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P. Santiago

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CATALINA

Hoy en la fiesta de Santa Catalina de Siena le pedimos a Jesús que nos de un amor muy grande a la Iglesia, y que nos conserve siempre en la unidad, siendo muy leales y rogando para que en los momentos difíciles encontremos siempre un camino de crecimiento y seguimiento de Jesús.

AMOR A LA IGLESIA

Hoy celebramos la fiesta de una santa de tamaño colosal, patrona de Italia y doctora de la Iglesia: Catalina. Santa Catalina de Siena.

Nació en Siena en 1347. Muy jovencita, entró en la Tercera Orden de Santo Domingo, sobre todo para hacer oración y penitencia.
“Y Tú, Señor, quisiste que esta santa se enamorara perdidamente de la Iglesia”. Incluso llegó a decir: “Si muero, sabed que muero de pasión por la Iglesia”.
Eso lo dijo en varias ocasiones, pero concretamente unos días antes de su muerte, el 30 de abril de 1380.
Trabajó incansablemente por la paz y la unidad en la Iglesia, porque eran tiempos muy difíciles.
El Papa estaba en Avignon -estaba desterrado en Avignon- e incluso ella se fue allá y pidió al Papa, que en ese momento era Gregorio XI, que regresara cuanto antes a Roma, donde el Vicario de Cristo –il dolce Cristo in terra, que así llamaba Santa Catalina al Papa, “el dulce Cristo en la Tierra”- debía gobernar a la Iglesia.
Ella escribió muchas cartas, más o menos cuatrocientas (y eso que aprendió a escribir ya siendo mayor); escribió algunas oraciones.
Y escribió un libro que se llama El diálogo, que recoge las conversaciones de Santa Catalina con Jesús, contigo Señor.

LA IGLESIA COMO MADRE

“Quiero Señor pedirte para todos los que estamos haciendo este ratico de oración, que tengamos mucha lealtad; una gran lealtad y un gran cariño a la Iglesia. “No se puede tener a Dios como Padre si no se tiene a la Iglesia como Madre” (San Cipriano o.c. PL 4, 502).
Eso lo decía San Cipriano de Cartago. Cristalino: “No se puede tener a Dios como Padre, si no se tiene a la Iglesia como Madre”. La Iglesia es nuestra Madre. La Iglesia es Cristo presente entre nosotros, Cristo que permanece en su Iglesia, en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación… En toda su actividad estás presente Tú, Señor. Es verdad, ¡es verdad!
En la Iglesia solo hay pecadores, porque todos somos pecadores. Pero la Iglesia es la esposa de Cristo y por tanto tenemos que recordar sus notas: una, santa, católica y apostólica.
En este caso, sobre todo, santa. Y por ahí están regados Jesús por todo el mundo, los frutos de santidad a la Iglesia, en la variedad de carismas con los que tu Señor adornas la Iglesia.
Por eso, mirar con fe y esperanza a la Iglesia también en los momentos difíciles, en los momentos duros.
Hoy en el Evangelio hay una pregunta que Jesús le hace a los a los a los discípulos, porque Jesús habla con mucha claridad. Decía:

«Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo: —Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos?”

(Jn 6, 64-67).

Hoy Señor, aparece en el Evangelio esta pregunta, que fíjate cómo nos sirve para continuar meditando sobre este cariño, esta lealtad a la Iglesia hoy en la fiesta de Santa Catalina.

«¿También vosotros queréis marcharos?»

LEALTAD Y UNIÓN DE LA IGLESIA

Cuando hay algún problema en la Iglesia, cuando hay una dificultad, cuando hay una mala noticia, incluso, no sé, cosas muy dolorosas dentro de la Iglesia, podemos, Señor, escuchar ese reproche tuyo, esa pregunta tuya.
¿También ustedes quieren marcharse? ¿quieren irse? ¿O es en esos momentos donde más pedimos la unidad, el don de la unidad al Espíritu Santo?
¿Es en esos momentos donde la ambición nuestra solamente es servir a la Iglesia, como la Iglesia quiere y necesita ser servida?
Y las cosas hay que llamarlas por su nombre. Jesús, hay que aceptar cuando tus hijos nos equivocamos. Y además fuerte. Pedir perdón, sí. Asumir las consecuencias. Pagar lo que se haya de pagar. Ayudar y acompañar cuando se hace mal.
Ahora, Señor, recuerdo esos momentos en los que llamaste la atención a los apóstoles:

“¿De qué habláis por el camino?

(Lc 24, 17)

“El que quiera ser el primero, que sea el último”

(Mc 9, 35).

O cuando le dijeron que sus discípulos no podían expulsar un demonio y Jesús le dice:

“¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?”

(Mt 17, 17)

“Esto lo tienen que hacer con ayuno y penitencia”

(Mt 17, 21).

Claro, Jesús cuando reprende, cuando regaña, exhorta, anima, empuja, une, no separa, no rechaza, no huye…

Incluso cuando no te quieren recibir Jesús, y entonces Santiago y Juan, viendo lo que pasaba en el rechazo, la indiferencia hacia ti, te dicen:

“Señor, permítenos orar para que caiga fuego del cielo y destruya a todos los que viven aquí”

(Lc 9, 54).

Pensaba Señor que en la Iglesia muchas veces nosotros buscamos esa justicia; queremos que esa justicia se haga ipso facto, de manera inmediata.
Se hizo esto, hay que hacer justicia ya, y castigar y reprimir, y pedirle a Dios que caigan rayos y centellas. Pero Jesús ¿qué les dice a los apóstoles?

“Se vuelve a ellos, a Santiago y Juan, los reprendió […] y después se fueron a otro pueblo

(Lc 9, 55-56).

Por eso siempre, cuando pase algo en la Iglesia, para bien o para mal, tenemos que mirar hacia Jesús. Mirar a Jesús. Y Jesús mira hacia el futuro; Jesús mira hacia el futuro con esperanza.
Y el Señor permite que en la Iglesia aprendamos de las lecciones amargas del pasado o del presente. Hay que aprender.
Y cuando en la Iglesia -lo voy a decir, Señor- hay un escándalo grande, tenemos que llorar y expiar, y ofrecer sacrificios grandes para implorarte a ti perdón, para que nos perdones, Señor.
Pero también para pedirte que nos mantengas unidos, estrechamente unidos para proteger a la Iglesia, para cuidar a la Iglesia.
Cuando una persona sufre un mal en la Iglesia, no sé, un abuso o cosas tremendas, pues tiene que denunciar. Y si denuncia hace bien, porque ayuda a la Iglesia, ayuda a esclarecer la verdad.

Jesús no quiere que se oculte la verdad. Señor, tú quieres que se sepa la verdad. Pero conociendo la verdad, hay que descubrir un camino de crecimiento.
Nunca un camino de separación, nunca un camino de destrucción, nunca un camino que nos aleje de Dios y de la Iglesia. No, un camino de crecimiento.
Pues hoy, Jesús, te quiero pedir por intercesión de santa Catalina de Siena, un amor muy grande a la Iglesia, una lealtad muy grande y muy delicada con la Iglesia.
Se lo pedimos también a nuestra Madre, Santa María.


Citas Utilizadas

Hch 9, 31-42
Sal 115
Jn 6, 60-69

Reflexiones

Señor, que sepa ser siempre fiel a la Iglesia que es Madre de todos y confíe siempre en su guía.

Predicado por:

P. Santiago

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