de la vida?

¡MADRE, QUE LE HEMOS HECHO A TU HIJO!

Por eso, en el fondo, el Evangelio corrige esa mirada muy humana de Salomé, que no es mala pero sí es muy humana, con el ejemplo de María Santísima. María no obstaculiza en la hora de la redención, sino que ayuda a su Hijo en sufrimiento.

Así, Jesús nos da el mejor ejemplo de madre: la Virgen. Ella es el modelo perfecto de maternidad y por eso Jesús no necesitaba dar ninguna enseñanza, porque nos la dio en su misma Madre. Y María es nuestra Madre, como nos dice este texto del Evangelio: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Y María no simplemente nos quita todo dolor -a veces se lo pedimos y nos lo hace-, pero sobre todo María nos enseña a corredimir con Cristo. Como buena mamá, no nos evita los sufrimientos -o al menos esos sufrimientos que el Señor quiere que llevemos-, pero sí que nos ayuda a llevarlos, sí que nos da fuerza para cargar con ellos y para ayudar a Jesús a redimir al mundo.

Madre mía, ahora que vamos a celebrar tu fiesta, porque el Día de la Madre es tu día en primer lugar, ayúdame y ayuda a todas las madres a valorar el sacrificio como senda para la salvación.


Citas Utilizadas

Hch 15, 7-15
Sal 95
Jn 15, 9-11

Reflexiones

Santa María, que seas la guía de mi encuentro constante con la Santísima Trinidad.

Predicado por:

P. Manuel

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