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P. Josemaría

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LA GLOBALIZACIÓN DE LA INDIFERENCIA

El Papa nos ha dicho que su gran batalla es contra la globalización de la indiferencia.

Hay un punto de un libro que se llama Forja, escrito por san Josemaría, que describe muy bien lo que tiene que ser nuestra vida.  Dice:

“La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra”

(San Josemaría, Forja 1005).

De tal manera, que podemos decir que, en la medida en que construyamos nuestra felicidad en esta tierra, va a ser nuestra felicidad en el Cielo.

En la medida en que pongamos más empeño por dejar actuar a Dios en nuestra vida, en esa misma medida, podremos ser felices en el Cielo.

Una parte importante de esa felicidad, si no la más importante, la clave, es lo que se refiere al darnos a los demás.

Sabemos que la felicidad no está en retener cosas, sino en dejarlas; en no quedarnos con nada.  Sabemos bien que todo lo que sea darnos nos hace más felices.

Creo que todos lo tenemos bien experimentado: que la felicidad es una puerta que se abre hacia afuera y todo eso a cada uno nos va haciendo más felices.

Te quería contar de algo que sucedió hace algunos años: dos parejas jóvenes de una ciudad de aquí de mi país, recién casados, con su primer hijo cada una.  Uno con hijo y el otro matrimonio con una hija.

Entonces los niños coinciden en el kínder y dicen los niñitos al volver a casa que son novios.  El papá del niño está preocupado por la niña y le dice a su hijo que cómo que ya tiene novia, que la tiene que llevar a la casa y que quiere conocer a sus papás.

LA VIDA CRISTIANA

Y así fue, la realidad es que se hicieron muy amigas las dos familias.  Con el tiempo, se fue haciendo un grupo más grande, al grado de llegar a ser como muy amigos los papás de todo ese grupo.

De pronto, uno de ellos anuncia que su esposa está esperando un bebé, pero que, junto con la alegría de la noticia, hay otra noticia triste, que es que le diagnosticaron un tumor en la cabeza a su esposa.

Así que tiene estas dos situaciones y, a pesar de las recomendaciones médicas de abortar, ella quiso continuar con el embarazo.  Y así fue creciendo el bebé y también el tumor.

Le dijeron que el niño iba a nacer prematuro, de siete meses, por cesárea y que inmediatamente la iban a tener que intervenir a ella para quitarle el tumor.

Todo mundo rezando… y gracias a Dios todo salió muy bien: nació el bebé, operaron a la mamá del tumor en la cabeza.

Una cosa muy bonita, es que todos los del grupo y amigas de esta señora, se comprometieron a hacerle comida a la familia durante el tiempo en que ella estuviera convaleciente en el hospital.

Cada día una señora hacía la comida para la familia de esta mujer y al día siguiente le tocaba a la otra y así se fueron turnando todas las familias para que no se quedaran estos niños sin comida.

Seguramente el papá se las pudo haber arreglado de otra manera, pero sobre todo para hacerle cercano al cariño de lo que es la vida cristiana, que es estar al pendiente unos de otros.

CONSTRUIR UN PEDACITO DE CIELO PARA LOS DEMÁS

indiferencia

Uno lo piensa y dice: es que esto es la Iglesia, somos una familia y nos ayudamos entre todos y esto es un auténtico pedacito de Cielo, podríamos decir.

De nosotros depende construir ese pedacito de Cielo para los demás.

De nosotros depende hacer que en la Iglesia y en ese rinconcito de la Iglesia que es tu familia (que es una Iglesia doméstica) y entre tus amigos, siga siendo el mejor lugar para vivir y para morir; de eso se trata.

Que se siga diciendo aquello que se decía de los primeros cristianos:

“Miren cómo se quieren”.

Ahora que está tan de moda el volver al “back to basics” siempre nos ayuda a regresar a lo más básico de la fraternidad.  El motivo más auténtico de ser cristianos, repasar los motivos de fondo.

¿Cuál es el motivo de fondo? ¿Por qué estamos unidos? Estamos unidos por el Bautismo.  Que todos somos, por el Bautismo, hijos de Dios y eso nos hace hermanos entre todos.

Hemos sido invitados a vivir el mandamiento nuevo:

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os queráis”.

Que se quieran, que nos queramos y, más concretamente, nuestro camino hacia el Cielo pasa por el querer a los demás, por el interesarnos en los demás, por estar en las cosas de los demás.

ACERCAR A LAS PERSONAS A DIOS

Otro motivo importante para construir nuestra propia felicidad es: el acercar a las personas a Dios.  Que nada hace más feliz en el mundo que el acercar a los amigos a Dios.

Y se van a acercar a Dios en la medida en que les queramos de verdad; en la medida en que seamos coherentes, que luchemos por ser coherentes para ser creíbles a los demás.

En esta medida, la gente encontrará un testimonio real del mandato nuevo del Señor, de lo que es realmente, ser cristiano.

El Papa lo decía en una entrevista, algo así como:

“Si el mundo no está interesado en escuchar a Dios, hagamos que le atraiga la belleza de la bondad.  En un mundo en que ya no está interesado en escuchar nuestras palabras, solo la presencia de Dios que nos ama y nos salva puede interesarles”.

Y terminaba diciendo:

“No hay que tener miedo a depender únicamente de la ternura de Dios, de la belleza de la bondad, de la belleza del cariño”.

IR AL FIN DEL MUNDO

indiferencia

Y ahora que estamos aquí en mi país muy contentos porque viene dentro de unos poquísimos días el Prelado del Opus Dei, el Padre, a visitarnos, te quería contar una anécdota de cuando estuvo don Álvaro del Portillo, el sucesor de san Josemaría, también hace muchísimos años que vino a visitarnos.

Era el año 83 y lo llevaron a una peluquería que estaba en la Avenida Insurgentes, de la Ciudad de México.  Había allí un peluquero que se llamaba Erasmo, fue el que se encargó de cortarle el pelo a don Álvaro. 

Y ya cuando se fue, los que iban a ver al tal Erasmo, surgía natural la conversación de aquella vez que había ido aquel Prelado, aquel sacerdote, don Álvaro del Portillo.

Le preguntaban: “Oye, ¿cuál fue tu experiencia de haberle cortado el pelo?” y siempre repetía lo mismo: “Ese sacerdote lo único que me demostró es que me quería muchísimo.  Si Dios me quiere así, yo por Dios estoy dispuesto a ir al fin del mundo”.

Esa, podríamos decir, que es la definición de ser cristiano: nuestra fraternidad.  Tiene que ser transmitir el cariño que nos tenemos, de eso se trata, de que todos, porque nos queremos transmitamos el amor de Dios.

AUTÉNTICA IGLESIA DOMÉSTICA

Que los demás perciban la vida cristiana que se vive en nuestras familias, entre nuestros amigos, entre nuestros hermanos.

Fíjate cómo hoy san Pablo, en la primera lectura de la misa, les escribe a los efesios:

“Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque eso es justo.  Honra a tu padre y a tu madre, es el primer mandamiento al que se añade una promesa: Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra./i>

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, criadlos educándolos y corrigiéndolos según el Señor”

(Ef 6, 1-4).

Que se pueda decir de tu familia que es una auténtica iglesia doméstica en donde se vive la fraternidad y en donde se lucha en contra la indiferencia.

Acuérdate que el Papa nos ha dicho y ha hablado muchísimo de su gran batalla que es contra la globalización de la indiferencia.

Es que todos padecemos un poquito la indiferencia del mundo actual que nos lleva, con mucha facilidad, a dejarnos vencer por la indiferencia.

Tenemos tantas cosas que hacer y la vida van tan rápido, que nos acabamos atropellando y acabamos siendo indiferentes a la gente y peor, a los que más cerquita tenemos, a los de nuestra propia casa.

Podemos terminar siendo como islas, islas que viven en la misma casa, pero están separadas unas de otras.  Islas que coinciden en el comedor, islas que coinciden en la sala, pero cada quien está separado.

Vamos a pedirle a la Virgen que nos ayude a luchar contra esa batalla a la que el Papa nos invita a luchar: contra la globalización de la indiferencia, pidiendo perdón cuando seamos indiferentes y luchando por estar haciendo realidad un pedacito de Cielo para las personas que están cerca de nosotros.


Citas Utilizadas

Ef 6, 1-9
Sal 144
Lc 13, 22-30

Reflexiones

Jesús, que no acabe atropellando y siendo indiferente a la gente.  Que pueda transmitir el amor de Dios.

Predicado por:

P. Josemaría

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