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Nacida en Quito Ecuador. Chef repostera panadera de la escuela culinaria de las Américas.

5 min

El Ladrón bueno

Había una vez a las afueras de Jerusalén una pequeña casa donde yo habitaba con un hombre joven. Contrario a lo que se pueda pensar, era un buen chico, todas las mañanas se acercaba a mi cama y me llevaba algo caliente para beber. 

Era bastante tierno, cariñoso, muy dócil a mis peticiones; y cómo no serlo si yo era su madre. Nunca le faltaron mis abrazos sinceros y también mis atenciones. Aún así, en ocasiones sentía que había algo de tristeza en él. Yo intuía que el motivo principal era que nunca pudo recuperarse de la ejecución de su padre, sufrió esa suerte al unirse a los rebeldes.

La verdad creo que ni yo supe hacerlo. Desde pequeño, a mi hijo le tocó velar por sí mismo, porque las viudas en Israel tenemos una vida dura, y a mí con suerte me alcanzaban las fuerzas para trabajar y darle de comer. En ocasiones me culpo por no haberme atrevido a hacer más.

La vida sigue su rumbo

Mientras caminaba mi vida, su tristeza se iba convirtiendo en mi preocupación principal. Eran horas interminables cuando no regresaba pronto a casa, cansada de la espera me dormía entre lágrimas de angustia, caía rendida en sueños, pero no eran tan profundos como mi gran amor por él. Ese amor era el que me ayudaba a despertar al oírlo llegar. Fingía dormir para no molestarlo con mis preguntas. Cuando por fin entraba, yo ya podía descansar. Me daba un beso en la frente y se iba a dormir.

Hubiera querido tanto que su vida fuera distinta. Para ese entonces ya había crecido y yo me había acostumbrado a que él viera por mí; seguía evitando preguntar, únicamente recibía el dinero y las cosas que traía a casa. Pero sabía que algo no estaba bien, era mucho para lo poco que sabía hacer.

Lo peor pasó cuando un día esperaba su beso cariñoso y nunca llegó. Llegaron noticias: se lo habían llevado los romanos. Se repetía el dolor que experimenté por su padre. Fui hasta la gran multitud y vi como mis sospechas eran ciertas, no supe exactamente qué pasaba durante años, pero ese día por fin la verdad se me reveló.

¡Mi hijo estaba robando! Les quitaba el esfuerzo de su trabajo a otras personas. Al descubrirlo, mi vergüenza y tristeza eran infinitas. A los romanos no les gustaba tener mucha gente en sus cárceles, así que la ejecución fue muy poco tiempo después de su captura.

EN LO PROFUNDO

Camino del Calvario

Llegué hasta donde caminaba cargando un madero en el que sería crucificado, lo pude ver por última vez de cerca. Él no me podía sostener la mirada, agachado, pálido, muy asustado por los gritos, el llanto y las burlas que acompañaron la caminata y sin duda por lo que le iba a pasar. Era como un animalito tembloroso, desamparado.

Conociendo su buen corazón sabía que una gran culpa lo debía atormentar en aquel momento, en especial por haberme fallado.

Ese día vi a mi hijo en su papel más humano, muy arrepentido. Junto a él otro muchacho, su actitud era muy desafiante, seguramente estaba asustado, pero no mostraba arrepentimiento, solo enojo, su rostro con un semblante que dibujaba amargura y reclamaba como que la vida le debía algo.

Junto a ellos, Jesús. Al que muchos llamaban el Mesías. Un hombre de muy buena apariencia, alto y se notaba fuerte, tenía la mirada más penetrante y esperanzadora que haya visto jamás.

Aunque no había visto a este famoso rabí, muchas veces era raro hallarlo con esa actitud, especialmente por las circunstancias en que se encontraba. Me imagino que se sentía defraudado, muy cansado no solo física sino mentalmente, pues lo que pasaba era muy fuerte. Se notaba que le habían pegado y maltratado mucho. Pero el sentimiento que lo acompañaba era de piedad.

Al murmurar Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen comprobaba que aún así sentía compasión de sus verdugos. Eso sólo lo podía hacer alguien superior a cualquier persona que ahí se encontraba.

Pocas vestiduras cubrían su cuerpo, estaba mayormente desnudo y dejaban ver el impacto de las marcas que habían hecho los latigazos en su piel; debían ser causa de un dolor muy fuerte, indescriptible, a pesar de tanta barbaridad, todas esas escenas no eran desoladoras.

Era como aquello que dicen: después de la tormenta llega la calma y un nuevo comienzo vendría, una sensación que no podría explicar jamás con muchas palabras.

VIRGEN DE LOS DOLORES, corazon inmaculado

Dolor compartido

Nunca sentí tanta paz al estar junto a alguien, su sola presencia abrigaba mi corazón que no tenía consuelo, pero con Jesús fue así, al verlo sólo supe respirar profundo y recuperar la voluntad.

Mi alma estaba sufriendo demasiado por ver a mi hijo camino a su final. Muchos sentimientos encontrados iban conmigo y con todas las personas que éramos testigos de esa brutalidad

Junto a mí, también pude ver a la madre de Jesús, me identificaba con Ella, con su dolor. Aún con toda la angustia que sentía tuvo las palabras precisas para consolarme, de una mujer tan dulce y buena sólo se podía esperar amor, salir de sí misma para empatizar conmigo, eso fue realmente sublime. La caricia que necesitaba para resistir un poco más.

Seguimos caminando hasta el Calvario, donde serían crucificados los tres. Nos permitieron estar cerca de ellos únicamente a sus más cercanos familiares, supongo era un acto de bondad, yo intenté no despegarme de María.

Mientras los subían a lo alto de las vigas mi corazón iba desgarrándose cada vez más.

Mi hijo fue sensato en sus últimos momentos. Al estar lejos de la multitud yo podía escucharlo pero solo un poco por la altura en la que se encontraban, y es que también una madre tiene el oído bien desarrollado, para escuchar hasta el más pequeño llanto de sus hijos. Esta vez me sirvió más que nunca. Ya que sería la última. Podía escuchar su voz, sus diálogos.

Él respondía los gritos alterados de aquel otro malhechor diciéndole que aún viendo lo que pasaba no se arrepentía y no tenía temor a Dios. Este hombre demandaba que lo salvara. No podía creer que Jesús con su poder no hacía nada por cambiar su propio destino, y peor el de los otros dos. Ajeno totalmente a la realidad. A este pobre hombre sólo le faltaba un poco de fe, quizás mucha humildad. Dejar de culpar a la vida, y hacerse cargo de las maravillas que poseía.

En esos momentos deseaba que la sensatez de mi hijo hubiera llegado mucho antes.

Enseguida lo escuché dirigirse a Jesús con mucha humildad, como cuando me pedía algo de niño, con la misma confianza y cariño. Le decía: cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí.

Yo estoy segura que Jesús cumplió su palabra, y ya está junto a Él en el paraíso. Mi hijo fue el principal protagonista de mi vida, ahora en esta pequeña casa me acompañan únicamente los buenos recuerdos y el deseo de ser un mejor ser humano, para que haya valido la pena tanto sacrificio. Me consuela ahora la amistad de María, ahora soy parte de las mujeres que caminan con Ella.


Escrito por

Johanna Ortega

Nacida en Quito Ecuador. Chef repostera panadera de la escuela culinaria de las Américas.

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