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Una invitación de Jesús

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Esta forma de instalarse en el mundo es tan antigua como la raza humana. No en vano, Jesús hacía un llamado a sus discípulos (después que la madre de alguno solicitara al Señor que sus hijos se sentaran a su derecha o a su izquierda en el Cielo)diciendo:

“Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera llegar a ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo”. Mt 17, 28

La pedagogía divina que enseña el Maestro, nos invita a actuar en contra de las referencias humanas. Nos sorprende. El Señor te interpela, no para que actúes según tu opinión, tus caprichos o tus juicios. Al contrario, te invita para que todos tus sentidos te sitúen en la piel del otro para ayudarlo.

Servir en el lenguaje de Jesús es una llamada a ocuparse de quienes te rodean: un amigo, tu esposo, tus hijos, un compañero de trabajo o incluso de esa persona de la que ignoras hasta su nombre.

¿Cómo te enfrentas a los demás? ¿Lo haces desde la cooperación o desde los juicios y la crítica? ¿Cuándo alguien te comenta una dificultad, huyes o te involucras?

El servicio desinteresado

Cultivar una sensibilidad para tratar a las personas que Dios nos ha confiado a nuestro alrededor, puede ser un punto de partida para desarrollar la actitud de servicio a la que nos invita Cristo.

“El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos” (Mc 10,45), explicaba el mismo Señor a los apóstoles.

A quién sirve desinteresadamente a los demás por amor a Dios, “le aliviará saber –dice Benedicto XVI– que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor (…);. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio soólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas”, Enciclíca Deus Caritas Est,nº35.

Ayudar a los demás desinteresadamente, sin buscar una recompensa, sino solamente por la fe en las palabras de Cristo, es una oportunidad inmensa para caminar hacia el Cielo.

Reflexiona en la oración, ¿Cómo puedes involucrarte más con quienes te rodean? ¿Qué debes vencer en ti para colaborar más con las dificultades de tu prójimo? Quizás, aprender a “perder” el tiempo con los demás, puede ser un punto de partida para conocer las necesidades de quien tienes al lado tuyo.

La alegría de servir

Ayudar a otro tiene una dimensión social enorme, ya decía un santo que uno no se va solo al cielo sino acompañado de muchas almas. Preocuparse por todos, por cada uno, con amor, produce un efecto inmensurable en nuestro corazón. Es como si Dios hubiera dotado a cada acción de donación por otro de una satisfacción sin igual.

Algunos de los frutos que obtenemos cuando abrimos nuestros sentidos y nuestra inteligencia a las necesidades de los demás son: optimismo, entusiasmo, confianza, paz, valentía… entre otras, porque establecemos lazos de comunión con quién recibe nuestra ayuda. ¿Y qué es lo que quiere el Señor, sino que nos amemos los unos a los otros como Él mismo hizo?

Jesús se la pasó haciendo milagros para enfermos del cuerpo y alma, recorrió Israel de un lado a otro, conversando, predicando, enseñando, dando ejemplo con su vida de servicio, de ayuda, de colaboración, porque los demás sí le importaban.

Pidamos a la Virgen que los demás nos importen y que concretemos este afán con muchos actos de servicio; primero con los más cercanos y después repartamos nuestras energías, talentos y tiempo con todos y todas con quienes Dios permite que nos encontremos. Nuestra recompensa ya la tendremos en la tierra disfrutando de un inmenso gozo y de un sinnúmero de amigos.

 

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