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P. Federico

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EL HOMBRE QUE NO MORÍA

Vivir en esta tierra para siempre no es la meta. Pídele a Jesús vida, la suya, la que nos da a través del sacramento de la confesión.

Cuenta una leyenda que aquel hombre bueno no es que tuviera nada de especial, simplemente era bueno. Y Dios quiso tener un especial detalle con él.

Así que estando un día cualquiera rezando, tuvo una experiencia sobrenatural en la que Dios se le presentó y le dijo que había decidido concederle tres milagros.  Que para pedirlos habría que pensarlos bien, pues milagros son milagros y nunca deben tomarse a la ligera.

El hombre lo pensó. Y dijo que estaba listo para hacer su primera petición: “Señor, yo no quiero morir”. Dios le escuchó y se retiró.

Efectivamente, aquel hombre vio cómo los días, los meses y los años pasaban. Disfrutaba de la vida, pero la gente se iba.

Entre amigos y familiares fue despidiendo a todos, a cada uno en su lecho de muerte. Y si conocía a alguien nuevo, tarde o temprano, acababa yéndose a la otra vida.

En cambio, él iba cumpliendo años, siglos, nunca nadie había vivido tanto. Disfrutaba la vida, pero tenía el pesar de las despedidas: todos morían menos él.

Por lo que un buen día acudió a Dios diciéndole que había decidido hacer su segunda petición. “¿Cuál será hijo mío?” —“Señor deseo morir, pero cuando yo diga”. —“Muy bien, así será”. Y Dios se retiró.

Una vez más pasaron los días, los meses y los años. Siempre había un libro que no había terminado de leer, una persona a la que quería conocer, un lugar qué visitar, algún proyecto sin acabar. Por lo que nunca se decidía a pedir la muerte.

Pasaron los siglos y tuvo que decirle a Dios que estaba listo para hacer su última petición: “Dios mío, quiero morir, pero cuando Tú digas” … —“Hijo mío, se hará como tu pides…” Y Dios se retiró…

Hasta allí la leyenda. ¡Qué sentido tiene!

JESÚS ES LA VIDA

Por eso es lógico no tomar hoy tus palabras de forma literal Jesús. Porque dices:

«En verdad, en verdad les digo: si alguno guarda mi palabra jamás verá la muerte».

No te refieres a la vida en esta tierra. Porque vivir aquí para siempre no es la meta. Tampoco es lo que nosotros elegiríamos si pudiéramos elegir, como describe la leyenda. Te refieres a algo más.

Jesús es la Vida. Es el camino, la verdad y la vida. Esa vida que es realmente vida. La que dura para siempre.

Porque solo tenemos una vida y esa tiene su parte temporal (los años que a cada uno nos toque vivir en esta tierra) y luego continúa para siempre. Las dos son la misma.

Pero corremos el riesgo de elegir la muerte. No la vida, si no la muerte. Es terrible. Pero es posible.

La muerte del pecado, la muerte del rechazo a Dios. La muerte de quien se destroza a sí mismo por elegir lo que le hace daño, lo que daña el alma. Esa es la muerte.

Por muy vivo que pueda parecer una persona que vive en pecado, que vive en rechazo, realmente se podrían decir aquellas terribles palabras que se dicen del condenado a muerte cuando se dirige al lugar de la ejecución: “Dead man walking”, “Camina un hombre muerto”.

traición

VENDER EL ALMA

Pues Jesús, en esta oración te pedimos vida. Pedimos elegirte a Ti por encima de todas las cosas. Eso es vivir de acuerdo con nuestra verdad, es vida verdadera. Por lo tanto, es caminar como camina un hombre vivo. Esa es la vida, tu vida. Camino, verdad y vida.

Me parecía, por esto, que era bueno compartirte una reflexión que el Papa Benedicto XVI hizo en una jornada penitencial en la Basílica de San Pedro.

Decía él:

“Cuando era arzobispo de Munich-Freising, en una meditación sobre Pentecostés me inspiré en una película titulada Metempsicosis (Seelenwanderung) para explicar la acción del Espíritu Santo en un alma. Esa película narra la historia de dos pobres hombres que, por su bondad, no lograban triunfar en la vida. 

Un día, a uno de ellos se le ocurrió que, no teniendo otra cosa que vender, podía vender su alma. Se la compraron muy barata y la pusieron en una caja. Desde ese momento, con gran sorpresa suya, todo cambió en su vida.

Logró un rápido ascenso, se hizo cada vez más rico, obtuvo grandes honores y, antes de su muerte, llegó a ser cónsul, con abundante dinero y bienes. Desde que se liberó de su alma, ya no tuvo consideraciones ni humanidad. 

Actuó sin escrúpulos, preocupándose únicamente del lucro y del éxito. Para él, el hombre ya no contaba nada. Él mismo ya no tenía alma. 

La película —concluí— demuestra de modo impresionante cómo detrás de la fachada del éxito se esconde a menudo una existencia vacía. 

Aparentemente este hombre no perdió nada, pero le faltaba el alma y así le faltaba todo. Es obvio —proseguía en esa meditación, dice el Papa Benedicto— que propiamente hablando el ser humano no puede desprenderse de su alma, dado que es ella la que lo convierte en persona. En cualquier caso, sigue siendo persona humana. 

Sin embargo, tiene la espantosa posibilidad de ser inhumano, de ser persona que vende y al mismo tiempo pierde su propia humanidad. La distancia entre una persona humana y un ser inhumano es inmensa, pero no se puede demostrar; es algo realmente esencial, pero aparentemente no tiene importancia (cf. Suchen, was droben ist. Meditationem das Jahr hindurch, LEV, 1985).

RECIBIR EL ESPÍRITU SANTO

También el Espíritu Santo, que está en el origen de la creación y que gracias al misterio de la Pascua descendió abundantemente sobre María y los apóstoles en el día de Pentecostés, no se manifiesta de forma evidente a los ojos externos. 

No se puede ver ni demostrar si penetra o no penetra en la persona; pero eso cambia y renueva toda la perspectiva de la existencia humana. 

De modo aún más evidente, el Espíritu descendió sobre los apóstoles el día de Pentecostés como ráfaga de viento impetuoso y en forma de lenguas de fuego.

También esta tarde el Espíritu vendrá́ a nuestro corazón, para perdonarnos los pecados y renovarnos interiormente, revistiéndonos de una fuerza que también a nosotros, como a los apóstoles, nos dará́ la audacia necesaria para anunciar que «Cristo murió́ y resucitó»”

(Benedicto XVI. Homilía 13/03/2008).

EL HOMBRE QUE NO MORÍA

…Y GUARDAR SUS PALABRAS

Yo te animo: confiésate antes de esta Semana Santa o durante la Semana Santa. Elige la vida.

Externamente parecería que no hay diferencia, que no pasa nada. Pero hay una gran diferencia entre tener vida y no tenerla. No se puede ver ni demostrar, pero la gracia (el Espíritu Santo) actúa, nos cambia, nos renueva.

Por eso, qué razón tienes Jesús cuando dices:

«En verdad, en verdad les digo: si alguno guarda mi palabra jamás verá la muerte».

Jesús yo no quiero el pecado, no quiero la muerte, no quiero llevar una existencia inhumana. Te quiero a Ti. Te elijo a Ti, que eres Camino, Verdad y Vida.

Acudo a tu Madre, que es Madre mía. Y díselo tú también, con palabras san Josemaría:

“Madre mía, Virgen dolorosa, ayúdame a revivir aquellas horas amargas que tu Hijo quiso pasar en la tierra, para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin (…) en libertad y gloria de los hijos de Dios”

(Prólogo Vía Crucis).

Y lo quiero hacer empezando por una buena confesión.


Citas Utilizadas

Gn 17, 3-9

Sal 104

Jn 8, 51-59

Benedicto XVI. Homilía 13/03/2008

San Josemaría. Prólogo del Vía Crucis

Reflexiones

Señor, que te elija siempre a Ti, a la vida. Que aborrezca el pecado, te busque en la confesión y vivas en mi corazón.

Madre mía, Virgen dolorosa, ayúdame a revivir aquellas horas amargas que tu Hijo quiso pasar en la tierra, para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin en libertad y gloria de los hijos de Dios

(Tomado del Prólogo del Vía Crucis).

Predicado por:

P. Federico

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