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UN VACÍO LLENO DE CONTENIDO

Jeremy

Estamos, en esta semana de la Octava de Pascua, instalados, todos los días, en el mismo Domingo de Resurrección. Por eso, el Evangelio nos sitúa siempre en ese día.

“Pasado el sábado, al alborear el día siguiente”

(o sea el domingo)

“marcharon María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro”

(Mt 28, 1).

Y el sepulcro estaba vacío… 

LA TUMBA DE JESÚS ESTABA VACÍA

Me acordaba de un relato que me gustó mucho cuando lo leí. El protagonista se llama Jeremy:

“Jeremy nació con un cuerpo deforme y una mente lenta. A la edad de doce años estaba todavía en segundo de primaria, pareciendo ser incapaz de aprender. Su maestra, Doris Miller, a menudo se exasperaba con él.

Podía retorcerse en su asiento y soltar gruñidos; y otras veces hablaba de manera clara y precisa, como si un rayo de luz penetrara en la oscuridad de su cerebro. La mayor parte del tiempo, sin embargo, Jeremy simplemente irritaba a su maestra.

Llegó la primavera y los niños hablaban animadamente de la llegada de la Pascua. Doris les contó la historia de Jesús y, para enfatizar la idea del nacimiento a una nueva vida, dio a cada uno de los niños un gran huevo de plástico.

‘Ahora quiero que se lo lleven a casa y que lo traigan de vuelta mañana con algo dentro que signifique una nueva vida. ¿Lo han entendido?’

‘Sí señorita Miller’, respondieron con entusiasmo los niños (todos excepto Jeremy). Él la escuchó dando muestras de estar comprendiendo lo que decía. Sus ojos no dejaron de estar fijos en su cara. Incluso ni hizo sus ruidos habituales.

¿Había entendido el chico lo que ella había explicado sobre la muerte y resurrección de Jesús? ¿Había entendido la tarea asignada? Tal vez debiera llamar a sus padres y explicarles a ellos el proyecto.”

(Pero se le olvidó.)

“A la mañana siguiente, 19 niños llegaron a la escuela riendo y hablando mientras dejaban sus huevos en la gran cesta de mimbre sobre la mesa de la señorita Miller. Tras acabar su lección de matemáticas, llegó el momento de abrir los huevos. 

En el primer huevo, Doris encontró una flor. ‘Oh, sí. Una flor es ciertamente un signo de nueva vida. Cuando las plantas asoman de la tierra, sabemos que ha llegado la primavera’.

Una niña pequeña en la primera fila agitó su brazo. ‘Ese es mi huevo, señorita Miller’, dijo. 

El siguiente huevo contenía una mariposa de plástico, que parecía muy real. Doris la mantuvo en alto: ‘Todos sabemos que una oruga cambia y se transforma en una bonita mariposa. Sí, también es nueva vida’.

La pequeña Judy sonrió orgullosa y dijo: ‘Señorita Miller, ese es mío’.

En el siguiente sofocó un grito. El huevo estaba vacío. Con toda seguridad debe ser de Jeremy, pensó y, naturalmente, él no había entendido sus instrucciones…

Para no hacerle pasar un mal rato, con cuidado puso el huevo a un lado y alcanzó otro. De pronto Jeremy dijo: ‘Señorita Miller, ¿no va usted a hablar de mi huevo?’ Doris replicó confusa: ‘Pero Jeremy, tu huevo está vacío’.

Él la miró fijamente a los ojos y dijo suavemente: ‘Sí, pero la tumba de Jesús también estaba vacía’. 

El tiempo se paró. Cuando pudo hablar de nuevo, Doris le preguntó: ‘¿Sabes por qué estaba vacía la tumba?’ ‘Oh, sí. A Jesús lo mataron y lo pusieron dentro. Entonces su Padre lo elevó hacia Él.’

La campana del recreo sonó. Mientras los niños corrían animadamente hacia el patio del colegio, Doris lloró. La frialdad de su interior se desvaneció por completo.

Tres meses más tarde, Jeremy murió. Aquellos que fueron al tanatorio a expresar sus condolencias, se sorprendieron al ver 19 huevos sobre la tapa de su ataúd. Todos ellos vacíos”.

LA TRISTEZA SE TRANSFORMA EN ALEGRÍA

Así es, fueron a ver el sepulcro y el sepulcro estaba vacío.

“Un ángel del Señor descendió del cielo (…) y les dijo a las mujeres: –Ustedes no tengan miedo; ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho.

Vengan a ver el sitio donde estaba puesto. Marchen enseguida y digan a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de ustedes a Galilea: allí le verán. Miren que se los he dicho.

Ellas partieron al instante del sepulcro con temor y una gran alegría y corrieron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron.

Entonces Jesús les dijo: –No tengan miedo; vayan a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán”

(Mt 28, 5-10).

Aquello, por supuesto, es un cúmulo de emociones. La tristeza se transforma en confusión, en sorpresa y luego en alegría y en gozo.

Hay tanto que decirse, qué compartir. Y, sin embargo, de entre todo lo que se pudieron haber dicho, aquí el evangelista nos transmite el mensaje de ir a Galilea.

VOLVER AL ORIGEN

“¡Qué insistencia en que vayan a Galilea, Señor! Primero el ángel y ahora Tú. ¿Por qué? ¿Qué había tan importante en Galilea?

Nos lo explica el Papa Francisco: ‘Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada’.

Es decir, volver al lugar del primer amor, al lugar donde, por primera vez, los discípulos quedaron fascinados por tus palabras y atónitos por tus milagros; es volver a donde empezaron a tener fe en Ti; es volver a la tierra donde surgió la primera comunidad de discípulos.

La conversión es volver al origen. No es ir cambiando de piel como una serpiente, sino desprenderse de todo lo que se me ha ido pegando y que no es de Dios (desencanto, orgullo, miedo, resentimiento, sensualidad, frivolidad, dureza de corazón, mentira, etc.), para recuperar mi alma de niño, tal y como salió de las manos de Dios (…)

Volver al origen de mi fe ingenua. Volver al origen de mi amor tierno a Jesús. Volver al origen de mi vocación. Pero con la fuerza de la Cruz y la Resurrección”

(Deseando amar, José Brage).

LA VIDA PUDO MÁS QUE LA MUERTE

Este tiempo de Pascua es tiempo de conversión en este sentido: volver a tener la fuerza y la ilusión de antes, pero ahora es todavía más fuerte, porque de la Cruz hemos pasado a la Resurrección.

“¡Ha resucitado! –Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. –La Vida pudo más que la muerte. 

Se apareció a su Madre santísima. –Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor. –Y a Pedro y a los demás apóstoles. –Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!”

(Santo Rosario, san Josemaría).

A mí me gusta mucho esta consideración, sobre todo eso que dice: “La vida pudo más que la muerte”, porque la vida puede más que la muerte siempre. ¡Cristo vive! Y este es tu Jesús y el mío…

¡CRISTO VIVE!

Como explicaba en una ocasión el predicador de la Casa Pontificia:

“El mensajero que llega jadeando del campo de batalla a la plaza de la ciudad no cuenta ordenadamente cómo se han desarrollado los acontecimientos, ni se entretiene en detalles, sino que va derecho al grano, proclamando enseguida, con pocas palabras, la noticia que más le urge y que todos esperan, dejando para más tarde el resto de explicaciones.

Si se ha ganado una guerra, grita: ¡Victoria! Y si se ha logrado la paz, grita: ¡Paz!”

(La vida en Cristo, Raniero Cantalamessa).

Eso gritamos tú y yo, especialmente estos días: ¡Cristo vive! Así gritan los apóstoles por el mundo: ¡Cristo vive! ¡Y con Él, vivimos nosotros!

El sepulcro está vacío… 

¡Qué sabiduría la de Jeremy! ¡Qué sabiduría la de nuestra fe ingenua de niños! La del origen de nuestro amor tierno a Jesús, a ese Jesús vivo que no está en el sepulcro porque, precisamente, ha resucitado.

Madre nuestra, tú lo viste resucitado y ¡qué alegría! Pues queremos compartir esa alegría contigo.

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