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PEDIR LA CONVERSIÓN Y NO VER RESULTADOS

sin postureo

            “Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la ley, llegados de todas las regiones: de Galilea, de Judea y de Jerusalén”.

Comienza así el Evangelio que nos propone la Iglesia en el día de hoy lunes de la segunda semana de Adviento.  Y continúa:

“La fuerza del Señor le da poder para curar y llegaron, entonces, unas personas transportando a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar para llevarlo ante Jesús.

            Como no sabían dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia, lo pusieron delante de Jesús.

            Al ver su fe, Jesús le dijo al hombre: “Tus pecados te son perdonados””

(Lc 5, 17-20).

TUS PECADOS TE SON PERDONADOS

Hemos considerado muchas veces este Evangelio en estos minutos de audio, que hacemos de oración con el Señor y ahora quería fijarme en una cosa un poco distinta.  Al ver su fe, Jesús le dice al hombre:

“Tus pecados te son perdonados”.

Era evidente que el hombre era paralítico; era evidente que sus amigos le estaban llevando ahí para que le cure con esa fuerza que daba poder para curar, de la que habla el mismo san Lucas.

Sin embargo, el Señor pide que los pecados le sean perdonados.  O sea, da una orden para limpiar los pecados, se fija en lo fundamental.

SAN PEDRO CRISÓLOGO

Hay un escritor de los primeros siglos (Padre de la Iglesia), que se llama san Pedro Crisólogo que dice:

“¿Qué es lo que están pensando?”

y está hablando justamente de este texto.

“Gracias a la fe de otros, el alma del paralítico es curada antes que su cuerpo.  “Viendo la fe que tenían…” (Mt 9, 4) ¡Notemos hermanos! Dios no se preocupa de lo que los hombres desean sin razón. 

No espera encontrar fe en los ignorantes…, en los enfermos.  Al contrario, no rechaza ayudar gracias a la fe de los otros. 

            Esta fe es un regalo de la gracia y es según la voluntad de Dios… en su divina bondad, este médico, Cristo, intenta atraer a la salvación a pesar de ellos mismos, a los que están enfermos en el alma, aquellos cuyos pecados y cuyas faltas los aplastan hasta el delirio.  Pero ellos no quieren dejarse tratar”

(San Pedro Crisólogo, Sermón 50; PL 52, 339).

PEDIR POR NUESTROS HERMANOS

Y yo pensaba que podía ser una buena forma de rezar hoy día, pensando en todas esas personas que están lejos del Señor y que son hijos o son hermanos o son amigos y están lejos del Señor.

A veces nos gustaría ponerles delante del Señor para que les salve, para les quite ese grave defecto, para que les quite esa adicción o que les haga más fervorosos o porque regresen de nuevo a sus prácticas de piedad.

O para que les haga de nuevo buenos cristianos o para que les quite esa adicción o a esa mala mujer o mal hombre con el que han emprendido un camino de pecado… cualquier cosa.

TENER FE

Hay que ver que cuando uno tiene realmente fe, cuando uno lleva a esas personas delante de Jesús a través de su oración, de su mortificación, de su constante atención, el Señor nunca se queda impávido.

Siempre hace algo, aunque no lo veamos porque tal vez está intentando curar sus pecados y tú quisieras que por fuera se vea esa rectitud; que cambie, que vuelva.

Y, en realidad, los pecados no se ve cómo se curan.  Cuando el Señor Jesús le dice a este hombre:

“Tus pecados te son perdonados”,

él seguía postrado.  No se veían los cambios por fuera, pero por dentro, su alma brillaba con ese perdón que había recibido del Maestro.

LAS ORACIONES SIEMPRE SON ESCUCHADAS

Muchas veces no veremos nosotros los resultados de nuestras oraciones y te desesperarás, tal vez, porque tu hijo no se convierte, porque tu madre sigue con ese carácter terrible o porque tu esposo sigue siendo más difícil o tu esposa imposible…

Cada uno tiene su propia lucha, pero el punto no es ese.  El punto es que las oraciones siempre son escuchadas, aunque no lo veamos, porque el Señor actúa por dentro.

A veces, cuando vamos con toda la fe y cuando nos vamos en grupo a rezar (porque hay que recordar que aquí eran varios los que llevaron a ese paralítico delante del Señor), entonces el Señor hace maravillas.

¿CÓMO REZAMOS POR LOS DEMÁS?

Tenemos que darnos cuenta de que el Señor quiere que tengamos esta fe, esta fe en Él para cambiar nuestra forma de ver las cosas y no esperar recibir, en esta vida, todas las gracias.

Porque nos gustaría que todo lo tuviéramos aquí, que todo sea genial en esta vida que tenemos, pero muchas veces no lo veremos y tendremos que tener la fe necesaria para verlo después, haciendo esta obra de misericordia que es rezar por los demás.

Pregúntate: ¿Cómo rezas por los demás? ¿O ya has perdido esa fe de que realmente el Señor puede hacer algo?

Mal, porque el Señor siempre puede hacer y por eso, santa Mónica, consigue que se convierta san Agustín, pero en el mundo debe haber habido millones de otras Mónica’s que no vieron a sus hijos en esta tierra convertirse, pero que sus oraciones no cayeron en balde vacío, sino que el Señor hizo milagros.

LA ORACIÓN NO SE PIERDE

Tal vez, al final de la vida de esa persona, tal vez haciendo que su purgatorio sea más corto… no sabemos exactamente, lo que sabemos es que la oración no se pierde y esa es la convicción con la que tenemos que estar todos, porque esa oración vale la pena.

No podemos perder de vista que es importante que recemos, porque es el Señor el que hace las grandes cosas; por supuesto, que la acción es importante también y la misericordia.

SAN JUAN DE DIOS

Cuentan de san Juan de Dios, el fundador de la orden de los hospitalarios, que había nacido en Portugal en 1495.  Que, tras una vida azarosa y después de alistarse en el ejército de Carlos V, acabó por dedicarse en Granada (una ciudad de España) al cuidado de los enfermos.

Un día se encontró en la calle a uno casi moribundo, se lo echó a la espalda y lo llevó al hospital.  Allí lo acostó, le lavó los pies y, cuando iba a besárselos, vio con sorpresa que estaban heridos, como los pies de Cristo.

Levantando los ojos hacia el rostro del enfermo, reconoció en él a Jesús, que le miraba sonriente y nuestro Señor le dijo: “Juan, todo lo que haces a los pobres a Mí me lo haces.  Sus llagas son Mis llagas y a Mí me lavas los pies cuando a ellos se los lavas”.

ENCONTRAR A JESÚS EN TODOS

Eso cuentan y a todos nos gustaría ser como san Juan de Dios y encontrar a Jesús en todos los pobres que tenemos o, a veces, en las personas con las que rezamos.

Muchas veces vamos a encontrar muecas, vamos a encontrar gente que se burla de nosotros; vamos a encontrar cosas que no nos gustan, pero nuestra fe no puede estar en intentar tener aquí recompensas humanas.  Tiene que ir mucho más allá.

Tiene que ir en saber que el Señor mueve los corazones y que nuestra oración nunca es vana cuando es una oración sincera, cuando es una oración que va hasta el fondo. Sabiendo poner en Jesús todas nuestras preocupaciones y dejar ahí todos nuestros pesos.

JESÚS VA MUCHO MÁS ALLÁ

Si en este momento tienes algo que te preocupa especialmente y te gustaría una solución, que no te conformes con una solución humana, porque Jesús va mucho más allá.

Jesús sabe realmente lo que necesitamos y por eso le dice a este paralítico:

“Hombre, tus pecados te son perdonados”.

Por eso también, Él actúa realmente en las personas por las que tú rezas, aunque te parezca que por fuera siguen en sus adicciones, siguen en su pecado, siguen en las cosas terribles, ¡el Señor actúa!

No te digo que una simple oración perdona los pecados de los demás, sería ridículo, pero sí te digo que esa oración constante, esa súplica atrevida de una madre, de un esposo, de una hija, que está constantemente pidiéndole al Señor, no puede ser desatendida.

NO PERDER LA ESPERANZA

Que no pierdas la esperanza, que sigas con fuerza, que le pidas al Señor por todas esas personas por las que, a veces, te parece que no pasa nada, que no se mueve, que sigue igual de mal, porque el Señor hace milagros.

Te animo en este año de san José, que estamos a punto de terminar, que acudamos a él para ponerle también, en esas manos del santo patriarca, a esas personas que tenemos en el corazón y que nos gustaría que cambien.

También, tener esa confianza de que, aunque no veamos con los ojos sus cambios, el Señor toma en cuenta nuestras oraciones si son constantes y sinceras.

A san José le pedimos que nos ayude a tener esa paz y esa convicción de que Jesús siempre actúa.  Y, a la Virgen María, le pidamos que nos preparemos bien para su fiesta del 8 de diciembre, teniendo cada vez más fe en su Hijo Jesús.

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