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P. Juan Pablo

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CARNE Y VINO

Jesús nos habla del proyecto de Dios para el matrimonio y nos preguntamos por qué es así. Detrás de esas exigencias hay un gran misterio que vale la pena conocer y cuidar.

«En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos fariseos y, para ponerle una trampa le preguntaron: —¿Le está permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo? 

Jesús les respondió: —¿No han leído que el Creador desde el principio los hizo hombre y mujer, y dijo: —Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. 

Así pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». 

UNIDAD, DONACIÓN, FAMILIA

Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre, son palabras que escuchamos en las bodas con emoción, ¡ya están casados! Y tú, Jesús, seguramente también citaste estas palabras del Génesis con emoción.

Al principio el Creador hizo al hombre y a la mujer y dijo:

«—Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer».

Es el proyecto de Dios. Dios lo pensó así. Detrás de eso hay mucha sabiduría, toda la sabiduría de Dios. ¿Por qué Señor nos has creado así? ¿Hombres o mujeres?

El hombre tiende a la mujer, la mujer tiende al hombre y el mismo cuerpo es una invitación a la unidad, a la donación, a formar una familia. ¿Por qué nos has hecho así, Señor? El hombre, también leemos en el Génesis, es imagen de Dios.

Dios lo creó a su imagen y semejanza. Toda la creación, dice san Pablo, nos puede llevar a conocer a Dios, lo dice en la Carta a los Romanos.

Pues, desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, su eterno poder y su divinidad, se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas.

Podemos conocer algunas cosas de Dios a través de la creación, pero lo podemos conocer todavía más al conocer al hombre. Y no al hombre individual, sino al hombre casado, a la mujer casada. Esa unidad que hay entre los dos nos habla de Dios.

JUAN PABLO II>

Así lo explica san Juan Pablo II:>

“El hombre ha llegado a ser imagen y semejanza de Dios, no solamente a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el hombre y la mujer forman desde el inicio”. 

“La función de la imagen es la de reflejar a quien es el modelo, la de reproducir el propio prototipo. El hombre llega a ser imagen de Dios, no tanto en el momento de la soledad, cuando en el momento de la comunión”.

“Él, en efecto, es desde el principio no solamente imagen en la cual se refleja la soledad de una persona que rige al mundo, sino también y esencialmente imagen de una inescrutable comunión divina de personas” (14/nov/1979).

“El misterio más grande que existe, es el misterio de Dios mismo, que no es una soledad, sino que es una comunión de personas, amor total, donación total del Padre que se da al Hijo, el Hijo que recibe todo del Padre. La unión de ambos en el amor, que es el Espíritu Santo”. 

El hombre ve a la mujer: Adán ve a Eva. Eva ve a Adán. Y sienten ese atractivo, ese deseo de unirse, ese deseo de comunión. Detrás de ese impulso que hay en todos los hombres, está ese deseo de comunión, deseo de unidad.

CARNE Y VINO

AMOR Y UNIDAD

Pensemos en el enamoramiento y la feliz unión de los esposos… La alegría de recibir un hijo, saberse acompañado para siempre. No estaré solo, alguien me cuidará siempre, yo cuidaré a alguien…

Alguien a quien he elegido, alguien a quien yo he elegido. O sea, yo he ejercitado mi libertad y la seguiré ejercitando todos los días.

Pues eso es una imagen de Dios. Un ejercicio de la autodeterminación.

Y continúa diciendo Juan Pablo II en una de sus catequesis,

En efecto, leemos que el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer. Si el hombre pertenece por naturaleza al padre y a la madre, gracias a la generación se une, en cambio, a la mujer o al marido por elección.

Todas las imágenes son imperfectas, pero nos informan de algo verdadero, y aunque sean imperfectas, pues son eficaces.

Nos dicen: —Mira, Dios es así. Dios es comunión. Dios es amor, es autodonación, es fecundidad. ¡Qué maravilla, Señor, que te reveles así a través del amor humano!

EL AMOR HUMANO

El amor humano que es tan dichoso, que tiene dificultades, pero que es una escuela de amor. Y precisamente, en esas dificultades es como el hombre tiene que aprender a amar, a darse cuenta de la verdad, del amor.

El amor es verdadero y exige un compromiso y una donación no parcial o no a mitad, sino total. Todos deseamos esa totalidad y precisamente a través del amor humano, pues es un camino que es un signo del amor de Dios. 

Por eso, también es válido renunciar al amor humano para encontrarse directamente con el Amor Divino.

En este mismo pasaje del Evangelio, un poco más adelante, Jesús habla de renunciar al matrimonio por el Reino de los Cielos, porque ese amor del hombre y la mujer es una imagen -a fin de cuentas-, del amor de Cristo a la Iglesia, del amor de Dios al hombre que gozaremos en el Cielo.

Por eso, tu Jesús, te manifiestas como el Esposo, y el Cielo es una fiesta de bodas.

EL MATRIMONIO: UNA ENTREGA DE AMOR

En el Apocalipsis se habla de la Jerusalén Celestial, de la Iglesia como una novia adornada para su esposo. ¡Qué ilusión, Señor, que estamos llamados a ese amor total que durará para siempre!

Y tenemos esa imagen tan concreta, tan cercana a todos, que es el amor humano, la carne, una sola carne. Pues también hay un signo que Tú, Señor, nos dejas aquí en la Tierra, un signo también agradable y hermoso, que es el signo del del vino.

El pan y el vino que se convierten en tu Cuerpo y en tu Sangre, en una donación, en una entrega que genera comunión.

CARNE Y VINO

Pues también ese amor humano, es signo de como Tú amas a tu Iglesia, entregando tu cuerpo totalmente en la Cruz y haciéndola fecunda.

La Iglesia que te recibe alegre, entregándose, también es una mutua entrega, como en el matrimonio, una entrega por la cual, se constituye esa unidad, esa comunión.

También, Señor, Tú entregándote a nosotros y nosotros entregándonos a Ti, porque participamos de la Misa, porque nos preparamos, porque luchamos para mantener el alma limpia y poderte recibir y se da esa comunión que irá creciendo hasta que podamos gozar Contigo, con toda la Iglesia en el Cielo.

Pues acudimos a nuestra Madre, la Virgen. Celebramos hace unos pocos días la Asunción de María al Cielo, que ya está en el Cielo, ella también con su cuerpo, disfrutando de Dios.

Madre nuestra, ayúdanos a entender la gran dignidad que tiene nuestro cuerpo. Que entendamos cómo el amor humano es signo del amor divino y que crezcamos, que maduremos cada día en ese amor, preparándonos para el encuentro definitivo con Dios.


Citas Utilizadas

Js 24, 1-13

Sal 135

Mt 19, 3-12

Reflexiones

Señor ayúdanos a mantener nuestra alma limpia para recibir Tu cuerpo en cada Eucaristía. Que aprovechemos ese momento en donde tocamos Tu glorioso cuerpo.

Predicado por:

P. Juan Pablo

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