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Batallón de Santos

Ser iguales en la diversidad

A partir de los cuatro o cinco años de edad, el hombre ingresa al sistema escolar donde podrá sentir inclinación por algunas materias y por otras no. Además, estas decisiones son motivadas cuando nos preguntan: ¿a qué te quieres dedicar cuando seas grande? Y se puede tener a lo largo de los años diversas respuestas.

Por tanto, en el planeta Tierra habitamos personas con diversos gustos, profesiones y ocupaciones. No hay una persona igual a la otra. Incluso esto aplica para los gemelos: algún detalle físico o en sus gustos lo diferencia del otro. Pero en esa diversidad podemos también ser iguales. Y esa semejanza la he encontrado en los que somos católicos y aceptamos la vocación de la santidad, a la que estamos llamados.

La vocación a la santidad

El catecismo de la Iglesia Católica nos habla sobre la santidad: “Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad”.

Por tanto, la vocación del cristiano es la santidad. Pero como Dios nos hizo libres podemos aceptarla o no. El caminar hacia la santidad inicia cuando nuestros padres al nacer deciden bautizarnos. Es como si fuera el primer grado en el sistema tradicional de educación.

De allí vendrán otros escalones que iremos subiendo todavía impulsados por nuestros padres: la primera comunión y por lo general también la confirmación.

Pero una vez que dejamos el colegio y el paraguas protector paterno, cada católico emprenderá su propio camino. Si ha recibido una sólida educación católica será más fácil emprender el rumbo. Y si no, enfrentará un mayor reto.

Un batallón dispuesto a luchar por la santidad

Cuando estaba organizando mis ideas para escribir este artículo me vino la imagen de los batallones de soldados. Podríamos pensar que lo que los hace iguales es que llevan el mismo uniforme, pero no es así.

Son personas de diversos países, creencias, gustos, razas. Lo que los hace iguales son las batallas que librarán al decidirse por la vida militar.

Todos llevan el mismo objetivo: ganar. Además, son personas con una voluntad férrea para perseverar hasta ganar la batalla y también para obedecer al que los comanda.

Comparo el camino de la santidad con una batalla que se libra en el día a día, en el entorno, en la vida ordinaria. Como un batallón de hombres y mujeres dispersos por el mundo con un mismo objetivo: ganar la batalla de la santidad.

Cuando nos disponemos a empezar este camino de santidad debemos estar preparados para luchar contra nuestras imperfecciones, para levantarnos una y otra vez si caemos. Aceptar que la fuerza nos viene de Dios. Con Él todo es posible. Además, sabemos que el mal nos rodea, y lo que más quiere el demonio es robarnos la paz. Así que tenemos que estar preparados para luchar, debemos defender la vocación a la santidad contra todo.

Guiados por Dios

La obediencia de este batallón es hacia Dios. Es quién nos guía durante toda la vida terrenal y se sirve de ayudantes para lograr esta vocación a la santidad.

Porque sabemos que sin estructura, estudios y guía no se puede aprender nada nuevo. Esto lo entendió San Josemaría: que todos podíamos ser santos en la vida ordinaria. Si bien en las Sagradas Escrituras insistentemente se habla sobre la importancia de ser santos, él se puso a investigar y en ese momento ninguna realidad eclesial se dedicaba exclusivamente a este fin.

San Josemaría decía que el Opus Dei pretende ayudar a las personas que viven en el mundo —al hombre corriente, al hombre de la calle—, a llevar una vida plenamente cristiana, sin modificar su modo normal de vida, ni su trabajo ordinario, ni sus ilusiones y afanes”.

¿Cómo es una persona que elige la vocación a la santidad?

Considero que una persona que acepta la vocación a la santidad:

Qué dificil es tragarse el orgullo. Dejar al otro tener el protagonismo. En esas pequeñas cosas nos alzamos como soldados que luchamos por la santidad.

El que no se ha decidido por este camino tal vez no lo puede entender. De hecho, antes de decidirme también por esta vocación no lo entendía. Vivía conforme con mis defectos sin medir la consecuencia que podía ocasionar con los mismos, no solo para mí sino para mi familia. Pero al vivir la santidad en el día a día vamos identificando las cosas que nos apartan de Dios y que lo más importante es la relación con la familia y con las personas que están diariamente a nuestro alrededor.

En este perseverar cada uno de nosotros podemos tocar los corazones de otros, quienes ven cómo hacemos cambios poco a poco en nuestras vidas.
San Josemaría nos dice en Camino: “¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el pequeño deber de cada momento, haz lo que debas y está en lo que haces”.

Herramientas para vivir la vocación a la santidad

Diversas formas de vivir la vocación a la santidad

Al escoger la vocación a la santidad podemos elegir diversas formas para vivirla en el mundo. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que dentro de esta vocación común Dios invita a cada uno a recorrer la vida junto a Él por un camino concreto. A algunos llama al sacerdocio ministerial, a otros a la vida religiosa, y a otros, los laicos, los llama a encontrarlo en la vida ordinaria, ya sea viviendo el celibato o la vocación matrimonial.

Llegado a este punto, los invito a reflexionar sobre qué tipo de católico quieres ser:

Uno tibio que se contenta con ir misa algún domingo y en ocasiones especiales o uno que se une al batallón que lucha incansablemente por ser santos en la vida ordinaria.

Mi experiencia ha sido que, al decidirme por la vocación de la santidad, al decidirme estar cada vez más cerca de Dios, es cuando más feliz he sido en toda mi vida y mi familia también siente esa felicidad que brota del corazón.

Qué lindo ver un mundo diverso, pero en esas diferencias todos los católicos podemos ser iguales si nos disponemos a ser santos.

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