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LA PRESA Y EL CAZADOR

diezmo

Seguramente, en alguna ocasión has visto los programas de “Nat Geo” o  “Discovery” sobre animales en su hábitat natural. Sobre todo, los típicos capítulos, en los que están los depredadores. Los leones persiguiendo a la indefensa gacela o a cualquier otro animal, que podemos encontrar en la selva o en la jungla.

Empieza primero con el león o el tigre, que se camufla entre las plantas, y que poco a poco se acerca a la presa, que aparentemente está desprevenida, comiendo unas plantitas. Poco a poco, el animal, el que nosotros sí vemos, se acerca sigilosamente. Y, en cuanto la presa se descuida, salta el cazador, -en este caso el león- y empieza una cacería. Empieza a correr la presa a toda velocidad, el león, ya se uno o varios, están detrás de la presa.

Quería quedarme con esta imagen, sobre todo, en esa primera parte en la que el depredador está al acecho, mira a su posible presa, y se prepara para atacar en el momento en que baje la guardia.

LOS FARISEOS SE SIENTEN AMENAZADOS

Esto es, lo que nos cuenta el evangelio de hoy. Un evangelio, diríamos que de vísperas del Domingo de Ramos. San Juan, nos cuenta que nuestro Señor Jesucristo, se  encuentra en casa de María, Marta y Lázaro, en Betania. Y entonces, muchos judíos empezaron a creer en él, a causa de la resurrección de Lázaro. Este era un signo, un milagro innegable y muy potente, porque  había muerto, y a pesar de que llevaba  varios días muerto, Jesús le resucitó.

Entonces, algunos fueron a los fariseos y contaron todo lo que había hecho Jesús. Los fariseos y los príncipes de los sacerdotes y otros, convocaron al Sanedrín, este máximo tribunal, porque ven que el asunto llamado “Jesús”, podríamos decir así, se está saliendo de las manos, se está complicando mucho más.

Entonces dicen:

“¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos signos? Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación”

(Jn 10, 31).

Señor, nos llama la atención, la ceguera de estos hombres. Porque no les importa que hayas hecho un milagro. Y no es que Jesús haya adivinado algo que iba a pasar, que a lo mejor era pura coincidencia… No. Jesús, Tú Señor, has resucitado a una persona, a ese amigo tuyo tan querido: a Lázaro. 

Pero, ellos no piensan en eso, porque su corazón está en las cosas terrenas. Y una preocupación, si quieres, lícita porque están preocupados por su seguridad, pues los romanos les podrían hacer algo.

ÉL: ES EL MESÍAS

Pero, no se dan cuenta que tienen allí delante de ellos, al Mesías tan esperado. Y entonces uno de ellos, llamado Caifás, que en aquel año era el sumo sacerdote, les dice que no se dan cuenta de lo que está pasando… Que, es necesario que uno de ellos muera, en este caso Jesús, para salvar a toda la nación.

Aquí, san Juan, nos da una interpretación. Porque dice: Caifás profetizó ese año, era él justamente el sumo sacerdote, y en efecto profetiza que Jesús va a morir. Tal vez, ellos lo toman como una interpretación propia. Así lo dice: “Es necesario que éste muera, porque de ese modo el pueblo no se va a levantar, y los romanos nos van a dejar tranquilos”.

Pero no, realmente Caifás profetizó… porque Jesús va a morir para salvar, no únicamente al pueblo de Israel, sino a toda la humanidad, a todos nosotros.

Es por eso, lo que viene a continuación, es que dice que desde ese momento cuando a ellos les queda claro que Jesús tiene que morir, empezaron a acechar como los leones acechan a la presa. Y se quedan esperando la oportunidad precisa. Y la oportunidad precisa, se las va a dar bandeja de plata el mismo Judas. Pero no nos adelantemos.

Y EMPIEZAN A ACECHARLO…

Y aquí Señor, no podemos dejar de pensar, en lo que viven tantos cristianos en el mundo, en lo que todos nosotros podemos vivir también. Ya que a veces nuestra fidelidad en Jesucristo, puede contrastar con otras personas, otros modos de vivir que son contrarios a lo que Tú quieres Señor de nosotros, que es la felicidad a fin de cuentas.

Con esto Señor, te pedimos nos ayudes a ser gente de fe. Personas de fe que creemos en Ti. Que estamos dispuestos a darlo todo. Incluso a sufrir esas incomprensiones que a veces son dentro de nuestra propia familia, que no entienden porque vivimos de este modo, y es a fin de cuentas ser fieles a Jesucristo viviendo siempre la caridad. Y esto no significa, que por eso vayamos a juzgar a los demás, a decir que las otras personas son malas, o que o que actúan mal, ¡No! Es nuestro ejemplo, el que va a arrastrar. Aunque eso pueda llevar también a que no seamos comprendidos.

NECESITAMOS VALENTÍA

Pero sobre todo Señor, ayúdanos  a estar prevenidos de esas acechanzas del enemigo que es el demonio. De esas tentaciones a las que estamos expuestos. Ayúdanos también, a saber huir de estas ocasiones de pecado.  

Esa, es la valentía que necesitamos. Como Tú señor, que sabías que estaban detrás de Tí. Sabías que querían matarte, y aún sabiendo eso, no impidió que Tú continuarás con tu obra, y que al día siguiente entras victorioso a Jerusalén y siguieras predicando, aunque sabías que estabas entrando a la boca del lobo. Pero Tú sabías que tenías que morir en la Cruz.

Ayúdanos también a nosotros Señor, a tener esa valentía de vivir. Cómo le gustaba decir a san Josemaría:

“Como otros Cristos, como el mismo Cristo”. 

No para que nos admiren, no para que nos alaben. ¡No! Sino porque ese es el camino que Tú nos has trazado. Tú el Hijo. Tú que te has hecho hombre, con una naturaleza como la nuestra, nos muestras el camino hacia Dios, que es ser hijos que quieren que su padre, se sienta orgulloso de ellos.

HACER LA VOLUNTAD DE DIOS A VECES CUESTA…

También, te pedimos que nos ayudes en las contrariedades, ya le veremos y contemplaremos esas escenas en Getsemaní. En las que Jesús sufre y aprende que seguir la voluntad de Dios, que le cuesta. Pues seguir la voluntad de su Padre cuesta, no va a ser fácil. 

Y a veces a ti y a mí, nos puede costar eso, a veces también nos pueden costar llevar las contrariedades de la jornada o alguna contrariedad más dura.

Cuantas personas, ahora mismo están sufriendo acoso, o sufriendo a causa de esta pandemia, por problemas de salud. O a lo mejor con el tema del trabajo, y del dinero también. 

“Ya estamos cansados de estar encerrados”: es lo que muchas personas con las que hablo, me dicen. Estamos viviendo una contrariedad, todos. Entonces Señor, recurrimos a ti porque Tú, sabes lo que es, sabes lo que es el dolor, lo que cuesta ser fieles a la voluntad de Dios.

Y te pedimos ayuda. Te decimos como san Pedro: 

“¿Señor a quién vamos a ir? Si tú tienes palabras de vida eterna”

(Jn 6, 68).

Es decir, no estamos solos. Porque somos esa Iglesia, que tú has fundado. Tú que has muerto por todos nosotros, uno solo tenía que morir de una vez, para y por siempre. Y de ese modo, hemos sido salvados, por tu obediencia, Jesucristo. 

Si por la desobediencia de uno entró el pecado, por la obediencia de uno entró la Gracia, entró la salvación.

Podemos acabar este rato de oración, poniéndonos en manos de nuestra Madre Santísima. Poniendo, esos grandes ideales, ese afán de ser hijos, de vivir como hijos de Dios, Y aunque a veces pueda costarnos y a veces podemos ser incomprendidos. Que no queramos separarnos nunca de la Cruz de Cristo.

 

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