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Jueves Santo

SERVICIO DE JESÚS

El Jueves Santo es un gran día en la Semana Santa, porque volvemos a hacer memoria litúrgica del mandamiento de la caridad, la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio.

San Juan nos recuerda que “La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan, 13,1). Este amor lo llevaba a lavar los pies a los apóstoles: “Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Juan 13,4).

Y la institución de la Eucaristía sólo es posible si existe el sacerdocio, que hace posible perpetuar el sacrificio de Jesús en la Cruz: “haced esto en conmemoración mía” (1 Corintios, 11,24). Los apóstoles reciben el poder de consagrar -y otros poderes- para perpetuar aquí en la tierra la acción de Cristo.

Jueves para Jesús

Ese Jueves era para Jesús la víspera de la pascua judía y se conmemoraba, reviviendo la comida de la noche pascual, sacrificando además un cordero que con su sangre habían sido salvados. Jesús hace de esa antigua alianza, una Alianza Nueva y Eterna. Y esa noche, Él será el cordero que quita los pecados del mundo y su sangre derramada será causa de salvación eterna.

Esa noche, Jesús “ tomando pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos” (Lucas 22,19). Percibimos la disposición agradecida del corazón de Jesús frente a Dios Padre. Nosotros queremos tener la misma actitud de Cristo en esta víspera santa.

Amar a los que Él ama

Del agradecimiento es fácil que brote la generosidad para extender esa vida nueva que hemos recibido. Trataremos de amar a los que Él ama y como Él los ama: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Juan 13,34). Por Cristo, con Él y en Él, somos capaces de amar hasta el extremo. Como Jesús, nos arrodillamos ante los hombres para lavarle los pies. Comprendemos sus miserias y las cargamos sobre nuestros hombros.

Podemos aprovechar este día en que Dios regaló a su Iglesia este sacramento para rezar también por la santidad de los sacerdotes, para que sirvan cada día a la Iglesia con el mismo amor del Señor.

Con nuestra oración podemos ayudarles a hacer realidad este deseo que les mueve como sacerdotes: «No elegimos nosotros qué hacer, sino que somos servidores de Cristo en la Iglesia y trabajamos como la Iglesia nos dice, donde la Iglesia nos llama, y tratamos de ser precisamente así: servidores que no hacen su voluntad, sino la voluntad del Señor. En la Iglesia somos realmente embajadores de Cristo y servidores del Evangelio» (Benedicto XVI, Lectio divina, 10-III-2011)<

Entre tanto don que recordamos hoy, sabemos que Jesús nos ha dado también a su Madre. A ella, testigo principal del sacrificio de Cristo, podemos acudir para, con su ayuda, tener una vida animada por el agradecimiento humilde de tantos dones recibidos.

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