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ES ALGO IRRESISTIBLE

IRRESISTIBLE

“Estaba Jesús un día enseñando. Y estaban sentados algunos fariseos y doctores de la Ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. Y la fuerza del Señor le impulsaba a curar”.

Estamos tú y yo también sentados allí junto con mucha gente. No cabe un alfiler en aquel lugar. Y nos damos cuenta que

la fuerza del Señor le impulsa a curar”.

Es algo de lo que hemos sido testigos. Es como si fuera algo irresistible en Ti Jesús.

Es como si Dios perdiera la cabeza, una necesidad imperiosa, una fuerza interior que se desborda sanando, curando…

JESÚS TIENE EL PODER DE CURAR

Como leía hace poco:

El Espíritu que actúa en él [, en Jesús. Que es el Espíritu Santo,] tiene poder para curar. Y cura de raíz (…). La potencia curativa de Jesús es tan inagotable que puede enfrentarse con toda la miseria humana que se agolpa a su alrededor.

Jesús no retrocede; no le asustan las heridas, los miembros dislocados, las figuras rotas, los dolores de todo tipo. El resiste. No elige lo que le parece más urgente o aquello para lo que se cree más capacitado, sino simplemente acoge.

Jesús siente el dolor humano. La compasión le estremece las entrañas. Deja que la miseria se agolpe a su alrededor; pero él es más fuerte que ella. No hay ninguna palabra del Señor que lo presente como un idealista, convencido de que él será capaz de suprimir el dolor.

De hecho, Jesús no intenta superarlo ni con ternura ni con entusiasmo, sino que lo contempla en toda su penosa realidad. Pero nunca pierde el coraje; nunca se cansa ni se desilusiona. Su corazón, el más sensible y penetrante que haya latido jamás, es más fuerte que todo el dolor humano

(Romano Guardini, El Señor).

NOS ACOGE A TODOS EN SU CORAZÓN CONSOLADOR

Es más fuerte que tú dolor y el mío. Es más fuerte que las penas o el sufrimiento de quienes nos rodean. Más fuerte que las dolencias de todos en todos los tiempos.

Nos acoge a todos. Y acoge nuestras miserias, nuestros dolores, nuestros dramas, en su corazón sensible y consolador. Puede que no suprima aquello, pero sí que consuela y acompaña.

Siempre cura el mal profundo, el del pecado. Y, cuando lo ve conveniente, cura el mal físico que alguien padece. Hay una fuerza en Él que le impulsa a curar.

Por eso, aquí, sentados a los pies de Jesús, sabemos que es cuestión de tiempo. Sabemos que hay algo de irresistible que le llevará a curar a todos los que estamos escuchándole. Además, ¿quién sabe?, tal vez realiza una curación milagrosa de esas que ya hemos visto antes y que no dejan de maravillarnos.

De entre la multitud anónima [que te rodea Señor] emergen de cuando en cuando algunas figuras que se esbozan con un par de trazos”. Así sucede hoy.

Nos encontramos “en una de esas pequeñas casas galileas que no disponen más que de una habitación. La multitud se agolpa a la puerta y escucha las palabras [del Señor].

Entonces le llevan un paralítico; pero como los que lo traen no pueden ni acercarse a la puerta, suben al tejado, abren un boquete en el techo y descuelgan por allí la camilla, justo delante de Jesús. La gente empieza a murmurar; pero Jesús, al ver una fe tan grande y a la vez tan sencilla, consuela al enfermo sumamente preocupado y expectante:

«Hijo, se te perdonan tus pecados».

Pero al ver que algunos de los presentes dan muestras de indignación:

«¡Cómo! ¿Éste habla así, blasfemando? ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?,

Jesús sella su intervención de la manera más contundente, y dice al paralítico:

«Escúchame tú; ponte en pie, carga con tu camilla y vete a tu casa» 

(Mc 2,1-12)”

(Romano Guardini, El Señor).

SOMOS TESTIGOS DE COSAS GRANDES

Tú y yo nos quedamos con la boca abierta y damos gloria a Dios porque jamás soñamos con ser testigos de cosas tan grandes.

Pero detente un momento y trasládate a este día, lunes 11 de diciembre del 2023. Porque meternos en esta escena del Evangelio con la imaginación nos puede resultar fascinante, pero al mismo tiempo podemos pensar que sólo es eso: imaginación.

Yo te sugiero que te fijes bien. Porque ahora que estamos en Adviento es Dios quien va a descolgar desde el Cielo a un Niño. Que bajará hasta ponerse a la altura de nuestra miseria sin ser Él miserable…

Y lo vamos a ver ser descolgado con asombro. Tal vez alguno se molesta pensando que él estaba tan cómodo sentado en este mundo nuestro, yendo a sus cosas, encerrado en su egoísmo, que no necesita que venga Dios a complicarle la vida.

VIENE A SANARNOS, VIENE A CURARNOS

Pero no viene a eso. Viene a sanarnos, a curarnos.

Tal vez nos gustaría que Dios descendiera para hacer otras cosas: para hacer temblar al mundo, para remover nuestros obstáculos y dificultades, reducir a añicos nuestros problemas, curar milagrosamente enfermedades, ¡qué sé yo!

Pero ante esto vemos cómo ese Dios hecho hombre nos voltea a ver y nos dice:

Hijo, tus pecados te son perdonados.

Y tal vez pensamos: ¿tanta cosa para eso…? Como si no captamos la grandeza de la afirmación, como si decir aquello (bajar al mundo, hacerse hombre e incluso morir por aquello) fuera “mucho ruido y pocas nueces”…

¿Eso es todo? Y pienso que no captamos la grandeza de la afirmación porque, en parte, ni siquiera nos la terminamos de creer …

Hay gente que se acerca y dice: “yo ya me he confesado de esto, pero creo que Dios no me ha perdonado…”, o «es que esto yo sé que Dios me ha perdonado pero yo no me perdono…”, o cosas por el estilo…

Entonces Jesús, que conoce los corazones, “conociendo sus pensamientos», les dijo:

¿Qué están pensando en sus corazones? ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate, y anda»?

¡Dejémonos de cosas y creamos en el perdón de Dios! Él perdona, cura. Hay algo de irresistible que le impulsa a hacerlo. ¡Y lo hace con gusto!

PREPAREMOS EN SERIO LA NAVIDAD

¡Basta ya de parámetros puramente humanos y preparemos en serio la Navidad! Y terminemos de darnos cuenta que es todo un Dios que viene a eso: a curarnos del verdadero mal, del mal del pecado. Y nos acoge con nuestros pecados, y nos sana, y nos quiere… Nos sana porque nos quiere, porque nos ama…

¿Qué significa para el Señor el hecho de curar?

(…) Jesús es todo amor. Comparte el dolor del hombre, que le traspasa el corazón (…). Jesús ve el sufrimiento humano en toda su profundidad, es decir, enraizado en la propia existencia humana, como realidad inherente al pecado y al alejamiento de Dios.

Lo percibe como elemento de una existencia que, aunque esté abierta a Dios, o al menos pueda estarlo, es consecuencia del pecado. Pero al mismo tiempo, lo ve como camino de purificación y conversión (…).

Jesús “no le dio la espalda [al sufrimiento]; no se defendió de él, sino que lo aceptó en su corazón. Presa de su propio sufrimiento, acogió a los hombres tal como son realmente, en su ser más auténtico. Se identificó con las necesidades del hombre, con nuestro pecado y nuestra miseria. Y eso es de una grandeza infinita.

Un amor sin reservas, sin hacerse ilusiones; y precisamente por eso, de una fuerza extremadamente poderosa, porque es «actuación de la verdad en el amor»…«

(Romano Guardini, El Señor).

Jesús sigue siendo Jesús, sigue esa misma fuerza irresistible que le impulsa a curar. Míralo cómo desciende del Cielo y se hace hombre, fruto bendito del vientre de la Virgen Madre que es también Madre nuestra y que le pide a Él por la curación de sus hijos lisiados, que somos tú y yo.

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