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P. Daniel

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DEUDORES INSOLVENTES

Jesús nos llama a trabajar mucho pero con mentalidad de hijos agradecidos y no de siervos. Lo que hemos recibido gratuitamente, gratuitamente hemos de darlo a los demás.

LA REVELACIÓN DIVINA

Como bien sabemos, la fe cristiana nace de la Revelación divina. Las fuentes de esa revelación y lo que Dios nos ha enseñado sobre Sí mismo, sobre el mundo y el hombre, es doble: la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición.

El texto bíblico, el Antiguo y el Nuevo Testamento, y particularmente -como es lógico- los Evangelios, y lo que la tradición de la Iglesia, el Magisterio, con el firme fundamento de los Padres de la Iglesia y los santos autores a lo largo de los siglos, nos enseñan respecto de la Biblia.

La manera en que nosotros nos distinguimos, en este sentido, del mundo protestante, no es la libre interpretación de la Biblia sin más, sino lo que la Iglesia nos enseña para que con esa luz podamos avanzar en la profundización de la Palabra de Dios.

Bueno, y esto lo digo a raíz del texto del Evangelio de hoy, martes de la 32ª semana del Tiempo Ordinario, tomado de San Lucas en el capítulo 17, porque es un texto relativamente difícil.

Por eso es que hay que acudir a lo que nos dicen los Padres de la Iglesia (San Agustín, Beda el Venerable, etcétera) para así, efectivamente, poder profundizar.

Pero antes de leerles el texto, una pequeña reflexión. Nos alegra encontrarnos con la palabra difícil de Jesús.

Es un elemento más para verificar la autenticidad de los evangelios.

LA PALABRA DIVINA, NO SIEMPRE FÁCIL DE ENTENDER

Lo que recogen los evangelios no es un texto fácil; Jesús no habló en términos políticamente correctos.

Los evangelios nos transmiten lo que Jesús dijo, aunque fuera un mensaje difícil, de no fácil digestión, digamos.

Bueno, agradezcamos esto. Es fascinante este encuentro con la palabra más difícil, con la palabra que exige de nosotros una mayor intelección, o que quizá despierta en nosotros una cierta resistencia.

Ahí estamos tocando el hueso, podríamos decir, de la palabra de Cristo.

No es que todo lo que Jesús dijera fuera difícil, pero encontrarnos con ese Jesús y un mensaje nos desconcierta, es algo que nos resulta finalmente atractivo, desafiante.

No es un texto acomodado por el escritor sagrado según la mentalidad de la época o la sensibilidad de la mayoría, sino simplemente lo que Jesús dijo.

Y esto es lo que nos mueve, esto es lo que nos llena de gozo: estar en contacto con la Palabra Divina tal como nos fue revelada por Jesucristo.

«En aquel tiempo dijo el Señor: —¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: En seguida ven y ponte a la mesa?

¿No le diréis más bien: prepárame de cenar, cíñete, y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?

Lo mismo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decir: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer»

(Lc 17, 7-10).

Este es el texto. De buenas a primeras diríamos: ¿Pero qué sentido tiene esto?

Un criado que se ha pasado el día trabajando duro, o quizá si es verano transpirándolo todo, y luego llega y tiene derecho -lógicamente- a sentarse en la mesa, a descansar y alimentarse.

Y aparece este señor -dueño- que se lo impide:  Primero sírveme a mí,

«cíñete, y sírveme mientras como y bebo, y después comerás tú».

O sea, no es un texto políticamente correcto, no es un texto de fácil inflexión. ¿Qué nos quieres decir tú, Señor, con estas palabras

DEUDORES INSOLVENTES

«CRISTO NOS INVITA A TRABAJAR POR ÉL»

Y bien, nos vamos dando cuenta que el mensaje de fondo es respecto de la actitud del siervo. El siervo, que trabaja con mentalidad de siervo.

Trabaja, sí; es un esfuerzo constante, una dedicación firme, desgastadora quizá, pero con una mentalidad servil.

El Señor nos está llamando con esta parábola a trabajar por Él, pero con un corazón filial.
Como el hijo que se siente y se sabe privilegiado por la posibilidad real de trabajar en la hacienda a su padre, en el trabajo de su padre.

La invitación del padre a trabajar en lo que le pertenece a ese hijo mayor o menor, quien sea. Entonces aquí hay una primera enseñanza del Señor.

Esa invitación a trabajar por Él, por Cristo, en el gozo de sabernos partícipes de su obra redentora.

Todo apostolado, todo trabajo que hagamos, toda dedicación nuestra, sea la oración, por supuesto.
Pero también el trabajo diario, la dedicación de una madre de familia a sus hijos, a las labores del hogar, el trabajo profesional en el mundo del campo o la agricultura, o en el trabajo intelectual de la universidad…

Todo ese trabajo está llamado a ser un trabajo realizado con gozo, por amor, en el amor de Dios.

Y muchas veces nos damos cuenta que esto no es así, porque llegan las dificultades, surgen los problemas y aparece, podríamos decir, esa mentalidad de siervo: la queja.

Pidámosle al Señor que nos dé un amor fuerte, grande, para llenarnos de gratitud y trabajar así, no con la mentalidad de quien pasa la cuenta, sino trabajar gratuitamente, podríamos decir.

LLENARNOS DE GRATITUD

En el fondo es una llamada, la que nos hace el Señor, a ser muy agradecidos.

Qué gratitud más grande debemos al Señor por ser cristianos, por estar en la fe católica, por tener acceso a la maravilla de la oración, de los sacramentos.

¡Llenémonos de gratitud!

Decía San Agustín:

“¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: Gracias a Dios?

No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad”

(San Agustín, Epist., 72).

Gracias a Dios. Gracias Señor porque trabajo, porque me das la oportunidad de trabajar por ti.

¡Lejos de nosotros la mentalidad de víctima, lejos de nosotros la mentalidad de quien busca el reconocimiento! Por eso, es que debemos estar atentos también a evitar la alabanza innecesaria.

«Somos siervos inútiles, no hemos hecho más que lo que debíamos que debíamos hacer».

Evitar la alabanza, porque puede ser fomentar la vanidad.

Por ejemplo, a los sacerdotes nos corresponde muchas veces -por supuesto- predicar, atender, y hay una gratitud por parte de quien es atendido que es lógica.

Pero tiene que ser una gratitud manifestada sobriamente, porque podríamos herir la humildad del sacerdote si lo alabamos, si, en fin, como que nos desplegamos así en palabras de alabanza, etcétera, puede herir su humildad.

Y tenemos que trabajar todos, no sólo los sacerdotes, con rectitud de intención, con esta profunda gratitud del corazón.

DEUDORES INSOLVENTES

Termino con unas palabras del beato Álvaro, cuando ya hacia el final de su vida. Un 21 de marzo de 1994, comentó esas palabras del salmo que dicen:

«¿Con qué podré pagar al Señor todo lo que ha hecho por mí?»

(Sal 116, 12).

Y la respuesta a esta pregunta del salmo de don Álvaro fue:

“Con nada. Aunque luche por estar más entregado, aunque luche para que cada día sea más enteramente de Ti, no te lo podré pagar. Pero, Señor, tú sabes que te amo, porque “Tu omnia nosti, tu scis quia amo te” (Jn. 21, 17), Tú lo sabes todo.

Tú sabes que a pesar de mis miserias, yo te amo. Te quiero ser fiel, y te pido perdón por las ofensas que cometo y por las faltas de entrega. Señor, ayúdame más […]”

(Don Álvaro del Portillo, Tierra Santa, 21 de marzo de 1994).

Esta es la mentalidad de los santos: trabajar arduamente, gozosamente, con una profunda gratitud en el corazón. Sin esperar una retribución distinta de ser amados por Dios.


Citas Utilizadas

Ti 1, 1-9

Sal 23

Lc 17, 1-6

Reflexiones

Señor, que sepa llevar tus armas para ganar esta lucha interior y llegar al Cielo convertido en ese hombre nuevo.

Predicado por:

P. Daniel

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