JESÚS NOS ENSEÑA A HACER ORACIÓN
Aquí estamos tú y yo una vez más, queriendo hacer un rato de oración, hablar con Jesús. Pero ¡vaya cosa! Jesús es Maestro de oración. Vale la pena hacer el esfuerzo por hacer bien nuestra oración, pero no dejes de pedirle: “Señor, enséñame a hacer oración”.
Yo creo que Jesús nos dice, entre otras cosas: “Lee los evangelios. Todo en ellos es una catequesis de oración”. Porque así es. Y en esto, en esto justo, te invito a fijarte hoy.
Presenciamos la escena: “Jesús [cruza] el territorio de la Decápolis. Le traen a uno que era sordo y que a duras penas podía hablar y le ruegan que le imponga la mano” (Mc 7, 31-32).
Fíjate en las lecciones de oración. Primero: la oración es acudir a Dios y se puede acudir de muchas maneras. Y estos decidieron acudir y lo hacen con obras: “le traen a uno”. No les basta hablarle a Jesús de este amigo o de este familiar que está sordo y mudo, sino que se lo traen.
Segunda lección: “le ruegan que le imponga la mano”. Nunca falta ese rogar. Es cierto que han actuado, pero eso no quita que tengan que rogar. Y lo hacen. Piden y confían.
“Entonces Tú, Jesús, haces lo que ellos hacen:
“Apartándolo de la muchedumbre, le metió los dedos en las orejas y le tocó con saliva la lengua” (Mc 7, 33).
Es como si lo apartaras de lo demás para mostrárselo a Dios Padre y le pides con obras, o sea, pones los dedos, tocas, actúas.
Paro luego:
“mirando al cielo, suspiró” (Mc 7, 34).
Esa mirada al cielo es tu ruego. Te diriges a Dios Padre en petición y confías. Y es entonces que dices:
“Effetha, que significa:
“Ábrete”. Y se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar correctamente” (Mc 7, 34-35).
Rogar y actuar. Actuar y rogar. Esto está en cada esquina del Evangelio.
Aprendamos las lecciones. Algunas serán parecidas a esta escena. Creo que las más, la mayoría, serán la amistad hecha oración de los apóstoles y discípulos del Señor. Esa oración de ir caminando de un lado a otro y hablar; esa de sentarse a comer y hablar de lo que ha pasado. Esa de subirse a la barca y hablar. Esa de subir o bajar de un monte y hablar, o esa de simplemente hablar con Jesús, pasar tiempo con Él.
No por nada decía Santa Teresa de Jesús: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.
Ese es el secreto del amigo de Dios, del santo. Que con la confianza de un amigo, habla de cosas grandes y pequeñas, va desde confiar sus secretos más íntimos hasta compartir las cosas más banales.
LA CONFIANZA EN LA ORACIÓN
Te comparto algo que leí hace poco. Me gustó mucho. Un matrimonio viaja con un amigo a un santuario mariano.
“Han previsto llevar con ellos a su hijo Pablo, de ocho años [y van en el carro]. Al decaer la tertulia -la plática que tienen-, el padre dice a los pasajeros: ¿Hacemos la oración de la tarde? En especial se dirige al pequeño porque intenta formarlo cristianamente sin imposiciones, pero evitando a toda costa que tenga abandonos irresponsables
– ¿Qué es la oración de la tarde? -pregunta el niño con sencillez.- No es ninguna plegaria de las que has aprendido. Sólo guardaremos silencio durante media hora para que cada uno converse con Dios por su cuenta -explica el padre, mientras el niño de reojo lo voltea a ver con serias dudas ell papá de que soporte la espera. Pero ante su buena acogida se dispone a comenzar. Y comienza: Por la señal de la Santa Cruz y a hacer su rato de oración.
Bueno, termina el tiempo establecido de oración justo cuando el carro abandona la autovía en busca de un sitio tranquilo donde merendar lo que traían de casa. El trayecto por el bosque de árboles centenarios le parece relajante. Entonces el padre observa de nuevo a su hijo por el retrovisor.- ¿Puedo preguntarte algo? ¿Sobre qué le has hablado en tu oración? Y entonces el niño responde: -Le he dicho que me gustaría mucho ver un dinosaurio y un zorro.
Bueno. Consternación general. El matrimonio cruza miradas de impotencia. No saben qué decir. Y entonces la mamá trata de preparar el terreno y le dice: -Pablo, sé comprensivo con Dios si no te lo concede. Te ruego que pienses que tus oraciones han sido muy exigentes.
Y el niño responde: – ¡Pero si ya lo he conseguido! Hace un rato hemos pasado junto a un cartel con un dinosaurio gigante.Mientras los adultos, conmovidos, asimilan en silencio el ejemplo de confianza infantil en la propia oración, el conductor frena levemente para no embestir ¡a un zorro! que cruza con tranquilidad la carretera nacional”
(La oración mental, Francisco Crespo Giner).
¡Esa es oración! Voy de un lado para otro con Jesús, como los apóstoles, y le hablo. ¿De qué? De los secretos más íntimos hasta las cosas más banales. Que me encantaría ver un dinosaurio y un zorro como Pablo.
ORACIÓN QUE CAMBIA LAS COSAS
Y ese relato se me venía a la mente también, porque la santa que celebramos hoy, santa Escolástica, tiene algo, digamos, no exactamente así, pero por esta línea.
Se cuenta que:
“Escolástica, hermana de San Benito, dedicada desde su infancia al Señor todopoderoso, solía visitar a su hermano una vez al año. El varón de Dios (Benito), se encontraba con ella fuera de las puertas del convento, en las posesiones del monasterio.
Cierto día vino Escolástica, como de costumbre, y su venerable hermano bajó a verla con algunos discípulos, y pasaron el día entero entonando las alabanzas de Dios, entretenidos en santas conversaciones. Al anochecer cenaron juntos.
Con el interés de la conversación se hizo tarde, y entonces aquella santa mujer le dijo: “Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana”. A lo que respondió Benito: “¿Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento”. Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso.Dios todopoderoso.
Al levantar la cabeza comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar.
Comenzó entonces San Benito a lamentarse diciendo:
“Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué lo que acabas de hacer?” Entonces le responde ella: “Te lo pedí y no quisiste escucharme; rogué a mi Dios, escuchó. Ahora sal si puedes, despídeme y vuelve al monasterio”.
Benito, que no había querido quedarse al principio, no tuvo más remedio que quedarse allí. Bueno, pero pasaron toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.”
Así dice San Gregorio Magno, que es el que cuenta esto.
(De los libros de los Diálogos de san Gregorio Magno, papa. Libro 2, 33:PL 66, 194-196).
Esa es la oración de una santa: desde las cosas más profundas hasta las más banales. Y consigue de Dios que llueva, truene o relampaguee para que su hermano no se vaya.
Tal vez nosotros no somos santos como Escolástica. Tal vez no somos niños como Pablo (el del dinosaurio y el zorro). Pero no te prives de ser amigo de Dios. Haz oración. Pídele que te enseñe a abrirle el corazón y a hablarle desde tus secretos más íntimos hasta las cosas más banales. Porque resulta que a Dios le interesan y te escucha. Se lo pedimos a nuestra Madre, que le hablaba seguramente de todo.