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Santidad en el Hogar

Danos Señor hogares santos. Eso pedimos muchos de nosotros cuando estamos frente al Santísimo, haciendo adoración. Y yo siempre me pregunto, ¿qué es lo que estamos pidiendo? ¿Qué es un hogar santo? ¿Tal vez es donde nunca hay peleas? ¿O donde los padres no disciplinan a sus hijos, porque no lo necesitan? Me imagino un hogar silencioso, lleno de calma, hasta un poco aburrido, para ser honesta. Esa imagen estereotipada del hogar santo es claramente muy distinta a lo que vivimos nosotros cada día. Aún menos si somos parte de familias numerosas, donde siempre hay gritos, y risas, y quejas, y, por supuesto, llamadas de atención… padres que muchas veces pierden la paciencia, hijos que en ocasiones tienen berrinches. Y sí… allí es donde está la santidad en realidad. 

Porque qué fácil sería ser santos en ambientes donde nadie nos exige nada… pero la cruz que tenemos todos los días, los posibles sacrificios que hacemos, cobran sentido cuando se los hace con amor y por amor. Como decía San Josemaría, el matrimonio (y con él la vida de hogar) representa “todo lo necesario para ser santo, para identificarse cada día más con Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con las que convive”. 

¿Dónde está la santidad?

La santidad está en despertarnos en la mañana con una sonrisa para alistar a nuestros hijos para un día más de clase en línea, o en hacer malabares para poder tele-trabajar, hacer el almuerzo, y aprender de nuevo álgebra para ayudar al pequeño en su clase de 6to grado, en buscar en internet una receta para usar ese brócoli que se va a echar a perder si lo dejamos un día más en la refrigeradora…

Ahora, en esta cuarentena, muchos de nosotros hemos vivido retos inmensos en el hogar. Y sí, tal vez sea cansón el encierro, pero es nuestra responsabilidad hacer que esa, nuestra cruz, no se convierta en la cruz del resto de la familia. Debemos afrontarla con cariño y con sonrisas. Hay que amar esa cruz de las tareas del hogar, porque en cada remiendo o en cada lavada de ropa, mostramos nuestro amor a nuestra familia y nuestra dedicación a nuestro Señor Jesucristo. 

Puede ser muy útil, cuando vemos la montaña de tareas que tenemos en el día, ponerlas en nuestras oraciones, pensemos que una hora de trabajo en el hogar es una hora de oración. Así, ofrecer lo que no nos gusta hacer por nuestra propia santidad, o por las almas del purgatorio, ¡que son nuestras queridas amigas que están siempre a la espera de nuestras oraciones! Entonces, un plato que sea un Padrenuestro, cada ropa doblada una avemaría, o repetir jaculatorias a lo largo de la preparación de la cena, todo esto nos lleva a tener presente que somos hijos de Dios. 

Es verdad que lo que hacemos con nuestro tiempo queda impreso en la historia divina de la humanidad. Las labores más pequeñas y más cotidianas, hechas con amor, valen lo mismo que las grandes y únicas, cuando las ofrecemos al Señor. 

Encontrar a Dios

La santidad es encontrar a Dios. La mayor parte de los cristianos están llamados esta búsqueda en medio de la vida ordinaria, es decir del trabajo y de la familia, de las relaciones de amistad y de las actividades sociales y culturales, del tiempo de ocio y descanso, de las alegrías y de sus penas.

San Josemaría repetía, no hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Debemos encontrar a Dios en medio de las cosas ordinarias de cada día, del hogar. Porque es en esas cosas, las pequeñas e insignificantes, las que más alegran a Dios, y se vuelven verdaderamente extraordinarias.  Pidámosle a San Josemaría, en este día especial, que nos ayude a encontrar en nuestros hogares, nuestro camino a la santidad, a través de las pequeñas cruces del día a día.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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