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P. Federico

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¡CENTINELA, ALERTA!

El enemigo siembra cizaña en medio de la buena semilla, empapada en sangre redentora que Cristo ha sembrado en nuestras almas: Su gracia.
Jesús no nos pide simplemente no ser “cizañudos”. Nos llama a estar vigilantes, a estar en guardia para que los demás y nosotros mismos, demos el fruto que Él espera de la semilla que ha puesto en nuestros corazones.

            Jesús propuso a la gente otra parábola:

“El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo.  Pero, mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue”.

            La famosa cizaña… Creo que todos solemos asociar la cizaña con la idea de sembrar discordia, incomprensión, confusión… y por ahí hay alguno al que le puedan decir: “No seas cizañudo”.

            “Tú Señor dices que el enemigo la siembra.  Jesús, que yo nunca siembre cizaña, que no critique, que sepa hablar bien de todos y que me dé cuenta del daño que pueden causar unas palabras mal dichas o una opinión manifestada de forma inadecuada o inoportuna.

            “Dame conciencia de que, si alguna vez lo hago, he obrado como el enemigo.  Qué lejos estaría de parecerme a Ti”.

            Pero la parábola, como siempre, da para más.  “Tú Jesús nos hablas de una realidad más profunda:

“El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo””.

            Somos nosotros, tú y yo: campo.  Somos campo donde el Señor ha echado buena semilla: su gracia.  Que, al caer en el alma, da frutos de santidad y con qué generosidad ha sembrado.

BUENA SEMILLA

alerta

            Decía san Josemaría:

“El sembrador aprieta en su mano llagada el puñado de trigo.  La sangre de Cristo baña la simiente, la empapa.  Luego, el Señor echa al aire ese trigo, para que, muriendo, sea vida y, hundiéndose en la tierra, sea capaz de multiplicarse en espigas de oro”

(Es Cristo que pasa, 3).

            “¡Qué generoso has sido Señor dándote Tú mismo! ¡Qué buena semilla de gracia has sembrado en mi alma!” Y no solo en la mía, sino en la de todo cristiano.

            Por supuesto, se trata de que arraigue, que crezca y que dé fruto.  Que la siembra no sea en vano y por eso interesa saber cómo sigue la parábola, porque “Tú dices:

“Mientras todos dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.  Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña”.

            Tú y yo tenemos que velar día y noche y no dejarnos sorprender por el enemigo.  Vigilar sobre esa siembra de gracia que Dios ha hecho en cada uno, en los tuyos, en tu familia o en tus amigos, en tus parientes, en tus colegas…

            La semilla es buena, no tenemos derecho a dejar que se estropee por culpa nuestra, por descuido, por pereza, por no cultivar el trato con Dios o por no ayudar a que los demás se formen, que acudan a los sacramentos y entonces la semilla se va estropeando; nosotros nos vamos estropeando.

ESTAR VIGILANTES

            Decía san Josemaría:

“Mientras dormían los hombres, vino el sembrador de la cizaña, dice el Señor en una parábola.  Los hombres estamos expuestos a dejarnos llevar del sueño del egoísmo, de la superficialidad, desperdigando el corazón en mil experiencias pasajeras, evitando profundizar en el verdadero sentido de las realidades terrenas.

            ¡Mala cosa ese sueño, que sofoca la dignidad del hombre y le hace esclavo de la tristeza!

(San Josemaría, Es Cristo que pasa, 147)

            “Señor, que yo no me duerma, que no me despiste, que cuide de tu siembra que es siembra divina”.

            La gracia da su fruto, la semilla crece, pero si nos decidimos a quitar todo lo que impida el crecimiento del buen trigo (o sea la cizaña), que son las pasiones, la sensualidad, la soberbia, la envidia… en una palabra: el pecado.

            Todo eso quiere ahogar y hacer inútil, estéril, la siembra de Cristo; hay que estar vigilantes.

            “Jesús, entiendo que no se trata simplemente de no sembrar cizaña, de no ser “cizañudo” -eso por supuesto-, se trata de vigilar para que no se siembre en mí y en los que me rodean la cizaña.

CENTINELA, ALERTA

            Hay que oír el grito de la Escritura que lo dice por boca del profeta Isaías:

“Centinela, alerta”

(Is 21, 8).

            Tenemos que estar de centinela, en guardia, haciendo la guardia, como un buen centinela; incluso, sabiendo que los demás duermen.  Pues yo no los dejo solos, yo los cuido, los quiero cuidar; “Jesús, ayúdame a cuidarlos”.

Qué importante era el centinela (y lo sigue siendo).  Nadie que está de guardia nocturna en un cuartel quiere que lo sorprendan durmiendo.  ¡Es tremendo eso!

En la época de Jesús era todavía más tremendo, porque el Imperio Romano castigaba con la lapidación al que se durmiera en su turno de guardia.  Por la mañana, el resto de sus compañeros del ejército lo lapidaban, lo mataban a pedradas…

¡No, es que no da igual! No se trata de juzgar, no se trata de criticar, se trata de ayudar al que tenemos al lado.  Lo contrario a sembrar cizaña: ¡ayudar!

Sigue la parábola:

“Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: “Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?”

Él les respondió: “Esto lo ha hecho algún enemigo””

(Mt 13, 24-28).

            No se trata de juzgar.  Debilidades tenemos todos.  Para señalar sobran dedos y, además, santos en la tierra no existen.  En todo caso, hay gente que muere con fama de santidad, que es distinto.

Que tenían defectos, pero luchaban; que se caían, pero se levantaban.  Y, en esa lucha por la santidad, nos necesitamos todos, especialmente nos necesitan los que nos rodean, los más cercanos.

PENSAR EN LOS DEMÁS

alerta

Ojalá que sepamos estar en guardia pensando en los demás, ayudándoles en su lucha por la santidad.

Te puedes preguntar, ¿cómo? Pues yo rezando; yo dando un buen consejo cuando se necesita; yo haciendo la vida, con sus luchas, más agradable; yo ofreciendo pequeños sacrificios por ellos, fastidiándome con tal de conseguir que sea el trigo y no la cizaña la que crezca.

“Jesús, te pido que por mí no se ocasione ningún daño a las almas. Que por mi orgullo o por mi comodidad no les niegue el apoyo y la ayuda a mis hermanos”.

A mí se me venía la cabeza un recuerdo: estando en Roma, en la Basílica de San Pedro, íbamos ahí un grupo y vimos cómo el guardia suizo, que estaba de guardia -valga la redundancia-, en una zona ahí de la explanada de San Pedro, estaba a punto de desmayarse.

Entonces, nos detuvimos un poco a ver.  Se le acercó su jefe y le susurró unas palabras y él mantuvo la posición, aunque estaba que se caía.

Pronto llegó otro guardia marchando solemnemente y lo que hizo fue: se le puso al lado, le ofreció un brazo que el otro usó como apoyo y los dos salieron marchando con todo el honor con el que puede marchar la Guardia Suiza.

SER DESCANSO

¡Eso! Que tú y yo sepamos hacer eso: ser descanso, ser apoyo.  Que los demás puedan descansar en mi oración, en mi vida de piedad, en mi trabajo esforzado, bien hecho y de cara a Dios.

“Que te escuche a Ti Jesús, cuando me dices: ¡Centinela, alerta! Dame sentido de responsabilidad, dame el gusto de que puedas contar conmigo para ayudar a los demás, para ayudar a la Iglesia”.

Nosotros, tú y yo debemos ser muy fieles y rezadores, porque todos tejemos el tejido de la Iglesia y el hilo de la vida de uno, sustenta todo el tapiz.

Alguna vez escuché comentar que, a san Josemaría desde niño, le había impresionado este proverbio: “Unos por otros y Dios por todos”.

Que yo sepa estar por los demás, porque Jesús lo está con su buena semilla.  Que no queramos tener nada que ver con la cizaña y es que no queremos tener nada que ver con el enemigo; al contrario, somos centinelas, estamos alerta.

Madre nuestra, Madre de la Iglesia, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.


Citas Utilizadas

Sb 12, 13. 16-19

Sal 85

Rm 8, 26-27

Mt 13, 24-43

Is 21, 8

Es Cristo que pasa, 3. 147

Reflexiones

Jesús, te pido que por mí no se ocasione ningún daño a las almas. Que por mi orgullo o por mi comodidad no les niegue el apoyo y la ayuda a mis hermanos.

Predicado por:

P. Federico

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