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¿Es posible agradar a Dios?

TOCAR A CRISTO, mas fuerte que el odio

La manera en que se comunica conmigo es única, responde mis dudas con facilidad, calla mi mente del ruido y me llena de paz. Tan solo puedo pagarle intentando ver por sus ojos el sufrimiento, el miedo y la ira en cada persona que me pone al frente.

Pero hay algo más fuerte que me grita “míralo en ti”. Sigo pensando: ¿para qué? Y otra vez Él me vuelve a mostrar su voluntad perfecta y me cuenta sus historias como solo un buen Padre lo hace con sus hijos.

La mujer adúltera

Hay un revuelo en las cercanías de Jerusalén. Un grupo de hombres trae a empujones a una mujer. En realidad, la arrastran hasta allí. ¿Qué quiere decirme esta historia? Por segundos intento ser esa mujer e imaginar su tristeza, su vergüenza, su pánico a la cercanía de la muerte. Probablemente está necesitando compasión, el consuelo de una palabra amable o el silencio.

A diario puedo toparme con situaciones que a mis ojos no son las correctas, pero el tener presente que no es mi deber hacer justicia cambia el enfoque. Acercarme discretamente a esas situaciones puede servir para entenderlas no con la razón sino con la empatía, estando consciente de que también me equivoco pero que puedo aprender de mis errores con el propósito de no volver a herirme, porque haciéndome daño le hago daño a Él.

Nos enseñan desde siempre a valorarnos, pero a veces hay quienes nos ayudan a lo contrario. En esos momentos la clave puede ser recordar que hay alguien que nos ama infinitamente y se duele de nuestras lágrimas y flaquezas, que la profunda soledad no existe, que se pueden ir muchas personas, pero Él nunca se va, que nos pueden dejar de querer otras cuantas pero Él siempre nos amará. Necesito abandonarme en sus brazos para sentirlo cada vez más.

Así como a esta mujer, Jesús nos dice siempre “vete, y a partir de hoy no peques más”. Me encanta leer esta frase porque lleva en sí la confianza de alguien que me ama, lo cual constituye una gran responsabilidad.

Quiero ser como tú

Cada vez que me analizo, veo que tengo virtudes, pero sé que necesito mucho más que eso. Debo saber más de ti, Jesús, para que seas mi fortaleza y dejar de escribir historias innecesarias en mi

vida. Quiero ser como Tú. A los ojos de otros soy normal, pero quiero ser mejor: quiero ser una persona que cumple tu mandato, para sorprender a otros para bien y que te descubran en mí.

Quiero ser un instrumento para mostrarte. Prestarte mi cuerpo y mis acciones para que puedan verte como yo te veo: en todo, en lo más cotidiano y en lo más maravilloso. Empecé este camino intentando conocerte para amarte; ahora resulta que conociéndote puedo amar a las personas. Eres simplemente encantador, y por si fuera poco, para ti, el que yo sea normal, es extraordinario.

 Para terminar, diré que a Dios le podría gustar que sea auténtica, que sepa que soy única, y perfecta a sus ojos.   

Cuando converso internamente con Él lo hago fluidamente, porque más que mi Padre es mi cómplice. Un confidente que aparte de escucharme sabe qué decir.  Me dirijo a Él con respeto y con una gran naturalidad, la sensación que deja en mi es lo más cercano a la perfección.  

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