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P. Neptalí

5 min

LOS ENFERMOS PREDILECTOS

Valoremos el sufrimiento y la enfermedad en el amor que Jesús nos ha demostrado en la cruz.

Leemos hoy en el Evangelio de la Misa: 

“En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca. Cuando se enteraba la gente donde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea, pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto. Y los que lo tocaban quedaban sanos”

(Mc 6, 53-56).

Este pasaje del Evangelio de San Marcos, como en muchos lugares más vemos que la experiencia de la curación de enfermos ocupa gran parte de la misión pública de Nuestro Señor. Y nos invita quizás hoy a reflexionar sobre ese sentido. Sobre ese valor del sufrimiento y la enfermedad, en todas las situaciones en que la persona pudiera encontrarse.

Hemos vivido ya más de un año en este tiempo de pandemia, y donde quizás muchos de nosotros hemos tenido de cerca a personas enfermas. Hemos tenido también la cercanía de la muerte de personas queridas y amigos; aparte de las enfermedades normales de la vida (…) 

EL SUFRIMIENTO HUMANO

LOS ENFERMOS PRIVILEGIADOS

Pareciera que el sufrimiento es un “casi inseparable” de la existencia de la vida del hombre. Cada uno tiene una dimensión subjetiva, con un hecho personal e irrepetible. El sufrimiento de cada hombre parece como que es intransferible, y también es un poco inefable. 

Está también el sufrimiento físico, como sabemos, y el sufrimiento moral. Cada uno tiene su medicina concreta, el físico, pues alguno lo alcanza la medicina. En todo caso, la enfermedad forma parte de la experiencia humana.

No es posible habituarse a ella, no sólo porque a veces resulta pesada y grave, sino porque hemos sido creados para la vida, la vida plena.

¡Dios es la vida! Dios no es la enfermedad.

Y justamente nuestro instinto interior nos hace pensar en eso: que Dios es la plenitud de la vida eterna y perfecta. Pero cuando somos probados por el mal, y nuestras oraciones parecen vanas, surge en nosotros la duda y nos lleva a preguntarnos: 

¿CUÁL ES LA VOLUNTAD DE DIOS AQUÍ EN ESTO…? 

El Evangelio nos ofrece una respuesta precisa a ese interrogante. El Señor viene a curar los males. 

Otro pasaje del Evangelio nos dice que: 

“Jesús recorría toda la Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Confirma el Señor con los milagros la doctrina que enseñaba”.

(Mt 4,23-25)

Bien, el Señor no deja lugar a dudas. Dios, que Él es ese rostro de Dios revelado. Es el Dios de la Vida. Nos libra de todo mal. Y los signos de este poder Suyo de amor son esas curaciones que realiza.

Muestra que el Reino de Dios está cerca, y esas curaciones son signos, no se quedan en sí mismas, sino que guían hacia el mensaje de Cristo, nos guía hacia Dios. Nos dan a entender que la verdadera y más profunda enfermedad del hombre es la ausencia de Dios. Solo Él es fuente de verdad y de amor.

Y sólo la reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida.Pues una vida sin amor y sin verdad no merece ser vivida. Y no sería vida. 

El Reino de Dios es precisamente esa presencia de la verdad, del amor. Es curación. Curación en la profundidad de nuestro ser.

Por eso quizá se comprenda porque, la predicación de Jesús y las curaciones que realizaba, siempre estaban unidas formando como un único mensaje de esperanza y de salvación.

UNA REALIDAD

Hoy en día, a pesar de las grandes y múltiples conquistas de la ciencia médica, el sufrimiento interior y físico de la persona, nos pone frente a interrogantes sobre el sentido a la enfermedad y al dolor, sobre el porqué de la muerte. Éstas son preguntas siempre existenciales, y que la Iglesia viéndolas  desde la fe procura responder.

Procuramos responder solo teniendo ante nuestros ojos a Jesús crucificado, en el que se manifiesta todo ese misterio salvífico de Dios Padre, que por amor a los hombres no perdonó a su propio Hijo.

La enfermedad y la muerte, pues son realidades de las que no se puede escapar. Ambas son más bien etapas de nuestro caminar en la tierra. Y tiene que ver con ese misterio de amor. Ese misterio del dolor y el amor, del sufrimiento y el sacrificio, en que parecen que van juntos, e incluso humanamente así lo es, ya que no hay amor sin sacrificio, eso no existe. 

“Tanto amó Dios al mundo, que le dió a su Hijo Único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”

(Jn 3, 16)

EL AMOR DE DIOS

En estas palabras del Evangelio, el amor es también la fuente más plena de esa respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. 

Indica que esta liberación tiene que ser realizada por el Hijo Único mediante su propio sufrimiento: como Él lo hizo. Y en ellos se manifiesta con el amor: el amor infinito, tanto de ese Hijo Único, como el del Padre, que por eso nos dió a su Hijo.

Y este es el amor hacia el hombre. El amor por el mundo. Un amor salvífico. Amor sufrido en la cruz. El Señor nos dá su vida para la salvación nuestra. Además nos da a entender que, la enfermedad y el sufrimiento, son culpa del pecado. Y concretamente del pecado original que hemos heredado. 

Nos han quedado las cicatrices de ese pecado original, y esas son las cicatrices que a veces están muy a flor de piel. 

DARLE SENTIDO A ESE SUFRIR

EL SUFRIMIENTO HUMANO

Por eso, la enfermedad hay que llevarla con ese sentido sobrenatural. Sino es difícil conseguir un sentido. También las personas enfermas son una vía privilegiada para quien las cuida: un encontrar a Cristo para acogerlo, para servirlo. Curar a un enfermo y servir, es servir a Cristo. El enfermo es otro Cristo. 

Muchas veces es un tesoro que tenemos, y no sabemos valorarlo convenientemente. Los enfermos están más cerca del Señor, están más cerca de Dios, porque Él vino a curar precisamente a ellos: a los enfermos.

Acudir a la Virgen también, ya que ella es María Salus Infirmorum: Salud de los enfermos. Para que ella nos ayude a los que alguna vez tengamos que atender a un enfermo, poder hacerlo con un gran sentido sobrenatural, con gran caridad sobrenatural y humana. 

Cuidarlo como cuidarían nuestras madres a esa persona enferma. Y le pedimos también que ruegue por todos los enfermos en este momento.

 


Citas Utilizadas

Gn 1, 1-19

Sal 103

Mc 6, 53-5

Mt 4,23-25

Jn 3, 16

 

Reflexiones

Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz con el mayor dolor humano, llena de fortaleza. Pidámosle de esa reciedumbre, para saber también estar junto a la Cruz. (Camino p.508)

 

Predicado por:

P. Neptalí

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