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GACHO

Reconciliarnos con Dios

¡Gacho! Así se titula esta meditación: gacho.  ¿Cuál es la definición de gacho? Encorvado, inclinado hacia la tierra.

El protagonista del Evangelio de hoy -siempre eres Tú Señor- es una mujer gacha.  Pensé titularla “gacha”, pero como yo me meto en la escena, ahora yo soy el gacho, el encorvado.

“Un sábado enseñaba Jesús en una sinagoga.  Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu y estaba encorvada, sin poderse enderezar de ningún modo.

Al verla, Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”.  Le impuso las manos.  Y enseguida se puso derecha y glorificaba a Dios”

(Lc 13, 10-13).

“Señor, yo me imagino la escena: Ya se sabe que Tú vas a ir a la sinagoga.  Ya están los carteles, ya se mandó el WhatsApp, ya se puso en los estados, ya todo el mundo lo sabe; ya se publicó en las historias de Instagram… todo el mundo sabe que vas a ir a la sinagoga.

Esta mujer se entera y se va para allá enfermita, encorvada.  La gente un poco la aparta, se le adelanta en el camino, no la dejan avanzar, pero ella está decidida a entrar en la sinagoga.

Allí está y se pone en un lugar donde más o menos te pueda ver, donde más o menos te pueda escuchar; pero aún más importante, donde Tú Señor la puedas ver”.

Ahora que yo me meto ahí en la sinagoga y estoy gacho (cada uno lo puede pensar a su manera), pero quizá no he llegado con lepra, ciego, sordo o paralítico, como a ese amigo que bajan por el techo de una casa.

Quizá no llegue así, pero sí quizá Señor un poquito encorvadito, un poquito gacho.  Esta mujer estaba encorvada, no podía mirar el parpadeo de las estrellas.

¿QUÉ ES LO QUE ME HACE ESTAR GACHO?

Aquí hay una primera pregunta para este ratico de oración: “Señor, ¿qué es lo que me encorva? ¿Qué es lo que me hace ser gacho o estar gacho?”

Esta mujer estaba quizá pegada a las cosas de la tierra, a sus seguridades y por eso no podía levantar la mirada, contemplar lo divino.  Había perdido la capacidad de contemplar las cosas divinas.

Me parece que esa es la situación más puntual de estar gacho en el mundo: no contemplar las cosas de Dios; no darnos cuenta de las cosas de Dios, no mirar al Cielo, no mirarte a Ti.  Si no te miro a Ti, estoy gacho… así de sencillo.

Señor, pero también lo que me puede encorvar, eso ¿sabes qué? lo he estado hablando contigo estos días, puede ser también un trauma, un traumilla o un traumonón.

¿Qué pasa si tengo un trauma que me hace estar gacho? Tengo que hablar, tengo que ir a hablar con alguien, alguien que me escuche, que me entienda, que me quiera, que me comprenda, que rece por mí; hablar con un sacerdote… ¡hablar, hablar!

Esta mujer llevaba dieciocho años encorvada, ya se había acostumbrado.  ¡No!  No me puedo acostumbrar a estar gacho.

Ahora recuerdo, como contraste, también este compadre que estaba en la piscina de Bethesda, 38 años llevaba en la piscina y cuando Tú vas allí y le preguntas:

“¿quieres ser sanado?”

Y empieza a decir:

“yo no tengo a nadie”

(Jn 5, 6-7). 

¿Cómo así que no tengo a nadie? Grite, pida, llore, patalee… (bueno, no podía patalear porque estaba paralítico), pero ¡no puede ser! No nos podemos acostumbrar a esa situación.

ACHAQUES

Ahora pienso: ¿qué o quién habrá convencido a esta mujer a decidirse a entrar en la sinagoga? ¿Por dónde se metería en su corazón esa brisa suave, limpia de la esperanza?

Jesús la ve y se da cuenta.  No es que se dé cuenta solamente de que está encorvadita, se da cuenta de lo que pide su corazón.

El Señor sabe lo que quieren los corazones, sabe lo que quiere tu corazón y sabe lo que quiere mi corazón.

“Mujer, quedas libres de tus achaques”.

Esa palabra es simpática: achaques.  ¿Quién no tiene achaques en este mundo? Jesús me quiere así con esos achaques.  No me quiere como “ay pobrecito, qué pesar, mira al gachito, me compadezco…” ¡No! Jesús me quiere así y, además, me quiere como un enamorado, ese es el amor de Dios.

Dice el Evangelio de san Lucas:

“Enderezándose, glorificaba a Dios”.

“Esa tiene que ser nuestra vida: cada día enderezarnos con la gracia tuya Jesús, para glorificarte, para comenzar el día con la ilusión de que estés en mis pensamientos, en mis palabras, en mis obras, en mi pecho, en mis ilusiones, en mis deseos, en todo lo mío.

Tú cuenta Señor con mis miserias para hacerme santo.  Con tu gracia superaré mis miserias, mi pequeñez, mis achaques.  Por eso: optimismo, alegría, estoy protegido por Dios.

¡Gracias Jesús, gracias!  Me voy decidido a cumplir siempre y en todo tu santa Voluntad. Tú me ayudas, tengo tu ayuda”.

¿QUÉ HAGO YO PARA ENDEREZAR A LA GENTE?

Esto fue la primera parte; segunda parte me dio por pensar en esto también metiéndome en la escena: “Señor, ¿qué hago yo para enderezar a la gente?”

Cuando un compañero o una compañera llega a la empresa o al trabajo pienso: “¡Qué alegría, qué maravilla, se formó! (como dicen aquí en la costa de este país, en la costa atlántica).

Ahora fíjense cómo todo cambia con la llegada de esta persona.  Todo florece, hay sonrisas, hay alegría, se genera un ambiente grato, un ambiente de esperanza.

Recordaba también una canción de Juanes, una canción muy triste que habla de un niño que lo que quiere es jugar, cantar, soñar, volar… pero el mundo se lo niega.

Parte de la canción dice así:

“Juan preguntó por amor y el mundo se lo negó;

Juan preguntó por honor y el mundo le dio deshonor;

Juan preguntó por perdón y el mundo lo lastimó;

Juan preguntó, preguntó y el mundo jamás lo escuchó.

Él solo quiso jugar y él solo quiso soñar 

y él solo quiso amar, pero el mundo lo olvidó;

Y él solo quiso volar y él solo quiso cantar 

y él solo quiso amar, pero el mundo lo olvidó”.

Señor, darnos cuenta de eso.  Querer, jugar, soñar, cantar, volar… y el mundo se lo negó, el mundo se olvidó.

¡No! Vamos Jesús, como Tú, a conseguir esto en las personas con las que vivo, con las que trabajo, con las que coincido.  Que puedan jugar, soñar, cantar volar…

¿Qué hago yo para promover los buenos deseos y las buenas intenciones de los que me rodean? O ¿estoy en este mundo para que los demás estén gachos mientras yo voy derechito, machito, majito?

¡No! Jesús, te pido que los cristianos vayamos por este mundo enderezando a la gente con nuestra oración, con nuestro ejemplo, con nuestra sonrisa.

Así le ayudamos a la gente a que se enderece si está un poquito encorvada; si están tristes, desesperanzados, deprimidos… ayudarles.

Una cosa que puede funcionar es llevar a la gente a la oración. ¿Cómo así?

Hablarte a Ti Jesús de las personas con las que vivo, irte comentando: “Señor, mira a este lo que le pasa; mira a esta lo que tiene en su corazón, mira que se le ve un poquito triste; fíjate el problema que tiene…

Y así, le vamos arrancando a Dios la gracia de que se enderecen, de que entren en la sinagoga de la oración, de que escuchen al Señor, de que vean al Señor y de que, con humildad, le pidan con fe: “Señor, necesito que me endereces porque estoy muy gacho”.

A veces mi mamá me dice eso: “Santiago, estás muy gacho”.  Bueno mamá, ya voy, voy a intentar enderezar.

Estamos aquí para inyectar santidad en el mundo.  Madre mía purísima, dame un corazón como el tuyo, con un deseo sincero de transmitir a los demás la caridad y el amor de tu Hijo.

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