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P. Federico

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CENTRO Y RAÍZ 

San Juan Bautista nos dice: «Este es el Cordero de Dios». En cada Misa el sacerdote nos repite: “Este es el Cordero de Dios”. Hay una insistencia por decirnos: “¡Ahí está! ¡No lo abandonen!”. Que sepamos hacer de la Eucaristía, de la Santa Misa, el centro y raíz de nuestra vida interior.

TODO EL DÍA UNA MISA

Hoy celebramos el nacimiento de san Juan Bautista en esta Octava de Corpus.

Pensaba que esta coincidencia nos viene bien, porque la razón de la vida del Bautista (de donde surge su razón de ser) y en torno a lo que gira, eres Tú Jesús. Eres el centro y la raíz de su vida.

Ojalá fueras el centro y la raíz de nuestras vidas también…

La Iglesia afirma eso de la Misa: que es centro y raíz de la vida interior.

El Bautista nace y crece. Es consciente de su vocación, se retira al desierto y comienza a predicar con una fuerza, que reúne a las gentes que se “toman la molestia” de salir de sus casas para adentrarse en el desierto y escucharle.

San Juan Bautista dice muchas cosas, pero hay una que le hace ser quien es, hay una frase que es el eslabón clave de toda su existencia:

«Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: —Éste es el Cordero de Dios»

(Jn 1, 36).

Es lo mismo que hace el sacerdote en la Misa:

Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…”

Aquella era la misión del Bautista, la razón de su vida, el centro de su existencia. Y lo es, ojalá lo fuera para ti y para mí también en cada Misa. Porque nos lo enseñan y nos lo repiten: Este es, ¡aquí está!

¡AHÍ ESTÁ!

Hace poco supe de un santo español, san Manuel González, que dicen que fue el obispo que señaló sin descanso a Jesús en el sagrario:

¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡No le abandonen!

La verdad es que cuesta creer que nos señalen a Dios y que nos digan: “este es”, “ahí está”. Y que resulte que no lo sigamos, que le dejemos abandonado…

Cuesta creerlo, pero lastimosamente comprobamos que, en muchas ocasiones, es la triste realidad…

Fue lo que le pasó a este santo, cuando recién ordenado sacerdote lo mandaron a un pueblo sevillano. Y él iba

con la ilusión de celebrar piadosamente la Eucaristía con las gentes del pueblo.

Pero en la iglesia no hay nadie y el paisaje es desolador”.

Y lo cuenta él mismo:

“Unos manteles con encajes de jirones y quemaduras y adornos de goterones negros, una lámpara mugrienta goteando aceite sobre unas baldosas pringosas, algunas más colgaduras de telarañas.

¡Qué Sagrario, Dios mío! Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no volver a tomar el burro del sacristán que aún estaba amarrado a los aldabones de la puerta de la iglesia y salir corriendo para mi casa”.

Con el alma literalmente por los suelos narra con gran belleza el estado de su corazón ante tanta ingratitud al Señor en el Sagrario: “Allí de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba…

Me parecía que después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más…”

(Enero 2022, con Él, José Luis Retegui García).

CENTRO Y RAÍZ
DANOS SIEMPRE DE ESTE PAN

Aquello le cambió la vida a san Manuel, que a partir de allí, una y otra vez suplica de rodillas un rato de compañía para Jesús en el Sagrario: —Yo os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado.

Yo os pido, por el amor de María Inmaculada, Madre de ese Hijo tan despreciado, y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que hagáis compañía a esos Sagrarios Abandonados” (Enero 2022, con Él, José Luis Retegui García).

Lo mismo nos sigue suplicando a ti y a mi…

Jesús en la Eucaristía es el centro y la raíz de nuestra vida interior. Eso son, eso alimentan, nuestras comuniones, nuestro aprovechamiento de cada Misa, nuestras acciones de gracias, nuestro llenar de intenciones el altar y nuestro alimentarnos en serio de ese pan que es Vida.

Porque nadie da lo que no tiene. Y no se trata de activismo, de hacer cosas, sino de vida interior. Y solo hay un pan que alimenta esa vida…

Alimento del alma, del hombre interior, remedio de nuestra flaqueza, el que nos sostiene en la lucha. Le pedimos lo que aquellos hombres de Cafarnaúm:

«¡Señor, danos siempre de este pan!»

(Jn 6, 34).

Si Jesús está presente en el Sagrario, debería ser como un imán para nosotros.

Hace poco, pude hacer una Procesión de Corpus Christi y volví a comprobar y ver cómo la gente se conmueve, se emociona. Todo mundo seguía la procesión de altar en altar, incluso bajo la lluvia.

Lo hacen porque saben que es Jesús, saben que eres Tú, Señor… Y es la escena que se va a repetir en muchísimos rincones del mundo en estos días, en las próximas semanas incluso, porque la gente quiere su Corpus (no importa si no es en la fecha exacta de la fiesta).

Quieren su Corpus, te quieren a Ti, Jesús, que eres su centro y su raíz. Y da gusto verte en la custodia rodeado de gente…

HAY QUE ROZARLO

Nosotros creemos en Tu presencia real en la Eucaristía, de eso nos alimentamos y eso es lo que damos a los demás.

Todos los caminos llevan a Roma. Todos nuestros pasos conducen a la Santa Misa y al Sagrario, como afirma san Manuel: «En suma, que un cristiano de lógica y de verdad, para estas dos preguntas no debe tener más que esta respuesta: –¿A dónde vas? –A comulgar. –¿De dónde vienes? –De comulgar. 

Y lo demás, trabajar, holgar, comer, dormir, relacionarse, todo lo demás ¡de camino! ¡Qué bien si todas las idas y venidas de los cristianos que comulgan no fueran sino vueltas en torno de Jesús-Hostia de su Misa y Comunión” (Enero 2022, con Él, José Luis Retegui García).

Bueno, ¡que no nos entre la rutina! A Jesús le duele quedarse solo, pero no nos puede obligar… A Jesús le duele que le dejemos en segundo plano, pero no nos puede obligar…

Nuestro Señor se ha quedado en la Eucaristía para tenernos al lado y poder tocarnos con su cuerpo. Por mucho medio electrónico y teléfonos móviles que haya, el ser humano necesita acercarse en persona y abrazar a sus seres queridos. 

Así lo señalaba san Josemaría, compartiendo una anécdota de su buen amigo san Manuel (porque resulta que eran amigos): «Un obispo muy santo, en una de sus incesantes visitas a las catequesis de su diócesis, preguntaba a los niños por qué, para querer a Jesucristo, hay que recibirlo a menudo en la Comunión.

Nadie acertaba a responder. Al fin, un gitanillo tiznado y lleno de mugre, contestó: “¡porque para quererlo, hay que rozarlo!”».

CENTRO Y RAÍZ

¡Allí está la respuesta! ¡Qué cargada de razón la respuesta de ese gitanillo! Y te digo: —Lo siento, Jesús no se conforma con hablar contigo por videoconferencia. Te quiere demasiado como para pasar veinticuatro horas sin verte en persona. 

Cuántas fans aguardan un día entero en la cola del concierto para tener un sitio en primera fila y poder ver con sus ojos a su ídolo. Si encima, en algún momento, le pueden tocar la mano, se vuelven locas de alegría.

ÉL NOS ESPERA IMPACIENTE

Jesús hace lo mismo a diario. Toda la noche solo esperando impaciente a verte entrar por la puerta de la iglesia. Imagina su entusiasmo cuando pronuncias el «Amén» antes de comulgar” (Enero 2022, con Él, José Luis Retegui García).

¡Pues así es! Ojalá que le demos ese gusto a Jesús con frecuencia, porque vivamos conscientes que es nuestro centro y raíz. Y que nuestra Misa dure veinticuatro horas porque siempre, hagamos lo que hagamos, venimos de comulgar o vamos a comulgar.

Que todo gire en torno a la Santa Misa, que todo gire en torno a la comunión. Porque Él, porque Tu Señor, estás allí.

Nuestra Madre Santa María está presente, de forma misteriosa y especial, en todas las Misas. Cuando vayas, date cuenta como te señala hacia la Hostia consagrada mientras te dice: —Ese es el Cordero de Dios, ahí está.


Citas Utilizadas

Is 49, 1-6

Sal 138

Hch 13, 22-26

Lc 1, 57-66. 80

Jn 1, 36

Jn 6, 34

Enero 2022, con Él, José Luis Retegui García

 

 

 

 

 

 

Reflexiones

Señor, que te vea, que no te abandone… ¡Tu eres quien me quita el pecado, y ahí estás!

Predicado por:

P. Federico

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