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P. Javier

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LOS LABRADORES QUE MATAN A LOS ENVIADOS POR EL DUEÑO DE LA VID

A veces echamos a Dios de nuestra vida. Somos como los labradores de la parábola. Dios acude en nuestra ayuda para que nunca lo saquemos de nuestra vida.

RECONOCER EL PECADO

En estos diez minutos con Jesús, le pedimos como siempre ayuda para hacer este rato de comunicación, de comunión con Él. Vamos a procurar establecer esa relación, ese vínculo, fortalecerlo, hacerlo crecer.
Cada uno de estos bloques de 10 minutos con Jesús están destinados a que cada uno de nosotros crezcamos, evolucionemos, nos desarrollemos… tenemos que pegar un estirón interior.

Es como el arrepentimiento: si no somos conscientes de haber pecado, es imposible que podamos crecer porque no podemos convertirnos. Una persona que no encuentra pecado en su corazón, que no termina de entender que es pecador y no ve sus faltas, está incapacitado para la conversión. El corazón solo se puede convertir si uno reconoce su propio pecado.

CRECER EN NUESTRA RELACIÓN CON DIOS

santa pureza

Acá necesitamos crecer todos los días en la relación con Jesús. Si me doy cuenta de que no estoy creciendo, es porque tenemos que hacer un poquitito más. Algo no estamos alimentando, estamos perdiendo, la masa muscular del corazón, del espíritu.

Por eso, pidámosle ayuda a Jesús: “Señor, ayúdame, porque sin tu ayuda no puedo hacer nada, no puedo hacer bien este rato de oración, no me va a salir. Me voy a distraer, me voy a perder, me voy a quedar en ideas, me voy a quedar monologando, voy a terminar pensando en lo que tengo que hacer y no en Vos.

“Por eso, Señor, ayudame a crecer en mi relación con Vos, es lo único que me interesa. Dar un pasito más hacia la confianza de estar en profunda comunión con Vos”.

LA PARÁBOLA DE LOS LABRADORES DE LA VIÑA

En el Evangelio de este día leemos lo siguiente:

“En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo: Escuchen otra parábola. Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.

Llegado el tiempo de los frutos, envió a sus criados para percibir los frutos de la tierra. Pero los labradores, agarrando a los criados, a algunos los apalearon, a otros los mataron, a otros apedrearon.

Envió de nuevo más criados, pero hicieron lo mismo que la primera vez.

Finalmente le mandó a su hijo diciéndose a sí mismo: Tendrán respeto a mi hijo. Pero los labradores al ver al hijo se dijeron: este es el heredero; vengan, matémoslo y nos vamos a quedar con su herencia. Entonces lo agarraron, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos ladrones? Le contestaron: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen el fruto a su debido tiempo.

Jesús les dijo: ¿No han leído nunca en las Escrituras: la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular? Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

Por eso les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos.

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al escuchar sus parábolas, comprendieron que estaba hablando de ellos y, aunque intentaban echarle mano, le tuvieron miedo a la gente porque lo tenían por profeta”

(Mt 21, 33-46).

EL TRABAJO DEL DUEÑO

Es una parábola dura porque uno se imagina la ilusión con que aquel hombre había comprado ese terreno, había plantado la viña.
Yo vengo de una tierra de vitivinícola y he visto cómo se plantan los sarmientos en la tierra y cómo se los hace crecer y luego se los trasplanta y se los pone en la fila, en la hilera y van creciendo de a poquitito.

Aquel hombre habrá ido viendo cómo iba creciendo esa viña y lo va a cercar para que no se metan animales y se la puedan destruir; construye un almacenador de agua, construye una torre para después guardar lo que se produzca allí y arrienda a unos labradores.

La ilusión de aquel hombre con la cual habrá mandado, cuando le avisan que se hará la primera vendimia, que se va a hacer por primera vez una cosecha y a percibir los frutos de ese esfuerzo, de esa inversión que con tanto cariño había puesto.

LA TRAICIÓN DE LOS LABRADORES

Y se encuentra con la locura de aquellos hombres que lo destrozan todo, porque le dan muerte a aquellos hombres a los que había enviado, a los servidores de este señor. El dueño esperaba frutos y recogió cadáveres.
Confió en aquellos hombres y se vio traicionado. La terrible, la trágica acción de sus trabajadores, truncó todos sus planes. La deseada primavera se convirtió en el invierno más negro, porque incluso va a perder a su hijo.
Jesús anuncia de esta manera lo que Él mismo va a padecer antes de ser colgado en la Cruz. Va a ser arrojado por el pueblo judío, su vida va a terminar como la de un malhechor.

JESÚS VENCE LA MUERTE

Nos deja un mensaje claro:

“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”

(Mt 21, 42).

Los arquitectos van a desechar esa piedra, como esos labradores van a matar al heredero, como los hermanos de José que leímos en la primera lectura.
Los sumos sacerdotes y los fariseos atendieron a sus propios intereses. Pretendían escalar por encima de sí mismos para acabar con la presencia del dueño y del señor de la historia, el que mueve los hilos en busca de amor nuestro, de correspondencia.

Ser amigos de Jesús

Los que parecían los últimos se convirtieron en los primeros. Por eso, el vencedor de la muerte va a ser Jesucristo y la vence con su propia muerte.
Tenemos que salir de nosotros mismos, salir al encuentro de Jesús.  Dejar a un lado las oscuridades que a veces nos envuelven.  Dirigirnos a la luz de la tierra prometida, donde nadie pisotea a nadie, porque solo el bien triunfa.

CONVERTIRNOS DE CORAZÓN

Hay que pedirle a Jesús esa gracia de confiar siempre en que Él nos va a rescatar, que nunca va a permitir que hagamos como aquellos labradores que se lo sacaron de encima a Jesucristo -se sacan de encima al heredero, a los profetas, a los enviados por Dios-, para que nos convirtamos de corazón.

Ahora estamos viviendo la Cuaresma, ese tiempo de especial conversión, de penitencia, donde queremos que el corazón se transforme en un corazón semejante al de Dios, a la medida del corazón de Dios. Y hace falta que pongamos de nuestra parte, ese granito de arena de mortificación, de penitencia, de hacer algo para demostrarle, para pedirle a Dios que queremos realmente, porque necesita una acción libre manifestada, si no, no puede meterse.

LA PENITENCIA NOS AYUDA A LLAMAR A DIOS

No nos olvidemos que del lado de Dios no hay picaporte: el único picaporte está de nuestro lado, de nuestro corazón. Necesitamos abrírselo a Dios y lo abrimos mandándole señales. Una señal muy concreta es la penitencia, la penitencia que cada uno de nosotros haya decidido hacer en esta Cuaresma.
En una ocasión les contaba cómo un chico me dijo que su Cuaresma iba a ser una cosa muy sencilla: tomar un vaso de agua antes de cada comida, porque eso a él le molestaba muchísimo, porque nunca le gusta tomar agua. Otro me dijo que iba a dejar el teléfono fuera de la mesa para no estar mirando mensajitos y poder hablar con sus padres, con su familia.

Y así, cada uno hace una pequeña penitencia, que son pequeñas… Cinco panes y dos peces, pero Dios hace el milagro de convertirnos el corazón, de mejorarnos, de sanarnos el corazón. De manera que nunca hagamos como aquellos labradores que echaron a Dios de su viña, incluso lo intentan matar, porque a veces Dios nos molestará y lo intentaremos matar de nuestra conciencia, que esté lejos. Se lo pedimos ahora en nuestra oración.


Citas Utilizadas

Gen 37, 3-4. 12-13. 17-28

P 104

Mt 21, 33-43. 45-46

Reflexiones

Señor, que en esta Cuaresma nos convirtamos de corazón, y te abramos la puerta de par en par con nuestras pequeñas mortificaciones.

Predicado por:

P. Javier

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